Abril García / La Voz de Michoacán Desde su aparición en 2001, las Bratz llegaron a derribar de su puesto a las Barbies de Mattel, que habían consolidado su posición como las muñecas favoritas desde 1959. Creadas por la empresa de juguetes Micro-Games America Entertainment (MGAE), traían una propuesta alternativa a las demás figuras disponibles en el mercado. Sus ombligos descubiertos, labios delineados, boas de peluche y zapatos de plataforma cautivaron la atención de las consumidoras, acostumbradas a la estética delicada e infantil de las Barbies. Esta apariencia, que fue su principal atractivo, a la vez, fue el detonante de severas críticas. Durante la década de los dosmiles, columnistas de periódicos y familiares preocupados externaron sus inquietudes, apuntando que existía un problema alrededor de las Bratz, el cual no se limitaba a sus vestimentas, sino de la “actitud” de las muñecas, que se inclinaba hacia la promiscuidad, la drogadicción y la decadencia. La columnista de The Times, Nancy Gibbs, escribió “sus ropas pasan de lo trendy a lo trashy: jeans rotos, zapatos con plataforma, microfaldas con cadenas. Es fácil imaginar que detrás de esos labios tan llamativos se esconde una lengua perforada. Pero ese no es el problema, podrías desnudarlas y vestirlas de Barbie. Está todo en la expresión. Con un maquillaje cargado, parecen hastiadas, aburridas, si no es que drogadas”. Esta opinión fue compartida por madres y por padres entrevistados por la periodista de The New York Times, Brooks Barnes, quienes enfatizaron que las muñecas con sus “medias de red y labios carnosos” fomentaban la sexualidad de las infantas y las adolescentes. Lo mismo revela la investigación realizada por Christine Davis para Fredonia, donde recupera diversos testimonios de niñas dueñas de estas muñecas, quienes parecen estar “encantadas” con la apariencia de trabajadoras sexuales por el parecido. Sin embargo, los atributos señalados por las familias y por los medios como perjudiciales para las consumidoras en sus etapas de formación, parecieran corresponder a rasgos característicos de mujeres latinas o negras, así como de una multiplicidad de identidades que habitan en los bordes entre Estados Unidos y México: chicanas, pachucas, cholas. Desde rasgos físicos como sus colores de piel y sus enormes labios, hasta accesorios como arracadas doradas, delineador grueso y pantalones anchos, remiten a estas subculturas de los noventas que tienen sus raíces en la lucha contra el racismo, la discriminación y el desplazamiento. Es en estas formas de expresión cultural, identitaria y artística que, para Sylvia Gorodezky, las clases oprimidas se rebelan contra la hegemonía unificadora de las clases dominantes. Por otro lado, para la académica Jillian Hernández, tanto Barbie como Bratz se enmarcan en la sexualización de los cuerpos de las mujeres, que establecen las bases de los roles de género para las niñas. Sin embargo, según la politóloga “el cuerpo de Barbie se percibe aceptable debido a su blancura, mientras que el de Bratz es visto como inaceptable debido a su diferencia racial”. Así, los prejuicios que suelen aplicarse hacia las mujeres migrantes o racializadas, a través de los cuales se les denomina como promiscuas, excéntricas o impúdicas, se trasladan al universo de las muñecas, con pretensiones de “velar por la integridad” de las infancias y las adolescencias, acentuando la enorme brecha entre diversos grupos humanos.