Jinetes de jaripeo ranchero: con mucha fe para acariciar a la muerte por un instante

Una buena monta no consiste sólo en “quedársele” al toro, sino en darle batalla. Muchas veces, aunque el jinete sea derribado, recibe el reconocimiento del público y hasta de los ganaderos por el tiempo que resistió los reparos. Eso es una buena monta, la que luce, la que hace vibrar al público.

Para el público, el jaripeo es un espectáculo, una fiesta, pero para los jinetes, es un enfrentamiento cara a cara con la muerte. Y sin embargo, son unos apasionados de lo que hacen. Foto, Víctor Ramírez.

Texto, Jorge Ávila. Fotos, Víctor Ramírez / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. “Señor, nosotros, los jinetes, no te pedimos favores especiales, solamente que nos des valor y destreza para realizar nuestras montas en cada uno de los jaripeos donde arriesgamos la vida. Señor, Tú que fuiste jinete del Apocalipsis en esta vida, vida que quieres que vivamos con el único fin de ganarnos el pan de cada día y divertir a tus hijos, queremos pedirte humildemente que llegando el último e inevitable gran jaripeo para nosotros, y cuando las piernas con todo y espuelas se aflojen, y cuando nuestros brazos no soporten el chicoteo del último reparo, y Tú, Señor, nos llames allá, donde todas las tardes serán de triunfo y gloria para nosotros, nos digas: ‘pasa, tu boleto de entrada ya lo he pagado’”.

PUBLICIDAD

Así reza la Oración del Jinete, y aunque cada animador le imprime su sello y le hace cambios, el fin es el mismo: encomendarse a Dios, a sabiendas de que arriesgan la vida en cada monta por fácil que parezca. Los jinetes profesionales, aunque expertos en su trabajo, cada tarde de jaripeo se enfrentan a la suerte y durante unos instantes, estando en los lomos del toro, tienen a la muerte cara a cara.

El jaripeo, como la charrería o la fiesta brava, tiene sus protocolos. En este caso, lo primero que se hace es presentar a los jinetes, que uno a uno deben pasar al centro del ruedo. Luego pasan los ganaderos. Cada uno saluda a sus compañeros con un choque de palmas o de puños como una forma de desear una monta exitosa.

Una vez hechas las presentaciones y a petición del animador, todos los presentes deben descubrir sus cabezas y guardar silencio, siendo este el momento más solemne de la fiesta jaripeyera. Entonces, los jinetes se arrodillan y escuchan la oración. Aunque la mayoría de los asistentes no le dan mayor importancia, para ellos este momento es crucial, pues es ahí donde se encomiendan al Creador, con la fe de que saldrán bien librados de su monta. Y con esto no sólo nos referimos a “quedársele” al toro, sino que puedan regresar sanos y salvos a sus hogares.

PUBLICIDAD

Cuando el animador termina la oración, la banda estalla con una “Diana”, entonces los jinetes toman un puño de tierra y se persignan con él para ir a prepararse. Acto seguido, si la banda de música conoce la tradición, interpreta “El novillo despuntado” en la versión que se popularizara con La Banda El Recodo. Así se da por iniciado todo jaripeo.

Una vez que las espuelas están bien amarradas a sus botas y con vendas en las piernas para evitar desgarres musculares (algunos usan incluso fajas), el jinete está listo. A la hora de salir al ruedo para enfrentar al toro, se vuelve a persignar antes de acercarse al llamado “cajón de los sustos”, o al animal que yace tirado y maniatado cuando la monta es en el suelo.

A manera de protección divina, hay jinetes que sostienen en su boca una imagen religiosa, otros más la ponen su sombrero o en el casco, además de que en las chaparreras de cuero, que se han vuelto parte de la indumentaria como una importación del rodeo americano, también mandan poner imágenes religiosas, por lo regular de San Judas Tadeo o la Virgen de Guadalupe, aunque también las usan del santo patrón de sus comunidades de origen.

Para este momento, con la adrenalina a tope, el jinete sólo tiene una cosa en la mente: el toro, y es que montar requiere mucha concentración, además de elasticidad y fuerza física, que deben conjugarse con la experiencia para prever los movimientos del animal, incluso para saber cuándo más seguro bajarse y la forma en que deberán hacerlo para evitar ser arrollados por el animal o que las espuelas se atoren, que es otro de los peligros.

No importa cuánto esté cobrando el jinete por una monta, no importa si es una gran plaza repleta de gente o un corral de piedra en algún rancho, siempre está latente el riesgo de sufrir una lesión severa –incluso incapacitante– o hasta perder la vida en un parpadeo. Sólo hasta que salen del ruedo están seguros de que podrán volver a casa con dinero en la bolsa y listos para el siguiente jaripeo.