Ana Luisa Sánchez Hernández En la víspera del jueves de corpus Christi, según el calendario litúrgico, en la comunidad de Cherán se celebra la Cha’natskua y “la bajada de las katarakuas”. Esta fiesta ceremonial es uno de los rituales anuales de gran importancia en la región p’urepecha o purheeherio. Cada pueblo lo festeja de manera particular, pero el significado y creencias en torno a está celebración es el mismo: agradecer a la naturaleza por los recursos que ha proveído. AntecedentesLa llamada “bajada de los panaleros” o “bajada de las katarakuas” es una ceremonia ritual que data desde tiempos prehispánicos. En la “Relación de Michoacán” en los capítulos sobre las funciones del gobierno, se habla de los “kuipakuri”, la persona encargada de recibir y guardar toda la miel de caña de maíz, de abejas y abejorros que le llevaban al cazonci. Este funcionario/mayordomo estaba vinculado al “acåmbecha”, encargado del conteo de la gente y del tributo. Su posición era alta en la jerarquía de los gobernantes. De acuerdo con las investigaciones antropológicas y etnobiológicos, la doctora Aida Castillejos y el biólogo Arturo Argueta (2012) señalan que estás especializaciones y su jerarquía de quienes las encabezan (achis, kuipakuri, acåmbecha, cúes, etc), son similares a las de los oficios actuales vinculados al dominio de los cerros, producción agrícola y artesanal. Además, mencionan que los panaleros se distinguen de los apicultores, cuya actividad está orientada al cultivo de las abejas de origen europeo (Apis Melifera) y a la obtención de miel, cera y otros productos para el comercio local y regional. Con la conquista española al paso de los años, las fiestas prehispánicas se suprimieron y algunas otras estratégicamente se adaptaron a fin de sobrevivir, se insertaron en el calendario litúrgico de la nueva religión. San Anselmo y los panaleros en la actualidad¿Por qué San Anselmo es el santo que protagoniza está ceremonia, si su historia de vida no se relaciona con algún oficio del campo?. Según la historia oral de los abuelos, se dice que la primera imagen de San Anselmo fue un obsequio del sacerdote a un panalero de Cherán que con su habilidad de subir árboles, le ayudó a colocar unas vigas en la iglesia del pueblo; agradecido con el padre y sobre todo con Dios por proveer los recursos necesarios para obtener la miel y los panales, decidió hacer una fiesta en honor al santo vinculado con su oficio. En la actualidad existen siete imágenes de San Anselmo, que son resguardadas por los cargueros, “achis”, en cada uno de los barrios del pueblo. Cada carguero un mes antes del corpus, busca e invita a los panaleros que irán a recolectar los “khuipu” (panal) y que acompañarán a la imagen. Entre 4 a 6 panaleros hacen una katarakua, que es la estructura de dos tablas de madera entrecruzadas que sostienen los panales, animales vivos o disecados, flores, ramas de cirimo y helecho que se encuentran en sus recorridos; además son decorados con servilletas y orquídeas silvestres. Las más vistosas llegan a medir poco más de 3 metros. Si bien este ritual gira en torno a San Anselmo y los “khuipu” (panal) de las uauapu (abejas negras), implica una práctica de socialización generacional, género, barrial, de parentesco y con la naturaleza. Dicho ritual fortalece los conocimientos, prácticas y creencias relacionadas con el aprovechamiento de los bosques. Entre katarakuas, crónica de un ritual anunciadoEl miércoles pasado fui a mirar la fiesta del corpus en Cherán, pueblo serrano enclavado en la meseta purépecha. Desde mi llegada a las 10 de la mañana se observaba que estaban de fiesta, se escuchaba los cuetes que anunciaban que allí estaba San Anselmo. Jóvenes y niños comprando capotes (impermeable de palma) y sombreros vistosos en la plaza principal. Al caminar hacia la iglesia, me tocó mirar una katarakua vistosa que a buen ojo podía medir entre 3 metros de alto, lo cargaba un joven que al son de la banda bailaba, acompañando a los cargueros del segundo barrio. La carguera se distinguía por usar bastantes listones de colores, que tapaban su rostro vistiendo el traje tradicional; mientras que el carguero usaba un morral y en su espalda una servilleta de buen tamaño. Iban bailando acompañados de sus familiares, los panaleros y una orquesta por una de las calles principales del pueblo. Al escuchar la música y los cuetes, la gente salía de sus casas a ver las katarakuas. Al llegar a un negocio de refacciones, el dueño obsequió playeras a los cargueros y sus acompañantes, mientras otra señora salió al balcón de su casa y empezó a aventar utensilios de cocina en tamaño pequeño, como saleros y anforitas. Después de ver tan impresionantes katarakuas y un intercambio de objetos de peculiar tamaño, seguí mi camino hacia el templo. Al entrar, pude observar a varias mujeres haciendo tapetes de aserrín que cubrían el camino central hacia el altar. Al lado derecho del altar estaban las siete imágenes de San Anselmo y dos de San Isidro labrador, cada imagen estaba adornada con flores naturales, los santos vestidos con gabán (sarape) sombrero y alrededor de la imagen había herramientas en tamaño miniatura que son utilizadas en los oficios relacionados al bosque, como el guaje (ánfora para transportar agua), el capote (impermeable de palma), entre otros. Al salir del templo, me fui a acompañar a una pareja de cargueros, la familia Hernández Romero. Al llegar a su casa, encontré a la orquesta tocando, sus familiares y los panaleros con sus respectivas familias, comiendo. La gente iba llegando, las mujeres le ponían un listón a la carguera y los hombres le daban una botella o caja de cigarros al carguero, mientras los cargueros obsequiaban un plato de comida, carnitas con arroz, como forma de agradecimiento por acompañarlos. Al fondo se escuchaba la pieza musical del Corpus y de inmediato los panaleros, niños con sus pequeñas katarakuas y capotes empezaron a bailar con los cargueros. Esto anunciaba que era hora de partir e iniciar el recorrido por las calles del pueblo, para reunirse en el Templo del Calvario con los 7 cargueros y sus respectivos grupos de panaleros. Salimos de la casa al son de la música, los jóvenes panaleros cargando sus katarakuas, las ánforas y guajes de charape (fermentado tradicional de piña o tamarindo) los cargueros bailando con sus acompañantes. Las infancias iban adelante con gran algarabía bailaban, aventando harina. El cielo se miraba nublado, apenas unas cuantas gotas caían del cielo, anunciando tremenda tormenta. Pero eso no hacía parar la ceremonia, al contrario era buen augurio que lloviera. En el transcurso del recorrido, el rostro de los panaleros era de cansancio y felicidad. El cansancio lo apaciguaba con unos tragos de tequila o charape, para hacer más ligera la subida. Mujeres, niños, jóvenes y abuelos no paraban de bailar y compartir la bebida. Algunos gritaban: ¡Arishta! que en voz de un cheranense quiere decir: ¡así se hace!. Otros azotaban el sombrero sobre el piso. Al llegar a las afueras del templo del calvario, los panaleros se lucieron con sus mejores vueltas con las katarakuas, los niños con hermosas sonrisas y risas mientras bailaban también eran parte de la ceremonia. Ahora, era tiempo de “bajar” hasta la plaza principal, por ello, entre la voz del pueblo se le conoce como “la bajada de los panales” por la calle Allende. Justo en ese momento se suelta una tormenta, los niños y señores se alegran de que esté lloviendo, juegan en los charcos de agua. Los jóvenes con su capote se reúnen y empiezan a bailar bajo la lluvia, pareciera un danza ensayada, pero no lo es, es simplemente el gusto y el agradecimiento por la lluvia, ya que con ella se asegura una buena cosecha de sus sembradíos. Mientras vamos bajando, los cargueros y sus familiares avientan objetos en miniaturas relacionados a los oficios que hay en Cherán. El reloj marca las seis y hemos llegado a la plaza principal, seguimos bailando, seguimos tomando. Así al terminar el recorrido por la plaza, algunos panaleros se quedan, algunos otros se regresan con los cargueros a su casa. Sin duda, está ceremonia es una de las más vistosas e impresionantes que se viven en la región purépecha. Son parte del patrimonio cultural vivo de Michoacán que se resiste a morir y adaptarse a nuevos tiempos. Ana Luisa Sánchez Hernández, nacida en Morelia pero con ascendencia en Cherán; es antropóloga social con especialidad en peritaje antropológico y gestión cultural.