JUEGOS DE PODER Leo Zuckermann El término “macho alfa” viene de investigaciones biológicas serias sobre las jerarquías en el mundo animal. La política, sin embargo, ha tomado prestado el término para adaptarlo a cierto tipo de liderazgos. Poco tiene que ver con el comportamiento real de un macho alfa en una manada, pero el concepto funciona hoy en día con líderes típicamente populistas. Un “macho alfa” en la definición política es aquel que trata de imponer su voluntad a toda costa. Desde el día uno, queda claro que él, solito, estará a cargo de todo. Para tal efecto, se demuestra rudo y temerario. Es extremadamente vocal. Le gusta rugir todo el tiempo. Siente que sabe de todo, opina en consecuencia y toma decisiones irreflexivas que a menudo tienen altos costos. No sabe trabajar en equipo. Como decimos en México, “solo sus chicharrones truenan”. Por definición, son hombres que despiden un olor a testosterona. Supuestamente, existen muchos “machos” y “hembras” beta, gamma hasta omega que les parece atractivo el personaje y lo quieren seguir adonde los lleve, aunque sea un barranco. Estamos hablando, quizá, de una caricatura. Los liderazgos en la política suelen ser más sofisticados y tienen que ver más con la sociedad que con el individuo en cuestión. Yo no quiero, en este sentido, hablar de los “machos alfa” sino de la gente que tiene que trabajar en torno a un personaje con estas características. En primer lugar están los fanáticos. Aquellos que tienen idealizado al “alfa”. Piensan que están frente a un hombre histórico de esos que aparecen una vez por siglo. El adalid así se los hace sentir. Ellos se sienten parte de ese movimiento histórico que llevará a la manada a un mundo paradisiaco. Los fanáticos están dispuestos a dar la vida por su líder. Nunca se cuestionan si el “macho alfa” tiene o no la razón. Lo siguen ciegamente. Luego están los aduladores. En realidad el concepto no capta la esencia de lo que los angloparlantes llaman como un sycophant, es decir, “alguien que elogia a las personas poderosas o ricas de una manera que no es sincera, generalmente para obtener alguna ventaja de ellas”. La política está llena de estos personajes. Sin embargo, su papel crece y se torna fundamental cuando en el poder hay un “macho alfa”. Como un líder así es un sabelotodo que se siente superior e inteligentísimo, toma decisiones sin informarse y, por tanto, se rodea de aquellos que le dicen lo que quiere escuchar. De esta forma, el círculo de sycophants se va ampliando en torno del “macho alfa” hasta convertirse en los únicos que “escucha”. Pongo entrecomillas el verbo porque el líder no los está escuchando sino que más bien se está escuchando a sí mismo para validarse. Los aduladores se vuelven una cámara de eco del “macho alfa” donde nunca se encuentran visiones diferentes que desafíen las del líder. Finalmente están los miedosos, es decir, a los que les aterra una posible reacción negativa del “macho alfa”. Que vaya a rugir y sacarlos de la manada si expresan su desacuerdo. Como son tremendamente adversos al riesgo, se quedan calladitos cuando creen que el líder está equivocado. Creen que así se ganarán el cariño del “alfa” y, por tanto, una vez que se retire del poder, ellos lo heredarán gracias a su apoyo. Están dispuestos a tragar sapos hasta la ignominia. Nótese que el ambiente en torno a un líder del tipo “macho alfa” es muy poco propenso para una buena gobernanza. Por eso las democracias son superiores que las dictaduras. En las primeras, existen instituciones que le ponen límites al líder cuando éste se equivoca. Ahí está el caso de Estados Unidos con Trump, por ejemplo. En las autocracias, en cambio, nadie detiene al “macho alfa” quien puede embarcarse en peligrosas aventuras con costos altísimos para la sociedad. No existen las condiciones para corregir los errores. Es, me parece, lo que le está sucediendo a Putin con la invasión a Ucrania. ¿Es López Obrador un “macho alfa”? Le dejo a usted este juicio. Lo que quiero destacar es lo difícil que resulta trabajar con un “macho alfa” para la gente inteligente y valerosa que no está de acuerdo con él. Alguien como Carlos Urzúa que se dio cuenta muy rápido que así no podía seguir como secretario de Hacienda, renunció a su cargo y se regresó a su cubículo universitario. Afortunadamente en México todavía hay mucha gente así. Mi respeto y admiración a ellos. Son un ejemplo. Nada que ver con los fanáticos, aduladores y miedosos que hoy rodean cada vez más a nuestro presidente. Twitter: @leozuckermann