Luis Sigfrido Gómez Campos Suele decirse, en los actos oficiales, que la niñez mexicana es el futuro de la patria. Si esto es verdad, si el mañana de la patria mexicana depende de nuestras niñas y niños, triste futuro depara el destino para los habitantes de esta tierra que nos heredaron nuestros ancestros. Y no, no es sólo una visión pesimista y subjetiva de quien esto escribe, cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) nos refieren que “más 13 millones de niñas y niños, la primera infancia mexicana registra altos niveles de pobreza y de pobreza extrema, 54.3 por ciuento y 11.8 respectivamente”. Y si las cifras oficiales no fueran suficientemente convincentes para alarmarnos, están los incontables infantes que merodean los semáforos de todas las ciudades de México para limpiar parabrisas; esos pequeñines “incómodos” a los que muchos ciudadanos “respetables” les espetan con enfado que no, que no se atrevan tocar su reluciente auto. Esos niños que no queremos ver, están presentes no solamente en cifras objetivas, sino en nuestra vida real, esa la realidad que no queremos ver. Y, si esos chiquillos limpiaparabrisas no perturban nuestra impasible conciencia, menos la van a conmover los millones niños del medio rural (alejados de nuestro entorno) cuyo presente los condena a vivir una vida de miseria porque, a su corta edad, no tienen acceso al mínimo indispensable de condiciones para vislumbrar un futuro medianamente decoroso para su existencia. Nadie puede negar que los programas federales implementados para aminorar la pobreza sean éticamente valiosos y que reconforten ciertas necesidades de los sectores a quienes van dirigidos. El gobierno federal sostiene, principalmente, los siguientes programas que pretenden aminorar la pobreza: Programa de Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores; Jóvenes Construyendo el Futuro; Producción para el Bienestar; Crédito Ganadero a la Palabra; Tandas para el Bienestar; Sembrando Vida, así como el destinado a atender las necesidades de una parte del sector que será el futuro de nuestra patria: Apoyo para el Bienestar de las Niñas y Niños Hijos de Madres Trabajadoras. Podemos inferir que todos y cada uno de estos programas pudieran, de alguna manera, repercutir en la mejoría de los niños y niñas más pobres del país; pero lo cierto es que el grueso de este sector se encuentra al margen de los beneficios de la distribución del ingreso nacional y están destinados a padecer, en carne propia, una vida de marginación social. Y si los esfuerzos oficiales no son suficientes para resolver este grave problema del sector en el que se sostiene el futuro de la patria, menos lo van a ser los paliativos de las organizaciones privadas que alivian la conciencia de sus miembros con regalos del día del niño u obsequios de los reyes magos. Toda acción individual de distribución de despensas o regalos para los niños pobres no cambiará su situación de pobreza, pero sí aliviará en gran medida nuestra conciencia: “yo no puedo cambiar la realidad de millones de niños marginados, pero sí contribuyo, en la medida de mis posibilidades, a provocar la sonrisa de un niño que reciba un regalo y mis bendiciones para que sea menos infeliz. Eso me hace sentir mejor”. Leí que los tres tenores mexicanos se abocaron “al rescate a la niñez”, (así era el encabezado de la nota) donde Fernando de la Mora, quién concibió el proyecto “Canto con Causa”, invitó a sus colegas Javier Camarena y Ramón Vargas para que interpretaran la emblemática canción Cielito lindo, convocando a donaciones para apoyar en las fiestas de Navidad y Reyes a los infantes desvalidos del país. Nadie puede afirmar que proyectos como éste sean malos, sin embargo, se requieren miles de acciones altruistas de este tipo para que pudieran tener un efecto transformador en el futuro de la patria, sobre todo si consideramos que los niños y niñas son el futuro de México. Una de las novelas más tristes y más hermosas que se han escrito fue obra del genial Víctor Hugo, la intituló: Los miserables. En ella narra episodios de la más extrema miseria, en sus diversos significados. Yo me he referido a ella en su significado de “extremadamente pobre”; pero también significa: “ruin o canalla”. En algunas ocasiones una forma de miseria conduce a la otra. Hablar de la miseria y de la miseria extrema es doloroso en un país que intenta salir del atolladero histórico en que nos han sumido los gobiernos desde hace por lo menos 50 años. Y es que tener franjas enteras de miseria en la realidad nacional, es darnos cuenta que millones de seres humanos que son nuestros hermanos, están condenados a carecer de lo mínimo indispensable para tener una vida decorosa; es aceptar que muchos de ellos seguirán sin contar con los servicios básicos de agua, drenaje, luz, acceso a la salud y alimentación necesaria para un desarrollo sano. Y cundo pensamos que esta miseria afecta a gran parte de la niñez mexicana, la cual sin duda será el futuro de nuestra patria, no podemos dejar de pensar que las futuras generaciones están condenadas a padecer infortunios más grandes de los que nos ha tocado soportar. Eso es muy triste. luissigfrido@hotmail.com