José Luis Ceja / La Voz de Michoacán Jiquilpan, Michoacán. En la medida de lo posible, organizaciones locales buscan reactivar el turismo en su vertiente religioso-artística, esto es con la exposición y explicación de las obras de arte que se albergan en iglesias locales y que en ocasiones no han tenido la relevancia necesaria ante la negativa de las autoridades eclesiásticas. Antonio Mora, quien trabaja en la organización de un grupo dedicado a la promoción y guía de turismo en las iglesias locales, señaló entender la postura de los titulares de las parroquias para resistirse a abrir los espacios de culto como espacios de exposición artística: “Ellos dicen que hay varias razones para no hacerlo, principalmente el hecho de que los templos son para las cosas de la Iglesia y esto de la pandemia, que también restringe las actividades y eso lo entendemos, pero el principal temor que se tiene es que, al estar visibles, estas obras de arte puedan ser robadas”. De acuerdo con el entrevistado, en los templos de esta ciudad hay piezas que datan desde la evangelización de los naturales por monjes franciscanos, cuyo valor económico es inestimable, pero además forman parte ya de la identidad cultural de este municipio. Pese a ello, señaló, es posible generar un plan de trabajo que permita que estas piezas sean admiradas. “Podemos generar un catálogo virtual con una pequeña reseña histórica de cada pieza como lo han hecho los museos”. El entrevistado destacó que derivado de la contingencia de salud por la COVID-19, algunos museos, incluidos los de esta ciudad, implementaron la modalidad de recorridos virtuales, por lo que implementarse en los templos y parroquias de esta ciudad podría sentar las bases para que, cuando las condiciones de salud se modifiquen, puedan darse los recorridos físicos. “La intención es tener, digamos, un catálogo que sirva a manera de inventario con la descripción de qué pieza se trata. Si es una pintura, una escultura o alguna reliquia, su fecha, procedencia o si fueron elaborados aquí”, ello, dijo, en el entendido de que muchas de las piezas de culto fueron traídas por los europeos durante las diversas etapas de interacción entre ambos continentes; sin embargo, agregó, hasta el momento este proyecto está estancado porque ningún representante local de la Iglesia ha aceptado siquiera sentarse a discutir sobre el tema. Mora Ortega destacó que lo que se busca también que mediante el proceso de exhibición las obras puedan ser restauradas por las autoridades competentes. “Podemos tener alguna verdadera joya escondida en una de nuestras iglesias, pero, como no sabemos lo que tenemos, esta joya puede estar ya en proceso de deterioro sin posibilidad de restauración”. Para ello ejemplificó con un Cristo de caña de maíz en la tenencia de Jaripo, del municipio de Villamar, que permaneció décadas en el piso de uno de los salones del templo, por lo que, cuando fue descubierto, resultó extremadamente complicado su rescate y restauración. El riesgo de exponer obras de arte sacro Datos de órganos de difusión de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) señalan que durante la última década se registraron en México dos centenares de denuncias por el hurto de arte sacro, en tanto que agencias policiales internacionales estiman que este ilícito representa una derrama económica de 20 millones de dólares mensuales en América Latina. Uno de los grandes problemas es que incluso las iglesias carecen de un catálogo de las obras de arte sacro que se resguardan en sus inmuebles aunque en estricto sentido, la obligación de elaborar este catálogo recae sobre el Instituto Nacional de Antropología e Historia, de acuerdo con lo establecido en la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos. El mismo instrumento legal señala penas de 5 a 12 años de prisión y de 3 mil a 5 mil días de multa a quien participe en la autoría material e intelectual de este ilícito, así como a quien participe en el proceso de comercialización. La leyenda de la Piedad En la Parroquia de San Francisco, centro de esta ciudad, se encuentra la escultura de la Piedad que, de acuerdo con lo escrito con bases académicas y según relatos orales, fue donada a la ciudad por la jiquilpense Ignacia “Nacha” Ceja, una joven humilde de extraordinaria belleza que estaba comprometida en matrimonio con un músico local. Cuenta la leyenda que el padre de la joven hubo de hacer una diligencia en la ciudad de Zamora en la que conoció a un rico comerciante, quien al ver la fotografía de la joven se enamoró perdidamente y días después se consumaba la boda religiosa en Jiquilpan, boda que fue musicalizada por quien era su novio. Cuentan que como una forma de desagravio, la mujer que se radicó en Guadalajara donó a la ciudad la impresionante escultura mientras el decepcionado músico heredó a la comuna el vals “En mi desgracia”.