Guillermo Valencia Reyes Las derrotas electorales siempre nos dejan lecciones. Después de un proceso las dirigencias de los partidos derrotados se debilitan. Por razón natural, los resultados adversos motivan sentimientos encontrados entre correligionarios; los liderazgos visibles son atacados por quienes no tuvieron un papel protagónico en la contienda. Habitualmente, después de las jornadas electorales las contiendas se extienden a las entrañas del partido que perdió espacios. Es una práctica de canibalismo más feroz que con el adversario político; algo muy parecido a un intento de exterminio absolutamente fratricida. Cómo todos sabemos, en los últimos años, el PRI retrocedió en el control de gubernaturas y eso se ha convertido en bandera de algunos actores políticos priistas, para atacar a la dirigencia nacional y, en particular, a presidente Alejandro Moreno Cárdenas. Ex dirigentes del Comité Ejecutivo Nacional culpan a nuestro dirigente nacional por los descalabros, pero pasan por alto que, el retroceso del PRI, como partido gobernante, tuvo su punto culminante en el 2018, cuando se perdió la elección presidencial. Desde la administración pública federal se minó al Partido Revolucionario Institucional, con un ejercicio del poder absolutamente insensible y frívolo; alejado de los principios que dieron origen a nuestro instituto político. Hoy, a quienes pretender arrinconar a la dirigencia nacional, no son autocríticos. Pretenden imponer criterios personales y arriesgan la estabilidad de una institución que requiere generosidad y no juicios inquisitorios. Quienes hoy pretender vulnerar a la dirigencia nacional, también son responsables de los malos resultados electorales porque no hicieron bien las cosas cuando gobernaron o fueron parte de un régimen. Michoacán es ejemplo claro de cómo desde el gobierno central se pisotearon los derechos de los michoacanos y ningunearon a los priistas, que en 2011 habíamos recuperado la gubernatura. La inseguridad sufrida hoy por los michoacanos, mucho se debe a la incursión del gobierno federal en la persona de Alfredo Castillo Cervantes, quien violó la ley a su antojo, pactó criminales y saqueó el arca del estado. Entonces queda claro que desde el Gobierno de la República se hicieron las cosas mal. Eso, irremediablemente le hizo daño a los michoacanos y al propio PRI. En el PRI, no son tiempos de lavarse las manos y repartir culpas. No es momento de sumarse a Morena y su gobierno, para debilitar a la dirigencia nacional de nuestro partido. Es momento de asumir la responsabilidad que le toca a cada quien; y atajar, de una vez por todas, los propósitos de la mal llamada cuarta transformación. Son tiempos de construir acuerdos para no auto destruirnos. Es inaceptable que el enemigo de un priista sea otro priista. Atacar a nuestra dirigencia nacional, sin un asomo de autocrítica, sólo alimentan los afanes autoritarios de un Régimen que poco a poco destruye a México. Bien decía el excanciller alemán Konrad Adenauer: “Hay tres tipos de enemigos: los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido”.