Por: Jaime Vázquez William Lindsay Gresham se alistó en las Brigadas Internacionales para pelear como parte del Batallón Lincoln al lado de los republicanos en la Guerra Civil Española. Era el año 1938 y abandonó sus trabajos como periodista y cantante de folk en Nueva York. En España supo de un caso que llamó su atención: un borracho “trabajaba” de monstruo en una feria ambulante y a cambio de unos tragos de alcohol comía animales; un monstruo desgarrado por el vicio, un hombre devorando su espíritu. Con esa poderosa imagen, Lindsay Gresham escribió Nightmare Alley (El callejón de las almas perdidas), novela que al relatarnos las razones del monstruo nos cuenta las grietas del alma humana. Guillermo del Toro toma la novela y junto con Kin Morgan escribe el guion para su versión de “El callejón de las almas perdidas”, su siguiente aventura fílmica después de “La forma del agua” (2017). El resultado es magia pura: una cinta con claves del film noir que ilumina con habilidad y cuidado las zonas de la fantasía, y que contiene en la forma y fondo el personal universo al que Del Toro nos ha invitado a lo largo de su filmografía: ficción-espejo donde la maldad forma parte del rostro humano y lo monstruoso es una dolorosa redención del alma. La primera edición de la novela de Lindsay Gresham es de 1946 y un año después el director inglés Edmund Goulding la lleva a la pantalla con un acertado Tyron Power en el papel de Stan Carlisle, el personaje central de esta historia de cine negro (Romina Power, hija de Tyron, tiene un cameo en la versión de Del Toro). Del Toro construye en su versión de 2021 con más detenimiento, la atmósfera de la feria y sus atracciones. Nos recuerda el extraordinario relato de José Emilio Pacheco, El viento distante, que comparte con la película esa puerta trasera de entrada a la sinrazón humana y la tragedia del monstruo humanizado o, tal vez, del ser humano que carga la monstruosidad detrás del rostro impenetrable; un truco de feria, el engaño, la mentira: la condición humana. Guillermo del Toro le contó a Leonardo García Tsao en una entrevista publicada en el libro En casa con mis monstruos, editado por la Universidad de Guadalajara: “…mi abuela me contaba muchísimas historias porque, supuestamente, ella y mi tío Julio vivieron en una casa encantada en Morelia, Michoacán […] una casa donde solo había una escalera de caracol en pie. Ella empezó a gritar y, entonces, una mujer blanca apareció en la punta de la escalera y bajó para abrazarla, sin tocar el piso”. De ese mundo de historias que se asoma por las escaleras, que grita en la noche, se alimenta el cine de Guillermo del Toro. Nos ha dicho: “Los monstruos hace muchos años, cuando crecía como niño católico en Guadalajara, me perdonaron todos mis pecados y me permitieron ser imperfecto”. Y reflexiona: “En las películas que hago, mayormente, el fantasma no es el malo, es alguien humano, el monstruo no es el malo, la maldad humana es infinitamente más temible”. ¿Tendremos en el mundo de hoy alguna duda? La película de Guillermo del Toro es un largo trago de licor que poco a poco se transforma en oscura y a la vez luminosa atmósfera de feria, en ilusión, en necesidad de ingresar por la puerta más amplia al engaño colectivo. A pesar de las mentiras el alma asoma a la noche. Bradley Cooper interpreta aquí a Stan, al que Tyron Power llenó de sombra siniestra en la versión de 1947. Del Toro nos entrega en “El callejón de las almas perdidas” un viaje de almas torturadas a través de su necesidad de mentir para alcanzar la felicidad o el éxito, el gran engaño que pide una botella de alcohol para continuar gritando en la oscuridad de su tragedia. --------- Jaime Vázquez es promotor y gestor cultural con una trayectoria de más de 40 años. Estudió Filosofía en la UNAM. Fue docente en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha publicado: cuento, crónica, reportaje, entrevista y crítica en diversos diarios y revistas. Colaborador de la Enciclopedia de México. Conductor en Los Contertulios de Radio Educación, y en Amor por los libros para Puebla TV. @vazquezgjaime