Erandi Avalos No me considero fotógrafo; periodista, pues tampoco, periodista para mí es el que escribe. Entonces, no sé, me quedaban las fotos que le gustaba a todo mundo; yo digo que pues, por suerte de las ranas.Enrique Metinides (1934-2022) La relación de los mexicanos con la muerte es sui generis. Desde la época precolombina la iconografía mortuoria es tratada con una estética intencionalmente cuidada y en ocasiones exquisita. Los tzompantlis, las ofrendas funerarias, la sincrética celebración del Día de Muertos y más recientemente, la parafernalia e imágenes que rodean a la narcocultura, son parte de nuestra cotidianidad. En el arte es un tema recurrente y muchos creadores de todas las disciplinas intentan un acercamiento novedoso, pocas veces con éxito. Conocí la obra de Enrique Metinides, en una extraordinaria exposición curada por Carlos Ashida, en el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara, en el 2014. Como cualquiera que vea sus fotografías, quedé impactada. La mezcla de belleza y horror en dosis exactas para observarse sin sentir culpabilidad de ser morbosos; porque lo que él captaba tenía un grado de poesía que conecta al espectador con un universo de lecturas que va mucho más allá de un burdo voyeurismo: la desgracia y la tragedia, sin duda; pero también la conciencia del valor de la vida, del amor hacia el semejante y la empatía hacia su dolor, la suspensión del tiempo en un momento en el que todos los sentidos están inmersos en el presente, lo que provoca un estado alterado de conciencia, debido a las sustancias que el cuerpo segrega para poder soportar situaciones así sin tener un paro cardíaco súbito. Por cierto, Metinides sufrió varios, además de múltiples fracturas, caídas y crisis nerviosas debido a su trabajo, que sin embargo no abandonó. Las perfectas imágenes, logradas a través de la búsqueda de planos que aportan elementos compositivos y conceptuales significativos para cada caso específico que fotografió, el cuidado que cada elemento tenga una razón de estar a cuadro sin entropías visuales que ensucien innecesariamente, denotan no solo su elevado dominio de la técnica; también su capacidad de síntesis visual y sobre todo, su gran capacidad para captar la muy escondida poesía en la tragedia. Pareciera que sus antepasados y su nacimiento como mexicano se conjuntaron para combinar la cultura griega, madre de la tragedia clásica y la cultura mexicana, epítome de la tragedia cotidiana. Otro aspecto que él mismo comentó en muchas ocasiones son las miradas que atrae su lente, que contrastan con aquellos que ya no ven, dividiendo el mundo de los vivos -que todavía quieren cinco minutos de fama- del mundo de los muertos que seguramente desearon no haber aparecido en el periódico ese día. Su obra ofrece también un pretexto para reflexionar a partir de la Teoría del Arte. ¿Puede alguien ser artista sin saber que lo es? El caso de este recién fallecido fotógrafo lo confirma, avivando un debate antiguo que nunca caduca: ¿quién es artista y quién no?, ¿un artista nace?, ¿se hace?, ¿o ambas? Hay personas que son artistas sin proponérselo y otras que creen ser artistas sin serlo. El caso de Metinides no es únicamente el refinamiento técnico que logró, sino que sus fotografías expresan la naturaleza de lo humano frente a la vida y la muerte. Fue no solo un artista, fue a través de sus imágenes un filósofo que puso frente a nuestros ojos a través de los suyos, cuestionamientos ontológicos eternos y universales con un nivel estético superlativo. Metinides fue un hombre de familia, sensible, profesional y generoso, como muestra el documental dirigido por Trisha Ziif, El Hombre que vio demasiado (México, 2015), agradezco a la artista del performance Diana Olalde por el dato para verlo de manera oficial el fin de semana pasado a través del programa “Cine en línea” de la Filmoteca de la UNAM, a manera de homenaje póstumo. Para aquellos que quieran verlo, pueden buscarlo en la más famosa plataforma de vídeos por internet. Totalmente recomendable. Metinides, sin temor a equivocarme, ha sido el fotógrafo con mayor público en la historia de la fotografía, ya que sus obras se mostraron diariamente durante décadas y llegaban a miles de personas que, si bien no buscaban ver arte, con sus fotos lo hicieron. No se consideró a sí mismo un artista, o al menos eso decía. Pero sí se sabía poseedor de un talento fuera de serie, que fue alimentado por una disciplina y una práctica ininterrumpida desde los nueve años, que lo llevaron a convertirse en un reconocido fotoreportero, que cándidamente atribuía sus impresionantes fotografías a la suerte que le daban las figuritas de ranas que llevaba consigo para que le dieran suerte y “pudiera lograr una buena foto”. ¿Será que un anfibio talismán transforma a cualquiera que lo porte en un extraordinario artista? Lo dudo. ---Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com