Redacción / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. En la literatura universal hay muchos escritores que a pesar del paso del tiempo siguen siendo influyentes no sólo sobre sus lectores, sino sobre otros autores, y uno de ellos fue Bram Stoker, cuyo “Drácula” ha sido inspiración de otras novelas, historias, películas, series e incluso caricaturas. El atractivo vampiro que ha tenido cientos de reinterpretaciones no hubiera visto la luz sin las historias que le contaba su madre. Cuando Abraham Stoker (Dublín, Irlanda, 8 de noviembre de 1847) era niño, fue víctima de una enfermedad que le afectó la movilidad durante gran parte de su infancia, confinándolo a su cama. Para ayudarlo a superar la fatiga y el aburrimiento, su madre, durante casi siete años, según los biógrafos del escritor, le leyó a su hijo cuentos traídos en la mitología irlandesa, llenos de gnomos y duendes. Estas historias fantásticas serían las que comenzaron a generar en el autor el gusto por los personajes extraordinarios, que, ya convertido en escritor, serían el tema principal para sus relatos, a decir de Barbara Belford (2002) en el libro “Bram Stoker and the man who was Dracula”. A pesar de que Drácula no fue el primer vampiro de la literatura, el mismo autor reconoció que con su historia sólo aspiraba a entretener al público, y de pronto ganar un dinero extra. El creador del inmortal vampiro comenzó su carrera como crítico literario en Irlanda, hasta que uno de sus amigos le propuso que se radicara en Londres para dirigir un teatro. Ya en Inglaterra, Stoker publicó una serie de cuentos hasta que en 1897 presentó la historia del vampiro de Transilvania. El libro ha sido traducido a alrededor de 50 idiomas y se calcula que se han vendido más de 12 millones de copias; sin embargo, el escritor falleció en Londres a causa de la sífilis, pobre y olvidado en 1912. Cuando falleció, su esposa Florance obtuvo los derechos de su obra. Un niño enfermo Hay diversas biografías y películas dramáticas y épicas sobre la vida de autores clásicos. No es el caso de Bram Stoker. La mayoría de sus documentos privados no han sobrevivido, y la mejor fuente disponible es una biografía que escribió el propio Stoker sobre Henry Irving, un actor de teatro con el que compartió 30 años de su vida. Abraham Stoker nació el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, al norte de Dublín, cuando Irlanda era todavía parte del Reino Unido. Fue el tercero de siete hermanos. Lo más contado de él es que fue un niño muy enfermizo y que, hasta los siete años, estuvo cercano a la muerte por causas desconocidas. No obstante, es posible que esta situación se haya exagerado un poco. Durante el tiempo que pasó en cama, el pequeño Bram pudo escuchar los mitos y leyendas que le narraba su madre. Tuvo la suerte de contar con los libros de su padre como ocio, y desde los 16 años ya escribía compulsivamente. No sólo se repuso de sus males, sino que llegó a ser un joven corpulento y un deportista destacado. Estudió en el Trinity College de Dublín y por fortuna se conserva una carta que envió a Walt Whitman, en la que se describía a sí mismo a los 24 años: “Mi nombre es Abraham Stoker (junior). Mis amigos me llaman Bram (...) Soy un oficinista al servicio de la Corona con un salario bajo. Tengo 24 años. He quedado campeón en nuestros campeonatos de atletismo y he ganado una docena de copas. También he presidido la College Philosophical Society y he trabajado como crítico artístico y teatral en un diario. “(...) Tengo un temperamento constante, soy frío de carácter, tengo una gran capacidad de autocontrol y normalmente soy reservado con el resto de la gente. Me deleito mostrando la peor parte de mí a la gente que no me gusta –la gente de disposición miserable, cruel, hipócrita o cobarde–. Tengo muchos conocidos y unos cinco o seis amigos, cada uno de los cuales me cuida como al que más”. Con su esposa Florence Balcombe, exnovia de Oscar Wilde, se fue a Londres en diciembre de 1878 y se dedicó a dirigir el teatro que había fundado su amigo Irving, codeándose con la alta sociedad. Este trabajo le robó todo su tiempo, por lo que sufrió un parón como escritor. Pero Stoker ya había escrito (y escribiría) de todo: historias de amor, no ficción, cuentos de hadas, lecturas moralizadoras y, por supuesto, cuentos de terror. Sin embargo, no le fue fácil colocar sus historias en publicaciones, y las críticas a su obra iban de la mala nota a una aceptación sin más. La bahía de Cruden le inspiraba, y, una vez encontró el tiempo, se puso a escribir y a recopilar datos para “Drácula” desde esa pintoresca cala de acantilados al nordeste de Escocia, coronada por el castillo de Slains. “Drácula” y el ocaso de Stocker Así, en 1897 se publicó “Drácula”, y Bram Stoker pasó a vivir como un autor reconocido, genio literato e influnyente vic¬toriano. Pero no todo fue miel sobre hojuelas, ya que el Daily Mail comparó la novela con “Los misterios de Udolfo”, de Radcliffe; con “Frankenstein”, de Mary Shelley, y con “Cumbres borrascosas”, de Emily Brontë. Pero la revista The Athenaeum escribió: “No es más que una burda contribución al arte constructivo y a la alta creación literaria”. Cuando las mejores palabras de una novela las da la madre del autor, algo no va bien. Le dijo a su hijo que la obra era espléndida, y le aseguró que las emociones tan horripilantes que producía deberían procurarle una gran reputación y mucho dinero. En los tres años siguientes a la publicación de “Drácula”, Stoker tocó fondo. Publicó “Miss Betty”, una obra menor, según los críticos; el teatro que dirigía se incendió; Irving se cayó por las escaleras, lo que le impidió actuar; consiguientemente, la situación les llevó a la bancarrota y, por si fuera poco, la madre de Stoker falleció en 1900. A los problemas económicos les siguieron los de salud, y el 20 de abril de 1912, Bram Stoker murió a los 64 años de edad, cinco días después del hundimiento del Titanic: aunque su necrológica apareció en los periódicos, nadie le prestó atención. En palabras de Clive Leatherdale, Stocker fue “un escritor con una trayectoria vulgar que sólo encontró la inspiración en una obra”.