Eduardo Montes, un ‘cicerone’ en Madrid
Hace once años que radica en Madrid y nunca ha perdido ninguna oportunidad para visitar de forma incansable el Museo del Prado.


Liliana David, colaboradora La Voz de Michoacán
Aunque a Eduardo Montes, ganador del Premio Estatal de las Artes Eréndira en 2009, le encanta vivir en Madrid, no cambiaría la tortilla mexicana por la famosa tortilla española. En cada retorno a la ciudad madrileña desde su otra también amada ciudad, Morelia, aprovecha para traer de vez en cuando en su maleta un ingrediente esencial que nunca debe faltar en un buen plato mexicano, es decir, el chile en cualquiera de sus variedades: pasilla, guajillo, morita, serrano, etc. No se puede negar, digresión aparte, que todo mexicano que se va del terruño, incluso aquel que viaja de turista, extraña las salsas picantes allá por donde anduviere. Como mexicanos, nos identifican en todo el mundo más por el gusto al chile que por el amor a la bandera, y ya es mucho decir.


Sin duda, al “maestro Lalo”, como lo llaman de cariño, le brinda el mismo placer la buena comida que la contemplación de las grandes obras de arte, de las cuales se confiesa un entregado amante; gracias a la pasión que por ellas adquirió a través de su amor por la historia y su firme vocación lectora. Para él, toda enseñanza educativa debería ceñirse no tanto al dato duro cuanto, a la comprensión del contexto histórico, clave del conocimiento. Así lo manifiesta durante nuestro encuentro en una taberna típica del centro madrileño:
“Si conocemos la historia es a través del arte, la pintura, la literatura y, desde luego, por sus grandes escritores. Lo que justifica la existencia del hombre en la tierra es el arte. Arte e historia son la misma cosa”.
Profesor jubilado de la Facultad Popular de Bellas Artes (UMSNH), hace once años que radica en Madrid y nunca ha perdido ninguna oportunidad para visitar de forma incansable el Museo del Prado. Así lo ha hecho desde sus primeros viajes a España, a comienzos de la década de los noventa. Visitante asiduo de aquel recinto, podríamos decir sin llegar a exagerar que es el mexicano residente en la capital española que mejor lo conoce. Además, desde hace algunos años, se ha hecho su amigo, porque así “le saco más jugo”, confiesa. Su relación con el Prado viene desde el día que puso un pie por primera vez en la península ibérica, en 1992. Lo único que deseaba entonces era ir al museo para apreciar los cuadros de aquellos grandes maestros de la pintura que conoció a través de fascículos. Al narrarme la primera vez que pisó las calles madrileñas, no faltan el humor cómplice y la mordaz ironía que acompañan a este entrañable personaje, exmaestro también de numerosas generaciones de músicos del Conservatorio de las Rosas.


En el curso de nuestra plática, recuerda que un día de julio de aquel lejano año 92 estaba intentando llegar al museo. Reconoce que no sabía muy bien cómo hacerlo, pues orientarse en una ciudad es cuestión de tiempo, y de una pizca de suerte. Así que, caminando en las calles de Madrid, vio a un lugareño al que decidió preguntarle dónde podía tomar un camión que lo llevase hasta el Prado. “El hombre me miró -relata Montes-, y lo primero que me respondió fue: ‘por aquí no pasan camiones y los camiones; además, no se toman, se cogen’”. En ese momento, entre nosotros estallan las risas, pues nunca sobra el albur cuando se encuentran dos mexicanos. “Justo iba pasando un camión -retoma Lalo el relato-, así que le digo al señor: ‘y eso, ¿qué es entonces?’. ‘¡Eso es un autobús, me responde, no un camión! Pero no se suba, porque el museo está aquí a la vuelta, no hace falta que coja el bus’. Acto seguido, el señor me dice que yo hablaba igualito a Cantinflas, cosa que me pareció un insulto, porque me sentí, ya sabrás, cómo un…”. Censuro en este punto la grosería, por respeto a los lectores, pero ambos volvemos a soltar una carcajada. Anécdotas como ésta me va contando el maestro Eduardo al hablarme sobre su primer viaje a España hace más de dos décadas, en aquel emblemático año para dicho país, que fue al mismo tiempo sede de unos Juegos Olímpicos y de una Exposición Universal; y debo reconocer que es realmente divertido escucharlo, aunque tales historias quedarán ya para otra ocasión.
Lo importante es que, a partir de aquella tarde de verano, que Montes recuerda calurosa y larga, pues la puesta del sol en España se extiende hasta las nueve de la noche, el maestro no ha dejado de frecuentar su museo favorito. Desde hace algunos años, se ha hecho, incluso, “amigo del museo”, nombre que se le da al conjunto de mecenas, por decirlo de manera elegante, que con su afiliación ayudan a la preservación de uno de los espacios culturales más importantes de Madrid, y por qué no decirlo, del mundo. Gracias a su contribución, el maestro Montes recibe pases para acceder de manera preferente, sin tener que hacer largas filas. De ahí que tanto sus exalumnos y familiares como sus amigos, y hasta los amigos de sus amigos, cuando viajan hasta este otro lado del mundo, lo busquen para recorrer con él las salas del museo y conseguir ver lo imprescindible de su colección en poco menos de tres horas, ¡y gratis! En su personal itinerario, me cuenta, tiene suma relevancia “la colección de la realeza española, los cuadros de Alberto Durero, los de los flamencos, como Rogier van der Weyden o el Bosco, los de Velázquez, Goya, el Greco, y algunos pintados por artistas franceses. Pero, para apreciar todo el patrimonio del museo, ¡se necesita un día entero!”, me advierte.

Gracias al conocimiento que tiene de las colecciones y las obras pictóricas, Montes sabe guiar al visitante primerizo por las grandes joyas del arte español y universal. Es por eso por lo que le queda muy bien el nombre de ‘cicerone’: “Así se les llama aquí a los guías de turistas -me explica-pero, a diferencia de ellos, yo no cobro”, dice riendo. “Es algo que simplemente me gusta. Disfruto de llevar a la gente a que conozca estas joyas; si no, no lo haría. Además, es como cuando buscas deleitarte con una buena comida. Siempre es mejor comer acompañado que comer a solas”, añade. Lo suyo es, pues, un acto de generosidad. Gracias a su bagaje, pero sobre todo a su mirada siempre atenta al detalle, la visita al recinto se vuelve algo realmente placentero.
Desde antes de asentarse en Madrid, Lalo Montes ya se aseguraba de poder ir al menos tres veces al museo en cada viaje que hacía a España para apreciar las pinturas que conocía por medio de los libros y las revistas:
“En mi familia gozábamos mucho más de la lectura; íbamos a los puestos de periódicos, se compraban volúmenes muy interesantes, como Vidas ejemplares, Vidas de santos. Por ejemplo, me empezó a interesar mucho Santa Teresa de Ávila, así que, cuando comencé a sumergirme en la lectura, porque no teníamos en aquella época internet, iba relacionando el lugar de nacimiento de tal santo con la ciudad donde vivió y con su historia. Hasta que un día me dije: ‘tengo que ir a Ávila’, para ver en persona todo eso que leía”.
El exprofesor de piano y pedagogo, admirado todavía por sus antiguos alumnos, enumera varias de esas colecciones impresas, las cuales profundizaban en los temas que, ya a temprana edad, cuando llegó a vivir a Morelia con quince años, comenzaron a apasionarlo. Recuerda que en los puestos de revistas circulaban entonces ediciones especiales, como Mujeres célebres, Hombres ilustres o Joyas de la mitología. “Mi enamoramiento de España -confiesa- ha pasado por la lectura de esas biografías, de las vidas de Santa Teresa de Jesús, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Velázquez, así como de otros grandes artistas hispanos. Mi obsesión ha sido, en todo caso, más literaria que religiosa. Yo quería conocer la Alhambra, el Museo del Prado, Ávila, Santillana del Mar, la Catedral de Burgos; era eso lo que más me atraía de España”.

Justamente es desde la identidad cultural desde donde el maestro Montes encuentra los lazos más importantes entre ambos países, por ello le gusta compartir muchas fotografías de los lugares que visita para dar a conocer ciertos detalles interesantes de algún edificio histórico, alguna imagen de un retablo de la catedral, los nombres de las calles donde vivieron grandes personajes de la literatura española. Toda su inclinación por conocer la historia le viene de la influencia que tuvo sobre él Oscar Mazín, un afamado historiador, investigador y académico mexicano al que admiraba. Con los años, Eduardo Montes disfruta de Madrid como si fuese un museo abierto al aire libre. Es la ciudad que ha ido conociendo más a fondo para difundir sus hallazgos. Desde el barrio de las Letras, pasando por Lavapiés, la Latina y todo el viejo Madrid de los Austrias, Eduardo Montes siempre va buscando el elemento curioso más allá del bullicio de la Gran Vía, lejos de la muchedumbre de la Puerta de Sol o de la Puerta de Alcalá. Porque en el Madrid antiguo, como bien reconoce el maestro mexicano, hay un mundo interesantísimo para descubrir. Por la zona de Lavapiés, lo mismo te encuentras una mezquita que la estatua del “flaco de oro”, Agustín Lara, autor de la canción más emblemática de la ciudad madrileña y que se escucha sobre todo por la época de mayo, cuando se celebran las fiestas de San Isidro: “Cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés; y alfombrarte con claveles la Gran Vía y a bañarte con vinillo de Jerez” …
En esta ciudad, Eduardo Montes ha conseguido darle un nuevo sentido a su vocación. Una vocación que no muere en quien de verdad ama enseñar y explicar las curiosidades de una obra de arte, un edificio o una localidad. De ahí que podríamos imaginarlo guiando, como buen cicerone que es, a todo aquel que se deje atrapar por los sabores del saber que comparte. Desde su experiencia, en Madrid nunca se ha sentido extranjero; al contrario, ha sentido un gran afecto prodigado hacia los mexicanos que pisan esta ciudad. Con un poco de miedo al principio, natural en quien se exilia, aunque sea voluntariamente, Lalo Montes estuvo dispuesto a canjear la relativa seguridad de su lugar de procedencia por la ilusión de recorrer el mundo o de llevar, simplemente, su vocación hacia otro lado. El cicerone más moreliano que ‘chilango’ ha quedado atrapado, en el mejor sentido de la palabra, por la belleza de una ciudad vibrante como Madrid, especialmente de noche, poseída por una radiante luz que la envuelve durante gran parte de sus días. Es allí donde se pierde para encontrar historias con las que saciar una inagotable curiosidad, savia para una vida enriquecida y enriquecedora.

Liliana David es Doctora en Filosofía por la UMSNH. En 2001, comenzó su trayectoria como periodista cultural en los principales diarios del estado (Provincia, Sol de Morelia y La Jornada Michoacán). Del 2006 al 2013, fue reportera de la sección de cultura en La Voz de Michoacán y, tras siete años de diarismo, inició sus estudios de posgrado en la Maestría en Filosofía de la Cultura de la UMSNH, participando en Congresos y Seminarios internacionales tanto en México como Argentina y España. Desde el 2021, colabora en larevista española Contexto (Ctxt) y en Diario Red. Ha publicado en el libro colectivo Ctxt, una utopía en marcha, editado bajo el sello de Escritos Contextatarios. Actualmente, tiene interés en la investigación de las relaciones entre la literatura y la filosofía, la identidad y la migración, así como en la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
Números
45 mil amigos tiene actualmente el Museo del Prado
300 miembros crearon la Fundación Amigos del Museo del Prado
11 años lleva como residente de Madrid el maestro Eduardo Montes
16 años han transcurrido desde que recibió el Premio Eréndira