Gustavo Ogarrio Este ímpetu desproporcionado no encuentra su pista de baile o su definición de diccionario ni su mar de guitarras saturadas ni el violín que calme los años de deseo atesorado. No importa, te seguirás llamando “frenesí”: espalda del espíritu absoluto, flecha de la aurora, peligro del juego de manos en la auscultación fugaz de los cuerpos; rebelión a veces silenciosa de todos los pasados. Te llamarán exaltación injustificada del ánimo, marioneta del atrevimiento que se extravía en el vértigo de la sangre; muerte del invierno en las paredes del alma. Por las noches vendrá la luna para gobernar los restos que estos torbellinos han dejado en ti. Tus huesos en el rincón de las culpas veraniegas y el espíritu en trituración por la púa ultra-rápida de la vida o por tambores encantados que corren paralelos al día. Te llamarán “frenesí” bajo el encubrimiento del sobrenombre o piedra de mar pulverizada, arco de la espalda en plena guerra de extinción de la especie. Dices “púrpura” y vienen a ti los geranios que murieron en el jardín de las abuelas; dices “agua” y los peces se reproducen en las profundidades del mar; dices “verde” y vibran siete tonos de existencia en nuestros pasados; dices “belleza” y suenan las orquestas que guían nuestro camino al precipicio. Tus nombres palpables y voluptuosos se encuentran registrados en la enciclopedia de las vidas latentes, de las vidas póstumas, de las vidas sin muerte, de las vidas que son máscaras y epifanías. Nadie escapa a tus designios que nacen en nuestras almas y en nuestras pieles, a pesar de que el látigo de la historia te persiga para sofocar tus poderes. Somos también tus últimas víctimas y tu suicidio colectivo: morirás en cada uno de los que te padecimos, la memoria profunda que lleva risas de geranios y olores en dispersión de cópulas azules será la tumba más digna en tu paso por el universo.