LEYENDA | Al marcar las 12 de aquel reloj, un hombre encadenado recorre Pátzcuaro, luego desaparece en el río

Cuentan que el reloj de la torre de un templo ubicado a un lado de El Sagrario y muy cerca de la Basílica, salvó la vida de un condenado a muerte en España.

Juan Carlos Huante / La Voz de Michoacán

Michoacán. Dicen que en sus calles empedradas, cuando el reloj daba doce campanadas, aparecía un hombre sujeto con cadenas, luego se precipitaba a un río subterráneo de Pátzcuaro.

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Este suceso coincide con la leyenda del Duque Manuel Ávila –como se relata en el “Libro de Leyendas de Pátzcuaro, de quien fuera cronista de la ciudad, Enrique Soto González–, a quien, acusado de alta traición, el Rey Felipe II mandó encarcelar en España y fue condenado a la pena máxima de la muerte.

La condena debía ejecutarse en la plaza del lugar al día siguiente luego de que el reloj diera la última campanada, de 12.

Cuando estaba todo dispuesto para que se consumara la sentencia, las manecillas del reloj marcaron la hora señalada, pero solo sonaron 11 campanadas, por lo que el duque fue regresado al calabozo.

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Este inesperado suceso se repitió en días posteriores y no se ejecutaba la condena, hasta que llegó la noticia al rey que decidió comprobarlo personalmente, pero ocurrió lo mismo, solo 11 campanadas, por lo que otorgó el indulto a Manuel de Ávila, pero a cambio del destierro.

El rey, pensando que había algo en ese reloj para que no muriera el reo, ordenó quitarlo y enviarlo a la Nueva España para que a su vez el Virrey lo instalara en otra ciudad.

Este reloj llegó a Pátzcuaro, al templo de La Compañía, que un tiempo fungió como Catedral de Michoacán, quedando a la custodia de los jesuitas.

Foto: tomada de mansioniturbe.blogspot.com

Por su parte, el Duque de Ávila, luego de estar tan cerca de la muerte, prometió revestir de oro y plata aquel reloj que lo salvó sin explicación alguna, y colocarlo en un digno marco de cantera.

Y el destino los volvió a encontrar. Tiempo después el Duque arribó a México y ahí se dio cuenta que aquella maquinaria se encontraba en un pueblo de Michoacán.

Entonces se dispuso viajar a Pátzcuaro, pero en el camino fue asaltado y encadenado para robarle sus bienes. Dicen que en un momento de distracción de sus captores, Manuel Ávila escapó, pero en su huida cayó a un río que pasaba por el lugar, donde murió ahogado.

El Duque no pudo cumplir su promesa con el reloj y entonces, cuenta la leyenda, cuando el reloj de aquella torre marca las 12 y tras el sonar el mismo número de campanadas, un hombre sujeto a cadenas recorre las calles y luego se precipita a un río subterráneo de la ciudad.

Ese reloj, que aún se encuentra en la torre del recinto, se puede ver desde distintos puntos de la ciudad lacustre, muy cerca de la Basílica de Nuestra Señora de la Salud y justo a un lado del templo de El Sagrario, característico por su barda con arcos.

HAY MÁS...

Y si la leyenda del Reloj de La Compañía intriga al visitante, muy cerca de ahí, en las esquinas de Narvarte con Dr. Coss, existe la pila de San Miguel, de donde corrieron al diablo que aterrorizaba a los pobladores, el cual, sin darse por vencido, continuó merodeando más arriba de la citada de la calle.

Ahí, en una pendiente, sobre la calle Dr. Coss, existe una piedra sobre la cual, según los relatos, el espíritu maligno se sentaba hasta que la derritió y la dejó en forma de silla; a la fecha existe la llamada “Silla del Diablo”.

Foto: Facebook.

Pero visitar Pátzcuaro es toda una experiencia, con un vasto abanico de actividades que se pueden realizar entre calles empedradas, como ir al lago, caminar entre sus plazas: Vasco de Quiroga y Gertrudis Bocanegra.

Visitar históricos recintos religiosos, como la Basílica de la Salud, el Sagrario, con sus famosos arcos; el santuario de Guadalupe o el templo contiguo al exColegio Jesuita, que fungió como la primera sede del entonces obispado de Michoacán.

O darse una vuelta por la tradicional “Casa de los Once Patios”, en la que los visitantes pueden pasar horas entrando a cada uno de sus rincones.

Pero esto solo es una parte de lo que se puede ver en Pátzcuaro, uno de los principales y antiguos centros ceremoniales purépechas.

¿Y PARA COMER?

Su rica gastronomía deleita hasta el más exquisito de los paladares, entre charales, mojarras doradas, pescado blanco, corundas, uchepos y atole de grano.

Y antojitos como enchiladas, pambazos frente a la ‘plaza chica’ o su deliciosa nieve de pasta en los portales frente a la plaza Vasco de Quiroga.

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