Rafael Alfaro Izarraraz Uno de los filósofos más polémicos e influyentes del siglo XIX, y los dos que le siguieron, es sin duda Nietzsche no solamente por su radical postura frente a los filósofos postsocráticos, decadentes les llamó a Sócrates, Platón y Aristóteles, los genios de la filosofía helénica y referentes de la cultura occidental universalizada. Lo es también por su manera de pensar lo social en donde su aristocratismo raya en posturas populares francamente deleznables. En este punto vale la pena recordar a uno de los filósofos contemporáneos, Jesús Sánchez Meca, el mismo Foucault, entre otros, que han puesto en guardia a sus lectores acerca de la mano que sobre la obra de Nietzsche llevó a cabo su hermana Elisabeth, quien, a decir de ellos, profanó la obra de su hermano para ajustar su contenido al nacionalsocialismo que lo tomó como figura filosófica emblemática del fascismo. La escuela francesa ha sido la que mejor ha trabajado la obra de Nietzsche y lo ha rescatado de esa infamia cometida por su hermana que prácticamente “vendió” su obra al nacionalsocialismo alemán. Sin embargo, a pesar de su interés por rescatar al filósofo de ese suceso también es cierto que, a juicio de estudiosos, han sido omisos en diversas posturas que Nietzsche adoptó a lo largo de su vida con respecto a lo social y lo político, y que nada tienen que ver con la “mano” de su hermana sobre su legado. Lo cierto es que su obra y los estudios sistemáticos que se han realizado de la misma nos muestran a un Nietzsche que, cuando apunta a los problemas sociales, se torna en un pensador cuyo aristocratismo da razones para pensar que, efectivamente, se trata de un filósofo que es muy cercano a los privilegiados, a quienes ocupan la parte más elevada de la jerarquía social. Visitamos dos textos de Jorge Polo Blanco, estudioso y críticos de su obra que a continuación exponemos. Primero lo que expone Jorge Polo Blanco, en un artículo publicado en Cuadernos Salmantinos de Filosofía, que tituló: “Cultura y esclavitud en el pensamiento de Nietzsche. ¿Un aristocratismo meramente cultural? Después este mismo autor escribe otro texto que titula: “Nietzsche, ¿un pensador alejado de la política y lo político? Las ideas de igualdad, revolución, democracia, era parte de la decadencia en la que sumergía occidente debido a la influencia nefasta de los filósofos helénicos en cuyos fundamentos se encuentran los principios que dieron origen al cristianismo y la moral degradante cristiana del igualitarismo. Nietzsche, de acuerdo a sus biógrafos, tuvo como padre a un hombre que profesaba el luteranismo. Los predicadores del igualitarismo no son más que “envenenadores”, los nuevos sacerdotes, los promotores de la emancipación social, jacobinos, socialistas, radicales, quienes pretenden modificar el orden natural existente en donde prevalecen los fuertes y los débiles. Los que pregonan la moral de los débiles, en oposición a la moral de los señores. Son los embaucadores que utilizan el disfraz de la justicia. Las diferencias entre los señores y los esclavos eran irreductibles, señala Jorge Polo, en su texto que cita múltiples obras críticas de Nietzsche. Y tanto los derechos del hombre como los laborales, así como los movimientos sociales a favor él los consideraba como un acto amenazador y espantoso. La desigualdad era el orden natural y funesto modificar ese ordenamiento. Sobre los obreros europeos vistos como aborregados y corroídos por la envidia, solamente destiló veneno contra ellos, apunta Polo Blanco. En el segundo texto de Jorge Polo, subraya la repugnancia que sentía Nietzsche por todo aquel esfuerzo emancipatorio llevado a cabo por las clases populares. La comuna de París y las sesiones posteriores de los obreros y comuneros parisinos (los que no fueron aplastados por la represión del ejército francés) que llegaron a las ciudades suizas entre ellas Basilea donde Nietzsche fue profesor por unos años, fueron ignorados por el filósofo alemán. Ante su muerte, dijo Habermas, cuando Nietzsche fue enterrado en 1990 en Rocken, su ciudad natal, que Nietzsche había perdido toda capacidad de contagio, aunque, en realidad, ha ocurrido todo lo contrario, expone Jorge Polo Blanco.