Erandi Avalos colaboradora de La Voz de Michoacán Correr para vivir, ópera prima de Gerardo Dorantes (México, 1977), entra en la historia del cine mexicano como una gran película que logra conjuntar las principales características de las verdaderas obras de arte: el dominio de la técnica, de la estética y de un concepto particular que conecta con lo universal. Con un estilo que remite al naturalismo literario –excepto porque en esta historia sí existe, en el personaje de Homero, la voluntad del hombre por crear su propio destino– Correr para vivir sintetiza la conciencia del poder del libre albedrío y la determinación personal, en un país dominado por un sistema político, socioeconómico y criminal que se empeña en mantener al grueso de la población en un estado de angustia, ignorancia y violencia permanente para seguir expoliando y controlando. Dos medios hermanos; uno rarámuri puro y otro mestizo corren –al igual que la mayoría de sus paisanos– en las carreras ceremoniales o conmemorativas rarajípari de los varones Rarámuri. Estas son carreras cortas, medianas y grandes que pueden durar hasta dos días y dos noches para recorrer hasta 200 kilómetros. En el año 2000 este juego tradicional fue reconocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la UNESCO y hay nombres de ultramaratonistas rarámuris reconocidos internacionalmente por sus logros internacionales: Victoriano Churo, Cirildo Chacarito, Silvino Cubesare Quimare, Pedro Parra y Arnulfo Quimare. Mujeres: Lorena Ramírez, Yulisa Fuentes, Isidora Rodríguez, Lucía Nava, Argelia Orpinel, Rosa Ángela y Verónica Palma. Lo bello y bueno brilla pero no llena el estómago. “Estoy harto de que nadie me de chance de nada”, dice uno de los personajes principales, y yo me pregunto: ¿cuántos mexicanos clasemedieros y en situación de pobreza se sienten así? Millones. Ante este hartazgo, ante el hambre y la miseria, difícil resulta resistir la tentación de un buen fajo de billetes fáciles y Capó, uno de los protagonistas, sucumbe como lo han hecho miles de jovencitos e incluso niños que por desgracia corren su misma suerte. Muchos sin nombre y al menos cinco que yo misma vi crecer…y luego desaparecer. ¿De verdad estamos dispuestos como hermanos mexicanos a matarnos entre nosotros para “tener una televisión más grande”? ¿Dónde quedaron los códigos de honor? Yo recuerdo que antes los había, muy denantes. Piedad, hermanitos mexicanos, piedad. Sí, los mexicanos podemos ser “campeones” pero ¿no será mejor que lo intentamos en otras áreas más luminosas? Otro de los muchos asuntos que Correr para vivir trata con mucha precisión es el sincretismo contemporáneo que toca a los pueblos originarios actuales: si bien se conservan usos y costumbres muy arraigados entre los Rarámuri –lo mismo que en los P´urhépecha, Mazahua, Cora o Wixárika–, la influencia cotidiana de lo “no indígena” está presente en todos los aspectos; acrecentada por la migración a Estados Unidos de Norteamérica y por la influencia de Televisa, TV Azteca y ahora el internet. Esa mirada no paternalista, no folklorizada; refuerza la complejidad de la identidad del pueblo mexicano. La cultura no es estática, es dinámica y la dicotomía indígena-mestizo es ahora más compleja, ya que siglos de discriminación hacia los pueblos originarios crearon complejos que comienzan a romperse ante la estrepitosa caída del sistema mestizo que no ha dado tan buenos frutos. Comienzan a revalorarse los saberes antiguos (lo que queda) y las formas de organización autónoma: he ahí el ejemplo de Cherán y todos los autogobiernos en Michoacán. Dorantes demuestra un ojo entrenado y una aguda percepción de las realidades que rodean su historia. Esto puede ser un riesgo para los que no tengan ese nivel de percepción: pensar que la película se basa en clichés y no en lo que “los de a pie” ven y viven aquí y ahora. Los personajes son arquetipos que cualquier mexicano distingue y el que piense que son cliché, que se dé un baño de pueblo y verá que no. El forzado cambio de siembra de milpa a amapola nadie me lo tiene que contar: así perdió mi abuelo su rancho y la milpa no regresó jamás: la milpa como símbolo de nuestra cultura suplantada por la maldad pura. Si no hubiera visto con mis propios ojos señaléticas perforadas a balazos, pensaría que el letrero de “Ojinaga, un gobierno que te atiende y te entiende” es una exageración. La relación amor-odio con nuestro vecino del norte se refleja en el personaje del entrenador que ofrece un camino de trabajo, disciplina y esfuerzo (vaya que culturalmente nos falta para andar con facilidad por ese sendero) y también en los invisibles pero importantísimos personajes: los consumidores de la droga. La estética de la película es sobria y brutal: luz principalmente natural con una fotografía bien lograda y en momentos espectacular, actuaciones impecables destacando la de Osvaldo Sánchez con un personaje que representa a cientos de Jacintos regados por el país que se han convertido en enemigos públicos de México junto a sus patrones; excelente música original, muy buena edición, congruencia en el vestuario y maquillaje, buena dirección de arte, excelentes locaciones. Dorantes se atreve a salir del confort del director de cine whitexican y se compromete con una valentía digna de un vikingomexicano a poner en la mesa una historia que trasciende porque está contada con pedacitos de vidas de muchos mexicanos. Hay dos tomas en las que Homero se cae y se levanta. Se levanta y no se rinde hasta lograr lo que su corazón añora. Eso es lo que México necesita: tú, yo y nosotros nos caemos y nos levantamos las veces que sea necesario y corremos por nuestros sueños a pesar de los demonios que nos quieren detener. Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com