Verónica Loaiza Servín El sufragio mundial de las mujeres, ocupar los cargos públicos de toma de decisiones, acceso a la educación profesional, la no discriminación, derecho al trabajo y condiciones dignas, fueron las exigencias que las mujeres europeas, asiáticas y norteamericanas impulsaron desde los movimientos sociales a principios del siglo XX. En Nueva York -importante escenario del comienzo del movimiento de las mujeres- durante la Revolución Industrial, el 8 de marzo de 1857 miles de mujeres trabajadora textiles salieron a las calles a manifestarse con el lema “Pan y Rosas”, reclamando condiciones laborales dignas y extinguir el trabajo infantil. En esa misma ciudad, en 1909, mujeres trabajadoras textiles y las integrantes del Partido Socialista de los Estados Unidos, convocaron a huelga debido a las terribles condiciones laborales. Dos años después se incendia la fábrica textil neoyorquina Triangle Shirtwaist, en donde 146 mujeres murieron. En la Unión Soviética el 8 de marzo -calendario gregoriano- de 1917, mujeres lideradas por Alexandra Kolontái protestaron en la huelga “Pan y Paz” en inconformidad con la guerra y por el derecho al voto femenino. Acontecimientos que dan origen de lo que hoy conmemoramos el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, pero sobre todo precede la lucha social que las mujeres ejercemos globalmente por nuestros derechos humanos, por la igualdad de género, la autonomía y por la participación activa en los espacios políticos, sociales, culturales y económicos. Nuestras protestas reconocen la libre manifestación y la libertad de expresión se ha ejercido y se ejerce desde el espacio público, ese espacio que no pertenece a nadie en particular, pero al mismo tiempo es de todas y cada una de las personas que lo habitan. Los espacios públicos son gratuitos, abiertos y accesibles, esta misma accesibilidad se refiere a las dinámicas sociales que en ellos se perpetran; son espacios que si bien, se administran por el gobierno, no son privativos ni limitantes de ejercer nuestro derecho a habitarlos y conectarnos con nuestra ciudad y comunidad. El espacio público tiene una relevancia no solo de estructura institucional o tejido urbano, sino de espacios activos como poderosos foros de expresión social, transformación política, expresión de los movimientos sociales y resignificación de la identidad colectiva. Cuya historia se remonta al ágora y el foro de la Antigua Grecia, invención urbanística abierta donde los ciudadanos griegos se congregaban a debatir y a difundir sus ideas, como umbral de la política, la cultura, la filosofía y el derecho que actualmente posee nuestra sociedad. La necesidad inherente de conectarnos con las demás, la forma en la que las personas nos relacionamos, el sentido de colectividad y de pertenencia también se ejerce desde la libre manifestación en estos espacios, como representaciones del sitio al que pertenecemos individual y colectivamente. El espacio público tiene un valor simbólico en donde se escribe una historia cargada de sensaciones, emociones, recuerdos, anhelos, desesperanza; lugares donde se plasma la memoria y la identidad de una comunidad. Negarlo sería negar nuestra propia existencia, borrarlo sería borrar nuestra razón de ser y estar. No se llama vandalismo, se llama iconoclasia o iconoclastia, que es la expresión que significa “ruptura de imágenes”, esta se relaciona con las manifestaciones a través de pintas e intervenciones plásticas. Las acciones iconoclastas y su continuidad a lo largo de la historia, son narrativas o antinarrativas ligadas a la búsqueda de la memoria no enunciada en los monumentos o el patrimonio arquitectónico, los cuales muestran la versión del pasado desde un enfoque androcentrista -el varón como protagonista central de la historia-, jerárquico y patriarcal. Desde las movilizaciones sociales, la iconoclasia ha tenido la finalidad de que la memoria y representación sociohistórica se resignifique; esto partiendo del simbolismo colectivo. Esta resignificación, la intervención de los monumentos públicos, como paradigma y reflexión nemotécnica - técnica de aumentar la capacidad de retención de la memoria - se integran a diversos procesos de resistencia, dan visibilidad a la problemática y propone otras formas de reconstruirnos socialmente. Bajo estas consignas es innegable que dentro del espacio público la manifestación, la expresión y la protesta se lleve a cabo este 8 de marzo, en el sentido de exigir al sistema por los derechos, la vida digna, la igualdad y libertad de las mujeres. Marcharemos porque las calles también son nuestras, las seguiremos tomando hasta que podamos transitarlas sin miedo. Verónica Loaiza Servín, mujer arquitecta, gestora cultural y futura abogada. Artista plástica y visual, activista social y de los derechos humanos.