De Tacámbaro a Los Ángeles y de regreso, Artemio Rodríguez dignifica el grabado y los libros

Precursor del arte de la escritura, la impresión y el trabajo de grabado en metal, linóleo y madera

Foto: Víctor Ramírez

Víctor E. Rodríguez Méndez / La Voz de Michoacán

De Tacámbaro a Los Ángeles, de Los Ángeles a Tacámbaro, Pátzcuaro y Morelia, y luego a su actual residencia en Santa Ana Chapitiro, Artemio Rodríguez (Tacámbaro, 1972) ha consolidado una fructífera carrera en el arte como grabador, editor e impresor. Inició su aprendizaje en el grabado a los 16 años mientras trabajaba como aprendiz de impresor en el Taller Martín Pescador de Juan Pascoe, en la ex hacienda de Santa Rosa, lo que incentivó su decisión de dedicarse al aprendizaje y la práctica del oficio de grabador.

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Artemio emigró en 1994 a Los Ángeles (California); trabajó pintando casas, al tiempo que conoció el centro de arte chicano Self-Help Graphics, en donde los fines de semana tomó clases de grabado en metal. Una vez que tuvo acceso a un taller gráfico profesional se abrió para el incipiente artista michoacano la oportunidad de participar en exposiciones y ventas de arte en dicho centro, que lo llevó finalmente a dedicarse de tiempo completo al trabajo creativo, al punto que abrió su propio taller de grabado en Los Ángeles, La Mano Press, con prensas y equipo especializado en tipografía y grabado en relieve.

De regreso Michoacán, en 2006, abrió un taller gráfico cerca de Tacámbaro y dos espacios culturales: El Huerto y La Paloma. En 2011 instaló en Pátzcuaro, junto con su esposa, la artista visual y diseñadora Silvia Capistrán, la galería La Mano Gráfica, y entonces estableció su taller gráfico en Santa Ana Chapitiro, a cuatro kilómetros de Pátzcuaro, en donde por algunos años se realizan residencias artísticas internacionales.

Foto: Víctor Ramírez

Ha trabajado el grabado tanto en metal como linóleo y madera; sin embargo, sus obras más representativas están elaboradas en linóleo. Artemio Rodríguez no niega la trascendencia de su experiencia con Juan Pascoe. “Tuve la fortuna de trabajar con él como aprendiz de impresor y ese periodo marcó mi vida. A través de él pude encausar mi amor hacia la literatura, hacia los libros y a la hechura de los mismos. Con Juan aprendí las bases de la imprenta tradicional tipográfica y, a partir de ese conocimiento y de que él vio que yo tenía un poco de talento para dibujar, me recomendó hacer grabado”, dice en entrevista. “Ahora, más de treinta años después, sigo caminado el sendero que se abrió entonces para mí: el oficio del grabado”.

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Artemio recuerda que en aquellos años Juan Pascoe le regaló el libro El grabado en madera, de Paul Westheim, y le entusiasmó mucho la idea de participar en los libros de ese modo. “Yo quería ser escritor y poeta, específicamente, pero vi que era más difícil llegar a serlo, por lo que la posibilidad de participar en los libros a través del grabado me pareció muy bueno, y lo empecé a hacer desde entonces”.

Foto: Víctor Ramírez

No fue hasta que estuvo en California cuando el artista tacambarense se dio cuenta de que también el grabado era una expresión artística en sí misma, según explica: “Ya no era el grabado nada más como ilustración y como parte de un libro, sino también como una obra de arte y con un contenido en sí mismo a través de una sola imagen”.

A pregunta expresa, Artemio Rodríguez asegura que el grabado es, ante todo, la posibilidad de hacer una sola pieza que puede multiplicarse. “Eso tiene que valer para tener la paciencia y la pasión para este trabajo. Se requiere la responsabilidad de tener calma para dedicarle el tiempo necesario”.

Abunda al respecto: “Se me hace fascinante poder hacer una placa original y luego hacer más copias. Por ejemplo, la obra de José Guadalupe Posada existe porque se reprodujo y existen muchas copias, sus obras se encuentran por aquí y por allá y las mías también, circulan y andan por todos lados. Eso es lo que me parece fascinante del grabado”.

La maravilla de los libros ilustrados

A la par de su dedicación al grabado, Artemio también ha desarrollado una importante labor editorial con la publicación de libros relativos a la imprenta y sus creadores. Desde su infancia escolar descubrió la magia de los libros y sus ilustraciones. Recuerda vívidamente los libros de primaria con sus poemas, cuentos, con sus historias e ilustraciones. “Desde entonces me encantó la posibilidad de la imagen y el texto haciendo un juego maravilloso para que uno como niño se entusiasmara entonces. Ése fue el acercamiento inicial y, por lo mismo, posteriormente me dediqué a coleccionar libros de primaria”.

            A propósito de su afición por coleccionar libros de literatura y arte, Artemio Rodríguez fundó desde hace un lustro la Biblioteca del Libro Ilustrado en la planta baja del Centro Cultural Antiguo Colegio Jesuita de Pátzcuaro, y una segunda sede en el antiguo convento de la comunidad de Santa Ana Chapitiro. “Me encanta la posibilidad de que los humanos podamos conservar esas cápsulas de historia y difundirlas. Es muy importante en esta época tener bibliotecas vivas, que no sean solamente el cúmulo de conocimientos formales y serios y todo eso, sino que sean recipientes de lo humano”, señala quien fue parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de 2018 a 2021.

Dos de sus recientes obras son Tacámbaro Hechos y Leyendas, recopilación e ilustraciones de Artemio Rodríguez (2023) y Dos Siglos de Imprenta en Michoacán (1821-2021) (2022), editadas por La Mano Press en coedición con otras instancias.

            Con varias presentaciones públicas a cuestas, Tacámbaro: Hechos y Leyendas tiene un afecto especial para Artemio, producto de cuando fue invitado hace casi tres años a realizar la museografía de la Sala Etnográfica de Tacámbaro, ubicada en donde más recientemente fue la cárcel municipal, a unos metros de la escuela en la que Artemio estudió la primaria.

“Empecé a hacer la investigación a partir de los libros de la misma Biblioteca del Libro Ilustrado. Pude entonces descubrir algunos aspectos de la historia de mi pueblo que yo solo había oído un poco o ni siquiera conocía como la leyenda del padre sin cabeza, o pude descubrir que durante catorce años hubo un tren y una descripción de un incendio muy grande, entre otros textos sobre Tacámbaro que no conocía a detalle”.

            Aun cuando se han publicado diversos libros sobre la historia de su pueblo natal, a Artemio le pareció que con esas historias se podía hacer “un libro interesante” desde su perspectiva como grabador y como artista. “Y creo que funcionó”, señala. “La idea detrás de este libro es que cualquiera que lo lea se emocione, porque no es un libro seco de historia, sino que tiene episodios históricos y leyendas que están escritos en primera persona y tienen mucha acción, incluido un poema del siglo XIX que describe una boda terracalenteña”.

Trabajar día a día

Aunado a otros reconocimientos, Artemio Rodríguez recibió en 2008 la Presea al Mérito Artístico “José Tocavén Lavín” por parte de La Voz de Michoacán, y más recientemente, en septiembre de 2023, el ayuntamiento de Tacámbaro le otorgó la presea “General Nicolás de Régules” por su trayectoria artística. “Siento que todavía hay muchas cosas que hacer de obra y de promoción de la misma”, asegura sobre sus pasos a seguir.

            Artemio manifiesta que vivir en Santa Ana Chapitiro con su familia es una forma de ahondar en su ser y sentir michoacano. “Venir a vivir aquí, en el corazón de la cultura purépecha, para mí era una oportunidad que no podía permitirme no tener, o sea, estar aquí donde sale todo”.

            Reconoce que la promoción y las oportunidades de reconocimiento están en las grandes ciudades y sus centros culturales. A final de cuentas, a él le satisface haber podido entrar al mundo del arte chicano y conocer a muchos de sus maestros en Los Ángeles y otras ciudades de Estados Unidos. “Para mí fue una gran oportunidad, lo cual estando en México es más difícil porque hay mucho elitismo. Allá pude aspirar a ser artista y eso me dio mucha libertad”.

            Artemio Rodríguez asegura que no se trata de señalar culpables al ver el campo limitado de la promoción y el desarrollo artístico. “Es algo sistemático, echarle la culpa a alguien no ayuda nada. Lo que veo es que como creadores debemos procurar romper ese techo de cristal y hacer las cosas que valgan la pena, que los jóvenes que andan por ahí generen obra que realmente valga la pena, que sea fuerte o ruda, que sea lo que sea, pero que tenga contenido y que se sostenga por sí misma. Entonces va a pasar algo”.

Actualmente, dice, no aspira a la fama ni a ocupar un lugar preferencial en el espectro del arte en Michoacán o en el país, aun cuando ya se le reconoce como una figura internacional en el arte del grabado. Reconoce que le gusta verse como “un referente más” de un oficio como el grabado, y más específicamente en el grabado en relieve. “Con mi trabajo me gustaría abrir una puerta para que las generaciones que siguen lo aprovechen y hagan una obra que valga la pena, para ellos mismos y para los demás”.

El grabador y editor no busca otra cosa que seguir trabajando. No aspira a obtener mayores blasones que los que le otorga su labor diaria. “Mientras tenga proyectos qué hacer, estoy feliz. Vengo a mi taller, lo barro y empiezo a trabajar. Siempre estoy contento porque tengo dos o tres proyectos que van avanzando poco a poco, y cada proyecto tiene su chiste. Ésa es mi única ambición”.


Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.