"Ya no tengo ganas": miedo y la resignación crece entre adultos mayores de Járkov, pues ataques rusos no cesan

Rusia está intentando tomar Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, donde los adultos mayores se refugian en su casa pues mencionan que no hay a donde ir y ya están muy cansados como para seguir adelante.

Foto: EFE

EFE / La Voz de Michoacán

Járko, Ucrania. Los combates entre las tropas rusas y ucranianas continúan en las afueras de Járkov (Járkiv), la segunda ciudad más grande de Ucrania, donde en los últimos días se han incrementado los ataques con cohetes, obuses, fuego de mortero y artillería a una población que vive entre la resignación y el miedo.

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A apenas 50 kilómetros de la frontera rusa, esta ciudad de casi un millón y medio de habitantes ha sufrido constantes bombardeos desde el comienzo de la invasión. Ahora, tras la retirada de Kiev, las tropas rusas están a pocos kilómetros y han reforzado sus asaltos a la urbe desde las afueras.

La administración militar de la región ha comunicado este martes 54 ataques contra la ciudad y su provincia en las últimas 24 horas, coincidiendo con la última información del Ministerio de Defensa ucraniano de que los esfuerzos de las tropas rusas se centran ahora en prepararse para tomar Járkov.

INTENSOS ATAQUES EN LA PERIFERIA

Después de que el Ejército ucraniano consiguiera empujar al ruso a las afueras, los envites rusos se concentran estos días en la periferia, especialmente en la zona norte, donde se está procediendo a evacuar algunas poblaciones en primera línea de frente.

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Según ha podido comprobar Efe, el pasado martes se produjeron ataques en el barrio de Satilvka del noreste de la ciudad, en el que han impactaron obuses en calles ahora desiertas, al encontrarse en la conocida como "zona gris", en disputa entre los dos ejércitos.

También en Derhachi, un pueblo residencial al noroeste donde cayeron proyectiles y en donde sus habitantes llevan sufriendo ataques intermitentes en los últimos días.

En la entrada de Járkov, decenas de vehículos hacían cola esta mañana para abandonar la ciudad rumbo al sudoeste, hacia Dnipró. Los que siguen dentro viven encerrados en casa, en refugios o en los andenes del metro.

Solo salen a la calle, dicen, para comprar comida o recogerla en los puestos de ayuda humanitaria, aguardando pacientes con el sonido de los estallidos al fondo, en los que ya siquiera reparan.

La mayoría son personas mayores, parejas sin hijos u hombres con sus familias refugiadas en otras ciudades o en el extranjero, que se han quedado luchando o trabajando en esta ciudad antes dinámica, universitaria, emprendedora y famosa por ser un nudo comercial con Rusia y Asia.

1.300 EDIFICIOS RESIDENCIALES DESTRUIDOS

En el barrio de Oleksíyivka, separado del centro por un puente, los bombardeos son visibles en muchos de sus edificios. Ventanas rotas, agujeros en las calles, casas incendiadas y algún resto de coches quemados entre los que caminan sus habitantes para conseguir comida o medicinas.

Según el alcalde de la ciudad, Igor Térejov, 16.000 infraestructuras de la ciudad han quedado destruidas, 1.300 de ellas edificios residenciales como el de Víktor, de 83 años, que señala el esqueleto de un vehículo debajo del inmueble bombardeado donde sigue viviendo.

"Yo ya tengo una edad fatalista", medio bromea. Se ha acostumbrado a las explosiones, dice, y no ve "necesidad de escapar". "Estoy en esta edad que ya no tengo ganas", se resigna.

Vive solo porque su mujer murió y ni siquiera baja a los refugios, pero tiene una opinión muy clara de los atacantes: "No son militares, no son soldados: son bandidos".

Cerca de su casa, a unos bloques de distancia, la soledad de las calles contrasta con una fila de decenas de personas. Es un punto de distribución de ayuda humanitaria: pan, manzanas y pollo congelado.

Al preguntar, muchos quieren contar su historia y muestran fotos con el móvil de apartamentos destruidos de vecinos, amigos o familiares.

"Gracias por vuestra ayuda", dice Tatiana, en referencia a Europa, tras recibir los alimentos. Recién jubilada y antes vendedora, explica que se quedará en Járkov "hasta el final", confía en que los ucranianos acaben con las "cucarachas rusas" y relata su día a día.

"Cada dos o tres días cogemos comida y medicinas, y por la noche duermo en un refugio". Su marido la acompaña durante el día, pero por la noche, lamenta, no quiere dormir bajo tierra y ella se preocupa.

ACOSTUMBRADOS A LAS EXPLOSIONES

En la cola, detrás suyo, Nikolái, de 73 años, ni se inmuta ante las explosiones: "Cada día es lo mismo y ya nos hemos acostumbrado, no nos importa, caen fuera de la ciudad".

Son estas personas mayores, como Larisa, amiga de Tatiana, las que se quedan porque, dicen, "no hay sitio adonde ir". "Esto es horrible, no podemos dormir tranquilos, no podemos relajarnos, queremos paz. ¿Por qué están sufriendo los civiles? ¿Por qué los torturan así?".

La incredulidad y un odio creciente a los rusos acompañan a los habitantes de Járkov, una ciudad acostumbrada a relacionarse con el país vecino y donde casi cada habitante tiene un amigo o familiar allí. El 95 % de su población es rusoparlante.

Ahora, aguantan los proyectiles de sus vecinos que llegan en oleadas, con varias explosiones seguidas en periodos cortos de tiempo y que por las noches, dice Alexéi, médico en la cola de la comida, empeoran.

"Hace cuatro días hubo muchas explosiones. Les mandaba mensajes a mis amigos diciéndoles que me perdonaran si, alguna vez, había hecho algo mal".