Columna | Destruimos nuestros paraísos

La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral, José Vasconcelos

Erandi Avalos

Si bien es cierto que el manifiesto urbanístico conocido como La Carta de Atenas de 1933, es ya inviable en la mayoría de las ciudades del mundo, debido a que responde a situaciones específicas de su tiempo y que tampoco es la panacea que resolvería todos los problemas urbanos, sí sorprende la vigencia de su importancia. Desde entonces el tema ha ido cobrando más y más relevancia, pasando por la Carta de Venecia de 1964, la Convención sobre el Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de 1972, hasta la Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, 2003; dan cuenta del desarrollo del tema al grado de que actualmente ya se percibe, reflexiona, investiga y divulga de manera transversal y con carácter de emergencia.

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En Michoacán la arquitectura vernácula, los diversos y gratos climas de tierra fértil, la gastronomía privilegiada y una rica herencia cultural, fue por siglos una combinación que permitió asentamientos (algunos milenarios) de gran belleza y que ofrecían una alta calidad de vida, a pesar de los inevitables conflictos por injusticias sociales o por pobreza inducida. Desafortunadamente en las últimas décadas, el deterioro de los pueblos y ciudades es tal que, en la mayoría de los casos, es irreversible. Es importante la planeación urbana en general, e igual de importante es la conservación de las zonas que son Patrimonio Cultural, no importa si están inscritos en la UNESCO o no. Los focos rojos son más llamativos en los Pueblos Mágicos de Michoacán, pero la violenta destrucción de la arquitectura vernácula se extiende a cada pueblo y ciudad colonial. La cuestión es mucho más compleja de lo que parece y para muestra un botón: las celebraciones de la Fiesta de Noche de Muertos de este año en Pátzcuaro y alrededores, misma que no tiene nada que ver con la Animecha Kejtzitakua que todavía se practica en las comunidades originarias, a pesar del bárbaro e irrespetuoso turismo, que desafortunadamente es el más abundante.

Lo terrible del asunto es que esta destrucción material es resultado de muchos años de feroz destrucción de la educación, del difícil acceso al arte e incluso la dificultad de tener una alimentación adecuada y una salud digna en general. Un pueblo saturado de enfermedades degenerativas, que no tiene educación de calidad ni en casa ni en la institución educativa y que no tiene acceso al arte, se convierte en un pueblo salvaje. No es cuestión de alcances económicos, no. Es una malformación cultural que vamos aprendiendo y heredando, y que repercute en el entorno: el descuido y violencia se expanden desde lo personal, familiar hasta lo colectivo y arrasan con las tradiciones, costumbres y patrimonio. Es poco lo que los funcionarios a nivel municipal pueden hacer, ya sea por falta de inteligencia o de recursos, o de ambas. Si no son capaces de impulsar junto a la colectividad nuevos elementos o infraestructura de patrimonio cultural para generaciones futuras, por lo menos deberían (deberíamos) de resguardar los que con tanto esfuerzo dejaron nuestros antepasados y ayudar a la gente que no tiene los elementos para comprender la importancia de conservar su patrimonio tangible e intangible, a que entienda el beneficio de hacerlo. Otra institución que debería de ser revisada hasta sus cimientos es el INAH, que por todos los involucrados en la conservación del patrimonio arquitectónico es sabido tiene puntos totalmente obsoletos, que no abonan al fácil rescate y conservación de inmuebles históricos.

Oleadas de gente en cada fiesta patronal o celebración, que se abarrota en los puestos de chucherías chinas mezcladas con artesanía de poca calidad, lentes de sol o micheladas. Desfiles en autos con narcocorridos a todo volumen, decorados con muñecos en bolsas negras o cobijas, emulando lo que se ve a diario en la nota roja. No hemos llegado aquí por casualidad, eso es seguro. Hoy, aquellos paraísos provincianos están casi extintos. En su lugar tenemos espectáculos, anuncios luminosos, bares, vendedores ambulantes, taqueros, comercios al por mayor, tiendas departamentales, ríos contaminados, autos y muchas gasolineras.

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No cabe duda de que, seguimos cambiando el oro por espejos.

Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com