El Universal/La Voz de Michoacán Ciudad de México. Desde 1978, las tareas de conservación de los murales del Recinto Sagrado de México-Tenochtitlan se han realizado a la par de los trabajos arqueológicos en la Zona Arqueológica del Templo Mayor, lo cual significa un reto, porque al momento de exhumarlos reaccionan con el medio ambiente, que es más agresivo de lo que fue hace 500 años, señaló la restauradora y arquitecta, Michelle De Anda Rogel. La especialista del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) informó sobre los avances de esta investigación dentro del ciclo de conferencias en torno a la exposición "Nuestra sangre, nuestro color: La escultura polícroma de Tenochtitlan", que se presenta hasta el 20 de agosto en el Museo del Templo Mayor. En un comunicado del INAH, De Anda Rogel resaltó que sólo seis edificios de la zona arqueológica conservan restos de policromía: el Templo Mayor, la Casa de las Águilas, los edificios M y N, y los Templos Rojos (Norte y Sur). Los murales mexicas se realizaron sobre diversos soportes constructivos, aplanados de tierra y, los mejor conservados, sobre estuco. El criterio de conservación para ambos ha sido in situ, y se ha recurrido al rescate de información visual mediante el registro digital de las pinturas para analizarlas de manera detallada y hacer una intervención adecuada ante su inminente deterioro, explicó. El proyecto de registro gráfico de la pintura mural mexica se remite a 1994, ante la preocupación por la posible pérdida de los murales, y fue emprendido por Leonardo López Luján, actual director del Proyecto Templo Mayor, y el arqueólogo e ilustrador Fernando Carrizosa Montfort; éste último apoyado de lupas estereoscópicas y luces ultravioleta, logró identificar dónde había color, repintes o huellas de elementos punzocortantes que hubieran servido como trazo preliminar, recordó. Los especialistas determinaron que son cinco los colores que predominan tanto en la pintura mural como en la escultura mexica, casi todos de origen inorgánico, excepto el aglutinante que era orgánico y se obtenía del mucílago de orquídea. Los murales tuvieron mantenimiento en diversas etapas de la civilización mexica, ya sea por la vía técnico-funcional (cuando se deterioraba la capa pictórica), cambio conceptual (sustitución del color) o de renovación simbólica (cuando recubrían con un pigmento idéntico), concluyó la restauradora.