Inés Alveano Aguerrebere Me gusta hablar con los pelos de la burra en la mano. Suelo contar en esta sección lo que he aprendido en temas de movilidad ya sea por documentos y evidencias científicas, como por experiencias directas en otros países. Pero hoy me asalta una duda. Espero que usted, que amablemente me lee, pueda ayudarme a despejarla. La primer pregunta que ronda mi cabeza es: ¿Cuántas vidas han salvado los cláxones? Literal. ¿A quién que usted conozca, o que nota ha salido en el periódico acerca de alguien que se salvó de ser atropellado o de chocar mortalmente gracias a un pitazo? Que conste que estoy hablando de los cláxones de los automóviles. Una vez salí de mi oficina y me encontré justo en la esquina, a una mujer que pitaba frenéticamente. Como la calle principal estaba invadida por una manifestación, todos los vehículos intentaban escapar por calles secundarias. Pero en una de ellas, había alguien estorbando con su vehículo. Ignoro qué estaba haciendo, porque mi vista no lo alcanzaba. La mujer que pitaba enloquecida tampoco lo sabía. En su visión sólo le aparecía un impedimento rotundo para el avance de su vehículo. Me acerqué a su ventana y lo más amable que pude, le dije que su claxon molestaba también a los peatones, que nada teníamos que ver con su molestia. Entonces me contestó que alguien estaba estorbando, y prácticamente me dijo que, si su claxon me molestaba, que yo entonces era la indicada para ir a mover al estorbo… Es bastante conocido, que más de una vez, las personas que conducimos un automóvil (me incluyo en la lista), solemos pensar que tocando el claxon agilizaremos el tráfico. Lo que me lleva a las preguntas: ¿para qué se inventó esa bocina ruidosa? ¿Qué fin tuvo su creador? ¿Hubo algún momento en que se volvió obligatorio para las productoras de vehículos? Y ahora, vuelvo a lo que sé. Se ha demostrado que el ruido es un factor de riesgo para la hipertensión arterial y para los paros cardiacos. No sólo nos puede causar estrés. El ruido nos puede enfermar literalmente. Entonces, si ya está confirmado que tener tantos niveles de ruido en las ciudades –producidos por los conductores desesperados por avanzar- contribuye a la epidemia de hipertensión, ¿que esperamos para regularlo? Y a nivel mundial, ¿que esperamos para exigir a la industria automotriz que elimine esa fuente de ruido? Volviendo a la primer pregunta, quiero pensar que el claxon tiene un fin más sublime que sólo decirle al de adelante ¡muévete! Mientras lo averiguo con su atento apoyo, le invito a que, si usted conduce un vehículo, piense dos veces antes de tocar un claxon, porque tanto los peatones cerca, como los niños en una escuela, o los enfermos en un hospital, pueden salir perjudicados.