Gustavo Ogarrio Una de las figuras políticas más perturbadoras e importantes en el imaginario latinoamericano es sin duda la de Simón Bolívar. Libertador contradictorio y criollo atrapado también en las contradicciones de su época. Estratega militar que pensó la política no sólo como una táctica de guerra sino como una articulación entre el poder de la sociedad y su formalización en las leyes; pensador político que irrumpió en el horizonte de nuestras repúblicas con la convicción de construir Estados nacionales fuertes, pero también con la tentación del poder absoluto. Bolívar está implicado en nuestro tiempo histórico por una exigencia del presente de esclarecer y usar nuestros legados políticos en los momentos de mayor peligro: sus acciones y pensamientos constituyen una singular referencia de nuestra identidad política; la Patria grande como la utopía de una soberanía nacional y regional que sólo era posible mediante Estados nacionales opuestos a las oligarquías europeas y el intervencionismo estadounidense. Gabriel García Márquez dedicó una novela a narrar a este Bolívar contradictorio, temerario, estratega y político, pero profundamente humano. Uno de los diálogos de esta novela, “El general en su laberinto”, revelan ese momento de Bolívar en el que renuncia al absolutismo: “´Opino que el ejemplo de Bonaparte es bueno no sólo para nosotros sino para el mundo entero’, dijo el francés. / ´No dudo que usted lo crea´, dijo el general sin disimulo de ironía. ´Los europeos piensan que sólo lo que inventa Europa es bueno para el universo mundo, y que todo lo que sea distinto es execrable’. / ‘Yo tenía entendido que Su Excelencia era el promotor de la solución monárquica”, dijo el francés. El general levantó la vista por primera vez. ´Pues ya no lo tenga entendido’, dijo. ‘Mi frente no será mancillada nunca por una corona’”.