Redacción / La Voz de Michoacán Entre la figuración napolínea y la abstracción dionisiaca, entre el canon de la tradición occidental y el arte popular mexicano, entre la evidencia del color y la preeminencia de la forma, la pintura de Gabriel Torres Calderón descubre que la variación de armonía y contraste suscita la belleza. Y es que, si algo producen en el espectador las doce piezas de “Deus sive natura. Dios o la naturaleza” de Gabriel Torres, es una mezcla de sensaciones: de familiaridad y de extrañeza a un tiempo, como en “La palma” o “El jardín (del Balneario de Contzio)”. Este asombro y esta franqueza se explican porque las imágenes de la exhibición -que estará hasta el 24 de mayo de 2022 en la Galería David Alfaro Siqueiros de la Facultad Popular de Bellas Artes (FPBA)- parecen remitir al sueño, que es al unísono el más excepcional de los mundos y el más íntimo. Colores tropicales de juguete artesanal o de mercado de domingo, que bien pueden encontrarse en la obra de Paul Gauguin o en un cuadro fauvista, emergen en las pinturas de Torres Calderón, conformando paisajes oníricos que pueblan personajes ya entrevistos por nosotros, cotidianamente o en el arte. Estas figuras provienen del juego de la lotería o de la artesanía mexicana, de algún conjunto escultórico de Alfredo Zalce o de un cuadro de Rufino Tamayo, como esos perros que aúllan desaforadamente en mitad de la noche del alma; pero también es posible que evoquen “El jardín de las delicias” de Hieronymus Bosch, la obra de Marc Chagall o, más visiblemente, que sean una transposición de Ingres, como “La bañista de Valpinçon”. Las perspectivas se borran en una lluvia geométrica, en un agua mental que es cielo o estanque y, sin embargo, estas composiciones nos interpelan de forma directa, desde ese territorio intermedio en el cual se sitúan y que ya anuncia el título de la exposición inaugurada el 29 de abril: “Deus sive natura”, que es otro modo de expresar: lo inteligible es lo sensible. Tomada por Spinoza de René Descartes, esta locución latina que puede traducirse como “dios o la naturaleza” o “dios, es decir, la naturaleza”, implica un reconocimiento que ha escandalizado a la razón occidental a través de los siglos. Desde ese punto de vista, la naturaleza, la antigua physis griega, es dios, arkhé, lo cual constituye un escándalo porque equivale a afirmar la coincidencia entre lo eterno y lo cambiante, lo que según Platón es sólo apariencia y no se sostiene por sí mismo. No obstante, esa aserción que a Spinoza le costó ser repudiado en su tiempo, tiene un amplio recorrido en el reino del arte, en el que el pensamiento -el logos- y la naturaleza son uno solo en la conformación de la obra, en este caso pictórica, que es una especie de presentación del infinito a través de medios provisorios, fugaces. No es pues de extrañar que lo pensado, lo imaginado y lo entrevisto por el artista confluya en una sola materia mental que, durante más de dos años de encierro, entre 2020 y 2022, germina en “Deus sive natura. Dios o la naturaleza”, óleos que en su mayoría oscilanentre los 100 y los 130 centímetros de diámetro, en los cuales la belleza expone su secreto: no hay separación entre dios y naturaleza, Apolo y Dionisos son el mismo.