Gustavo Ogarrio Dicen que es en la infancia cuando más nos atrae el rugido de los motores, la contundencia de los tambores, la voluptuosidad de la música; el ruido violeta y los sonidos flamantes de lo que comienza a ser el mundo. Esto lo escuché hace mucho tiempo en una conversación. No sé si sea del todo exacto. Sin embargo, hay noticias del presente que vienen de lejos con cierta voluptuosidad originaria, noticias plasmadas en la sencillez de un llamado y que se transforman rápidamente en esos largos viajes por una mixtura de recuerdos en un tiempo que no sólo es tiempo; imágenes que son golpes de vista ya difuminados, olores a plátano o a cigarros primeros con interminables columnas de humo. Evocaciones geométricas que discretamente intentan restaurar el peso específico de un mundo que parece perdido. Una de estas noticias de consecuencias expansivas para mí, en los últimos días, ha sido la que dice que una edición especial de “All things must pass”, de George Harrison, ha salido al mercado. “Edición colosal” dice algunas de las notas periodísticas. 50 años de la grabación del célebre álbum triple de Harrison, el primero de un músico solista con esa extensión, tres discos completos, y 51 años de su puesta en circulación. Con motivo de esta edición cincuentenario del álbum de Harrison, el periodista chileno Claudio Vergara ha escrito lo siguiente: “La historia ha decretado que el tamaño XL de “All things must pass” (1970) -el primer álbum triple de un músico solista- es consecuencia natural de un artista torpedeado durante una década por otras dos fuerzas autorales y que debió esperar hasta este disco para abrir todo el flujo de sus virtudes creativas. Es así: George Harrison recién fuera de The Beatles pudo desplegarse como un compositor sin mayores ataduras ni miradas de recelo”.