Amor al prójimo, entrevista a Gabriela Enríquez ganadora del Premio Mauricio Achar

Escritora y profesional en la educación de adultos, cree con firmeza que la ficción es una vía privilegiada para llegar a la realidad

Foto: Víctor Ramírez

Víctor E. Rodríguez Méndez colaborador de La Voz de Michoacán

Como escritora y como profesional en la educación de adultos, Gabriela Enríquez cree con firmeza que la ficción es una vía privilegiada para llegar a la realidad. “La escritura es una vía de liberación”, asegura, “pero también puede ser una trampa”. Con todo ello como estímulo, la escritura literaria la ayudó a profundizar en una historia ficticia y así pudo escribir entonces su primera novela Amor al prójimo, ganadora del Premio Mauricio Achar/Random House 2023, una obra que “tiene mucho de la vida real, sí, pero no es mi historia”, según señala.

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El jurado —integrado por Fernanda Melchor, Alaíde Ventura, Julián Herbert y Francisco Goñi— reconoció en la obra de Gabriela Enríquez “el tratamiento intimista de las relaciones familiares y las dinámicas complejas detrás de la violencia intergeneracional”, en cuanto a que “retrata la vulnerabilidad en torno a las pérdidas, ausencias y la resiliencia frente a la desgracia que atraviesa el cuerpo”, además de tener un “estilo depurado y la precisión para construir una intriga y los personajes”, de acuerdo con el acta que valida el premio.

La novela explora “la relación entrañable entre dos hermanas, pero también la competencia por la luz, el cariño, la atención de los padres y el amor de un hombre”, ha dicho la propia autora.

Gabriela Enríquez Ortiz (Ciudad de México, 1968) tiene una historia profesional paralela a la de escritora. Siempre ha escrito, dice, desde su adolescencia, por lo que se considera, de hecho, escritora, pero también le ha interesado formarse profesionalmente en el campo de la educación. Actualmente radica en Pátzcuaro (Michoacán), donde labora en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y El Caribe (CREFAL).

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Foto: Víctor Ramírez

Amor al prójimo nació hace más de siete años, según explica en entrevista. “Quería explorar algunas preguntas sobre la familia, y el dolor y el amor, que casi son sinónimos, en todas las dimensiones del amor. Lo traté en distintos formatos, hasta que empecé a explorar la narrativa —en la que no me había metido mucho— y dije entonces: por ahí quiero aprenderlo, vi que era un canal que me ayudaba a profundizar lo que quería”.

Abunda: “La novela la hice para escribirla, no para un premio, eso sí fue algo muy importante. Yo quería escribirla y recorrer ese camino”.

Siguiendo esta ruta, Gabriela estudió un diplomado de literatura en la Escuela Mexicana de Escritores, que fue lo que le dio el impulso original por la narrativa para su primera novela. Detrás también están los primeros bocetos en el taller de María Luisa Puga en Zirahuén, luego el diplomado, y recientemente un taller con Neige Sinno, Gabriela Mier y Paulina Vázquez, al que califica como una “experiencia padrísima, porque son mis amigas, sí, pero trabajar entre pares suscita un aprendizaje increíble, no nada más por lo que ellas te corrigen o te dan sugerencias, sino que vas aprendiendo de lo que ellas van escribiendo, de cómo van encontrando su camino”.

También menciona la importancia de un taller en los últimos años con Mario González Suárez. “Éste era un poco distinto porque es un taller en el que hay una autoridad, no somos pares, y lo que escribimos quienes estamos en el taller es muy distinto, pero también te das cuenta de otras dimensiones. Él es un escritor que ha publicado ya muchísimos libros y tiene mucho más camino, y a mí en lo que me ayudó mucho es a destrabar, porque él es un muy buen maestro de literatura, se da cuenta dónde te empantanas y dónde te escondes, y ahí es donde te ayuda a destrabar las cosas”.

En ese sentido, para Gabriela la escritura “es una vía de liberación, pero también puede ser una trampa”, dice, “donde inconscientemente te cubres y te escondes”. Por tanto, asegura que para ella los talleres han sido muy importantes para poder escribir.

Una historia como muchas otras

En resumidas cuentas, nuestra vida está construida sobre ocultamientos y mentiras, escribe Gabriela en Amor al prójimo.Y es así como teje una trama de mujeres incompletas y con diversas roturas, marcadas por el desatino de sus vidas, aun cuando son una misma familia; son una madre y dos hijas que se hablan sin escuchar, que se miran sin verse, que se perciben solamente como sombras prendidas al pasado que las atormenta de un modo u otro. Sin embargo, la novela no es ni autobiográfica ni tiene referencias personales familiares.

“Me preguntan mucho sobre de eso, y a mí me da mucha curiosidad por qué a la gente le importa saber si pasó tal cual. Yo digo que no sé si pasó, porque de hecho todas esas cosas pasaron, no necesariamente a una persona, sino que —como dicen algunos escritores— ¿con qué escribes tú?: con muchos pedazos tuyos que los avientas ahí y agarras algunos y con eso escribes, y también de gente que conoces. No es que sea la biografía de mi familia, pero sí escribes con cosas reales que pasaron y también con cosas que no son tan reales, porque escribes también con muchas otras cosas”.

La pregunta en torno a si pasó, añade Gabriela, debe mejor dirigirse en el sentido de si ese tipo de historia sucede realmente: “Pasa siempre y en todos lados”. Al final, dice, “como se ha dicho antes, aunque hagas cien obras o las que sean, siempre le das vuelta a la misma historia y ¿cuál es esa misma historia?, pues tu propia historia, que a lo mejor la cambias la anécdota, pero finalmente es la tuya”.

Marcada por una prosa ágil, sobria e inteligente, muy precisa y por momentos subyugante, Amor al prójimo explora también el poder de la expiación y el rencor, con la sed de cariño y la ausencia como temas transversales. Con nuestros papás muertos, no habríamos crecido sintiéndonos indignas de cariño, no tendríamos nada que perdonar, dice en alguna parte la voz narrativa de la novela. Se trata de una obra de espíritu melancólico, algo triste, pero que se lee con facilidad por su ritmo claro y pausado.

A pregunta expresa, Gabriela Enríquez señala que su novela no está hecha para doler, como sí se han escrito otras. “La conclusión que tengo después de haberla terminado, es que esta novela está hecha para que nos demos cuenta de que somos más fuertes de lo que creemos; en varias partes del libro dice que tienes que recorrer ese camino porque por ahí está la salida, no hay de otra, porque la luz está en medio de la oscuridad, en el abismo. No es para doler, sino que —por el contrario— pasa por el dolor porque por ahí hay salidas”.

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Gabriela Enríquez estudió Ciencias Políticas y es maestra en Estudios para la Paz. Ha incursionado en la narrativa, poesía, dramaturgia y guion documental. Sobre la frase de los ocultamientos y las mentiras de la historia, confrontada con la esencia misma de la ficción literaria, la autora abunda diciendo que siempre nos preguntamos qué es ficción y que es realidad. “Creo que la ficción es una vía privilegiada para llegar a la realidad, la ficción es más real muchas veces”. Y agrega: “Eso un poco un poco lo que trata de decir la novela: muchas mentiras que hubo en la familia fueron realidad, o sea, ¿cómo vamos entendiendo la realidad?, ¿cuál es la diferencia?, ¿qué tan reales son las mentiras con las que vivimos y nos determinan?, dado que con ellas nos relacionamos de determinada manera”.

            En la novela las mujeres protagonistas se reflejan como seres incompletos y rotos, fragmentadas de un modo u otro. Gabriela dice al respecto que no fue su intención fijarlas en esa condición, misma situación en la que pudieran estar muchos seres humanos, sean hombre y mujeres. “Las mujeres están puestas en una situación muy crítica”, apunta, “puestas en un extremo, pero con cierto límite; la intención fue, en todo caso, plantear la pregunta: ¿cómo hacemos para limpiar el camino de los que vienen? Ésa fue mi intención, sobre todo pensando en mi hijo y en la gente que viene detrás, y lo que salió fue un conjuro muy extraño que espero surta efecto. Por más que uno crea que tiramos la vida a la basura, no es cierto. Siempre hay un propósito que nos puede ser útil”.

Gabriela Enríquez se manifiesta satisfecha con el resultado de la novela. “Dije lo que tenía que decir sobre este tema y ése es el gran logro, más allá del premio y más allá de todo, porque para eso también uno escribe”. El premio, por cierto, para Gabriela ha significado algo importante. “No me lo esperaba, incluso me costó trabajo meterla al concurso porque una siempre duda sobre su primera novela. Realmente me agarró de sorpresa, fue increíble, sobre todo después de que me di cuenta del jurado, que son escritores importantes y, además, jóvenes”.

Y aclara: “No escribí una obra ideológica para las mujeres; habla de mujeres, sí, pero no tiene una ideología feminista, porque creo que la literatura no puede ser eso, si tú escribes algo desde tus convicciones ya no es literatura, eso te coarta totalmente”.

Gabriela reconoce que le gusta mucho la filosofía, la que gusta de leer a la par que la literatura. Entre sus referencias literarias menciona a Albert Camus, Yasunari Kawabata, Alessandro Baricco, Arundhati Roy, José Revueltas y Antonio Lobo Antunes, entre otros.

Actualmente escribe su siguiente obra. Vivir en Pátzcuaro (desde hace tres años, aunque ya estuvo antes en un periodo de siete años), dice, le ofrece “un lugar maravilloso para la escritura”. La ciudad lacustre michoacana es para Gabriela Enríquez su casa, asegura. “Desde la primera vez la sentí como mi casa, aunque luego me tuve que ir por otras cuestiones, pero aquí creció mi hijo y fue un tiempo muy importante para mí. Soy una persona que necesita mucho de la soledad y el silencio, y más allá del folclore sí creo que es un pueblo mágico de a deveras. En el silencio es cuando yo más escribo”.

Concluye reconociendo que necesita asumir su papel de escritora y que ello le llevará a tomar decisiones importantes. “Un premio te llama a cuentas”, dice. “Sobre todo a una edad como la mía, en cuanto a qué quieres hacer con el resto del tiempo que te queda. El chiste es cómo combinas la sobrevivencia con la escritura, que no es fácil”.


Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural