Dicen que en esta plazuela de Morelia a veces ven a una niña con la mano estirada, luego desaparece sin dejar rastro

Según la leyenda, un caballero se encontró a una pequeña deambulando por este sitio que antes era un panteón, en el Centro Histórico, pero había sido asesinada; le llamaron «La Aparecida».

Juan Carlos Huante / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. Cuentan que las personas que caminan solas por una plazuela de Morelia, ubicada en el Centro Histórico, en ocasiones ven a una niña que se les acerca con la mano extendida; la mayoría piensa que pide limosna, y cuando buscan alguna moneda con qué ayudarle, al volver la mirada ella ya no está.

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Ahí, entre la avenida Tata Vasco y la calzada Fray Antonio de San Miguel, y frente al Santuario de Guadalupe, existe un sitio cuyo nombre es poco conocido para muchos morelianos, donde en 1809 ocurrió el paranormal suceso, según cuenta la leyenda de “La Aparecida”.

De acuerdo con el relato, en esa plazuela, conocida hoy como Jardín Azteca, en ese entonces existía un panteón a donde un caballero con elegante capa, pero de familia humilde, de nombre Don Sebastián Ordaz, acudía a diario a visitar la tumba de su hermano.

En una tarde fría de octubre, el hombre se percató de la presencia de una niña entre los árboles del panteón, de entre 10 y 11 años de edad; pálida, de tez blanca, con enormes ojos azules y vestía de blanco y su cabellera suelta le llegaba hasta la cintura.

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Don Sebastián le cuestionó si estaba perdida, a lo que la niña asintió con la cabeza afirmativamente.

– ¿Quieres ir con tus padres?, preguntó. Ella con el mismo gesto volvió a contestar que sí.

Entonces tomó a la niña de la mano, pero la soltó casi de inmediato al sentir su temperatura muy fría de la niña, por lo que se quitó su capa y la cubrió. También se frotó las manos para tibiarlas y darle un poco de calor a la menor y la acompañó a buscar a sus padres.

Dieron la vuelta al cementerio, pero no encontraron nadie; sin embargo, la niña señaló una tumba. El caballero, pensativo y confundido, consideró otra opción: quizá perdió a sus padres y fue a visitarlos, o se escapó de su casa y no sabía cómo regresar.

Pero la niña, con la mirada en el horizonte, apuntó hacia otra tumba. En ese momento don Sebastián fijó su mirada en la mano de la pequeña y se dio cuenta que le faltaba un dedo del que escurrían ininterrumpidas gotas de sangre.

– ¿Te cortaste?, preguntó el hombre. Y nuevamente con el movimiento de su cabeza dijo que sí. Esta vez, con mayor atención, don Sebastián se dio cuenta que la extremidad no había sido producto de un accidente, sino de algo más.

El hombre interpeló a la misteriosa menor sobre si alguien le había provocado la herida y la respuesta afirmativa lo hizo hervir en cólera.

– ¿Sabes quién te hizo daño?, cuestionó. Sí, respondió la niña.

Con más furia, el caballero levantó la voz y dijo a la niña: ¡Llévame con esa persona para exigir la reparación del daño! ¡Quiero que se haga justicia ante lo que te hizo!

Ella lo guio entre los pequeños senderos de ese camposanto hasta detenerse una vez más al pie de una tercera tumba. El caballero de nuevo se sorprendió.

– Pero, ¿qué es esto?, ¿esta es la persona que hizo daño?, preguntó. Con el movimiento de la cabeza, la niña respondió que sí.

Entre el desconcierto, don Sebastián expresó que si la persona que le había hecho daño estaba en ese lugar, entonces ya está enterrada y bajo las piedras, “ya no puede hacerte daño”, le dijo.

La niña lo miró fijamente; él exclamó: ¡Creo que no me entendiste, el hombre que te hizo daño está enterrado aquí!, pero ahora la respuesta de la niña fue que no.

– Y si no está enterrado aquí, ¿dónde está?, insistió el caballero.

– ¡Ahí!, respondió la niña voz fuerte y señalando hacia el hombro izquierdo de don Sebastián, que casi se desmaya.

Don Sebastián impresionado volteó hacia el lado señalado por la niña, como si alguien estuviera a su espalda, y cuando volvió la mirada, se espantó de lo que vio: su capa estaba tirada en el suelo, pero ella había desaparecido.

En la lápida de la tumba que la escurridiza niña señaló estaba inscrito el nombre de Quinto Peralta. El hombre recogió su capa, fue a su casa, tomó nota de lo acontecido y al día siguiente acudió ante los franciscanos de San Diego para saber más al respecto.

Los religiosos dijeron a don Sebastián que unos ladrones entraron a robar a la casa de esa familia, pero al ser descubiertos, mataron a todos sus integrantes, incluso a la niña, a la que le arrancaron un dedo para hurtarle un anillo de oro que portaba.

Don Sebastián, asombrado, pidió ir a la casa de Quinto Peralta, al suponer que ahí se encontraban los bienes robados. En efecto, las autoridades encontraron pertenencias de muchas familias, también el anillo de la niña.

Quinto Peralta, quien era considerado por muchos como un hombre respetable, en realidad era el jefe de una banda de ladrones.

La familia del fallecido ladrón, al enterarse de lo sucedido, vendió la casa, regresó los bienes a las familias localizables y el resto lo donó. Pero la vergüenza orilló a los familiares a abandonar la antigua Valladolid.

El cuerpo de Quinto Peralta fue exhumado a fin de exorcizar la tumba y desacralizar la tierra, y cuando terminó al ritual, don Sebastián preguntó cuál era la relación con la niña y todo lo que había visto.

– No sabes qué gran favor te hizo esa niña, porque tú, Sebastián, ya traías trepada el alma maldita del malhechor en tus hombros, y si la niña no te lo hubiera espantado, te lo hubieras llevado a tu casa y habrías tenido sueños malignos, visiones o tal vez hasta una posesión satánica, respondió el exorcista.

A partir de ahí, La leyenda refiere que en ocasiones la niña, con la mano extendida, se aparece a personas que caminan solas por la zona; infieren que pide limosna y mientras se distraen buscando con qué ayudarla, como una monedita, al volver su mirada la niña ya no está y no deja rastro.

LA FOTO MISTERIOSA Y ATERRADORA

Muchos años después de aquel acontecimiento, por la década de los 20 en el que hoy se conoce como Jardín Azteca, colgaron de un árbol a un maleante que había sido fusilado previamente.

Para dar cuenta de este testimonio, las autoridades tomaron una fotografía, pero cuál fue la sorpresa que cuando revelaron la imagen y la llevaron para integrar el expediente, el fotógrafo observó la figura de una niña.

Creyeron que era la hija del fotógrafo, pero éste lo negó y aseguró que no había menores en el lugar.

También investigaron con los carretilleros, pero tampoco llevaban niños. En la foto también había la sombra de dos personas, a quienes sí recordaron, pero no a la niña.

Casi en primer plano, en la parte inferior derecha de la captura, se aprecia a la niña viendo el cadáver. La menor coincide con la descripción de la llamada “Aparecida” en el cementerio de San Diego.

Y SI NO TE ENCUENTRAS A LA NIÑA…

Si visitas el Jardín Azteca y no te encuentras a “La Aparecida”, a sus alrededores hay varios tesoros arquitectónicos dignos de disfrutar.

Enfrente se encuentra el templo dedicado a San Diego de Alcalá, que también funge como el Santuario de Guadalupe.

A un lado, el Jardín Morelos, popularmente llamado la “Plaza del Caballito”, y muy cerca el emblemático Acueducto de Morelia, colindante con el pulmón principal de la capital michoacana: el Bosque Cuauhtémoc.

Es solo una parte de las incontables joyas que posee el Centro Histórico de esta ciudad, antes llamada Valladolid.

Foto: Cortesía.

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