A río revuelto, ganancia de bandoleros; así fue la insurgencia la Ciénega de Chapala

Los bandidos se constituyeron en una parte fundamental de las luchas armadas en la región Ciénega de Chapala, y sobre todo del imaginario popular

Foto, José Luis Ceja.

José Luis Ceja / La Voz de Michoacán

Jiquilpan, Michoacán. Derivado de la contingencia de salud a causa de la COVID-19, los eventos alusivos a la celebración del Día de la Independencia se remitirán, al menos en este municipio, a la celebración del “minigrito de Independencia” por la mañana y el tradicional Grito desde el balcón de Palacio Municipal a las 09:00 de la noche, con lo que se dará por concluido el festejo

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Idealizados, los llamados Padres de la Patria no hicieron sino dar forma al descontento social de las masas que previo al estallido de la Guerra de Independencia tenían ya como válvula de escape las incursiones de los bandoleros en la que se conocía como Nueva España.

Desde el mulato Martín Toscano en la época pre independentista, hasta Inés Chávez, posterior a la Revolución Mexicana, los bandidos se constituyeron en una parte fundamental de las luchas armadas en la región Ciénega de Chapala, y sobre todo del imaginario popular.

“Cuando entras a la cueva de Martín Toscano se te aparece un ánima que te dice ‘todo o nada’, y tienes que sacar todos los tesoros en un solo viaje porque si no se desaparece”. Palabras más, palabras menos, esa es la leyenda que por más de 200 años ha circulado de boca en boca en los pueblos de esta parte del país.

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Lo cierto es que los movimientos armados, sobre todo en zonas rurales, dieron pie al surgimiento de grupos que aprovechaban el caos en el periodo entre los dos grandes movimientos armados de la Nación Mexicana.

Foto, José Luis Ceja.

De hecho, los robos en despoblado se habían convertido en un verdadero problema para las autoridades novohispanas a principios del siglo XVIII. El virrey y los oidores de la Audiencia de México acordaron que una comisión especial se dedicara a la persecución de los salteadores pues la justicia ordinaria era insuficiente para acabar con el problema.

Los ladrones y salteadores, además del lucrativo arte de arrebatar al prójimo sus pertenencias, contaban con otros oficios que les permitían disimular el dinero que obtenían de sus actividades ilícitas. De esta suerte, algunos eran herreros, labradores, curtidores y cualquier oficio que les permitiera libertad de movimiento.

“Las gavillas se organizaban en las ciudades donde era fácil obtener información acerca de quién se hallaba en el camino y qué mercancías estaban por llegar”.

Las cuadrillas de salteadores infestaban las provincias de Nueva Galicia, Valladolid y Guanajuato, sobre todo en las regiones de Guadalajara, Villa de Zamora y Jiquilpan. Una de tantas gavillas era la que encabezaba el mulato originario de Atoyac, hoy Jalisco, Martín Toscano, quien junto con su lugarteniente Francisco Gil actuaba en parajes al sur de la Laguna de Chapala y llegó a robar cantidades considerables de dinero que conducían las milicias del gobierno a las tesorerías de Guadalajara, Valladolid y Guanajuato.

La composición de las gavillas de bandoleros eran un mosaico de edades, razas, estados civiles y orígenes étnicos, pues entre éstas se contaban mulatos, criollos, mestizos e indígenas, así como hombres casados, solteros, viudos y amancebados, originarios de Amacueca, Atoyac, La Barca, Colima, Compostela, Durango y Zamora.

Ambos bandoleros, Toscano y Gil, fueron aprehendidos por Serafín Ceja, capataz de la Hacienda de Huaracha en 1792 y ejecutados en Guadalajara en enero de 1803. Con la muerte de estos bandoleros nació la leyenda que se escucha en cada una de las regiones de esta parte del país.

Para la mayoría de la gente, Martín Toscano era un “bandido bueno” que asaltaba la Hacienda de Huaracha para repartir una parte del botín entre los pobres de la comarca, el resto lo ocultaba en una serie de cuevas en las que lanzaba un encantamiento para que todo el botín pudiera ser sacado en un solo viaje a “todo o nada”.

De acuerdo con Jaime Olveda, del Colegio de Jalisco, el panorama del México preindependentista no estaría completo si no se toma en cuenta a los grupos marginales como los bandoleros, porque fue el único sector que durante el siglo XIX mantuvo un control casi absoluto sobre el campo y los caminos.

Si bien existen antecedentes de bandoleros previo a la Guerra de Independencia, fue este movimiento armado de donde se desprendieron gavillas y líderes como resultado de la leva de elementos que realizaban ambos bandos. “En distintos lugares del virreinato surgieron grupos rebeldes integrados por indios, mulatos y mestizos agraviados e inconformes que, al mismo tiempo que peleaban contra el ejército realista, se apoderaban de lo ajeno mediante el robo y la confiscación”.

Tres casos muy representativos, dice el autor jalisciense, son los de Gordiano Guzmán, quien incendió y robó la Hacienda de Contla, cerca de su natal Tamazula, luego de armar a los peones de ese emporio agrícola. Cita también el caso de Vicente Gómez, El Capador, y de Albino García, quienes junto a los bandoleros de la Ciénega quitaron el sosiego de la gente de paz y bien las regiones de Nueva Galicia, Zamora y Guanajuato.

Foto, José Luis Ceja.

Otros movimientos, otros bandidos

La Revolución Mexicana también albergó entre sus filas grupos y caudillos que vieron en la guerra una fuente de riqueza y poder; en las regiones de la Ciénega y la Sierra Jalmich, los revolucionarios se volvieron especialistas en solicitar préstamos forzosos a los rancheros de estas regiones. Junto a los préstamos en efectivo, los revolucionarios salían de los pueblos y rancherías con buenos caballos, bien comidos y cargando sobre su conciencia con la virginidad de alguna dama de sociedad o de pueblo.

“Abrieron la lista de visitantes ilustres don Antonio y don Jesús Contreras, oriundos de Jiquilpan, que en número de 25, llegaron a San José en junio de 1913, convocaron a los ricos de la localidad y les señalaron las monedas con que cada uno iba a contribuir a la causa”.

La región propiamente de la Ciénega de Chapala también contó con su grupo de bandoleros integrado por rancheros de Sahuayo, Cojumatlán, Jiquilpan y San José. Se autonombraban La Puntada y se escondían en la Barranca de La Chicharra, donde convergen los cuatro municipios ya citados. Este grupo, que a la postre se sabría que estaba integrado por hijos de familias pudientes de la región, era especialista en secuestrar, extorsionar y matar a rancheros de mediano pelo.

“El Coco principal de La Puntada fue la guarnición de San José. En muchas ocasiones los de Apolinar Partida fueron a hostigarla en su madriguera y le hicieron muertos”.