Gustavo Ogarrio En un largo pasaje del capítulo IX de esa monumental novela insular llamada “Paradiso”, Lezama extiende los trazos románticos de sus perseguidos para integrarlos a los caminos barrocos de la transfiguración poética e histórica. Bajo los signos de un catolicismo en permanente expansión erótica y política, evocando novelescamente lo sagrado a través de eros, Lezama atrae la figura romántica de la persecución y la represión política, así como el recurso de la transfiguración poética, para llevarlas al centro mismo de “Paradiso”. Rialta recorre las cuentas del rosario mientras devela trágicamente el papel cosmogónico asignado a su hijo José Cemí, después de que éste regresa de un día de represión en la universidad: “La muerte de tu padre, pudo atolondrarme y destruirme, en el sentido de que me quedé sin respuesta para el resto de mi vida, pero yo sabía que no me enfermaría, porque siempre conocí que un hecho de esa totalidad engendraría un obscuro que tendría que ser aclarado en la transfiguración que exhala la costumbre de intentar lo más difícil. La muerte de tu padre fue un hecho profundo, sé que mis hijos y yo le daremos profundidad mientras vivamos, porque me dejó soñando que alguno de nosotros daríamos testimonio al transfigurarnos para llenar esa ausencia. También yo intenté lo más difícil, desaparecer, vivir tan sólo en el hecho potencial de la vida de mis hijos. A mí ese hecho, como te decía, de la muerte de tu padre me dejó sin respuesta, pero siempre he soñado, y esa ensoñación será siempre la raíz de mi vivir, que esa sería la causa profunda de tu testimonio, de tu dificultad intentada como transfiguración, de tu respuesta. Algunos impostores pensarán que yo nunca dije estas palabras, que tú las has invencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto (…) Sé que esas son las palabras más hermosas que Cemí oyó en su vida”.