Abril García / La Voz de Michoacán Durante la cuaresma, las colonias populares de la capital michoacana revelan los toritos de petate que han construido mediante un proceso artesanal y danzan junto con ellos por las vialidades de la ciudad. Reciben este nombre por la ligereza de los materiales con los que se producen, haciendo que resulte llevadero cargarlos para bailar. Estas producciones artísticas poseen características únicas que se montan sobre la estructura del toro, las cuales pueden ser retomadas de especies de animales, criaturas de la mitología, personajes de la cultura o figuras abstractas, las cuales son fabricadas con materiales como cartón, papel y tela. Cada uno de estos toros es bautizado por sus fabricantes, generalmente con el nombre de la colonia donde fue elaborado. De esta manera, se trata de un símbolo de la identidad de los habitantes de tales colonias, que fortalece los vínculos comunitarios entre vecinos mediante el arte. Se trata de una tradición antigua, longeva y misteriosa que surge como una deformación de las corridas de toros traídas por misioneros, sacerdotes y viajeros de origen español durante la Conquista. Desde el Virreinato, se tiene conocimiento de ceremonias en donde indígenas y españoles convivían alrededor de corridas de toros reales o simbólicas, en conjunto con tradiciones prehispánicas como el rito de los voladores, malabarismos para el tlatoani y levantamientos de arcos. La danza simula una corrida de toros teatralizada, lo que para algunos académicos es una sátira de la costumbre española por parte de mestizos, mulatos y criollos en contra del régimen. Así, podría tratarse de una resistencia política a través del arte o de una burla de las costumbres extranjeras de los colonizadores. Fuentes de la época del Porfiriato, narran como durante el carnaval los habitantes de la ciudad se divertían con carpas de circo, bandas musicales, peleas de gallos, corridas de toros, carreras a caballo y toritos de petate. A partir de este periodo, se consolida como una tradición en la capital michoacana. En este contexto se consideraba una práctica escandalosa, pecaminosa y despreciable debido a que los participantes se saciaban de alcohol al seguir al toro. Por esta razón, existieron varios intentos de censurarlo, de multarlo y de prohibirlo. Sin embargo, los toritos de petate se han resistido ante estas reglamentaciones municipales desde esas épocas hasta las fechas actuales, cuando las instituciones oficiales han intentado limitar sus apariciones a un espacio y a un momento definidos por las autoridades. Entre los personajes que participan en esta danza se encuentran el apache, el caporal, el caballito, el picador y la maringuía. Tales roles provienen de las corridas de toros tradicionales españolas, a excepción del apache que pareciera ser una caracterización de las comunidades prehispánicas mexicanas. La maringuía, que originalmente era un hombre vestido de una mujer, ofrecía un recurso cómico para los espectadores al ser una representación de las disidencias sexogenéricas. Sin embargo, en la actualidad se acostumbra que sea una mujer quien realice este papel, consolando al toro por los daños infligidos. Así, aunque se trata de una tradición originalmente extranjera, la manera en la que se transformó a través del tiempo y del espacio para culminar en la danza que es en la actualidad, acompañada de música banda, con técnicas de fabricación artesanal, es un producto del mestizaje y de la resistencia nacido en nuestro territorio.