Entrevista | Alejandro Mora, un librero de tiempo completo

Ni librería de viejo ni librería de libros usados. Librería, simplemente librería.

Foto: Víctor Ramírez

Víctor E. Rodríguez Méndez colaborador de La Voz de Michoacán

Ni librería de viejo ni librería de libros usados. Librería, simplemente librería. Así define Alejandro Mora Cervantes el giro de su empresa editorial. Él, un librero nacido en Morelia hace 46 años y con 24 años dedicado a la compra-venta de libros nuevos y usados, se considera de hecho un librero “muy joven”, ni viejo ni usado, y cree que tanto el libro impreso como el oficio sobrevivirán por un buen tiempo a estos tiempos digitales.

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Alejandro comenzó en 2002 a trabajar en una librería y en 2009 decidió volverse independiente. Instaló su primera librería en la calle Benito Juárez, en el primer cuadro de Morelia, en un local de más de 100 metros cuadrados. No conforme con ello, abrió a la par un sucursal en León, Guanajuato, y otra en la avenida Madero Oriente de Morelia. Ambas tuvieron una breve vida (cerraron en 2015 y 2016, respectivamente), y cuando la primera librería tuvo que cerrar sus puertas en 2019 (sus dueños le solicitaron el local y él ya no pudo sostenerla por lo elevado de la renta), vino entonces el nacimiento de la actual Librería Juárez —llamada así por Benito Juárez, el de su primera ubicación—, ubicada en la esquina de las calles Allende y Rayón, también en el centro moreliano.

No todo fue fácil al inicio. Apenas inaugurada formalmente en enero de 2020, a los tres meses sobrevino la pandemia; pese a ello, la librería no cerró sus puertas. “Sobrevivimos, afortunadamente. Trabajamos durante la pandemia y salió para lo necesario, los gastos y la renta, además de que los dueños nos apoyaron”.

Estar en el centro de la ciudad, según comenta Alejandro, le permite tener mayor visibilidad y acceso para muchas personas, aun con el inconveniente de que las rentas no son las más cómodas. Sin embargo, el librero moreliano señala que casi el 90 por ciento de sus clientes son foráneos, principalmente de Apatzingán, Uruapan, La Piedad y Lázaro Cárdenas. Por tanto, estar en el centro de Morelia es parte del servicio que ofrece, principalmente para esos clientes foráneos que son constantes y lo siguen porque, en muchos casos, no conocen Morelia y llegar al centro de Morelia se les hace lo más fácil.

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Respecto a si la gentrificación en la ciudad le ha afectado, asegura que sí tuvo efecto cuando tenía la librería en el número 81 de la calle Benito Juárez, ya que al término de su contrato de diez años le duplicaron el monto de la renta, misma que no pudo pagar. Por lo pronto, añade, le gusta sentir que en su actual localización la Librería Juárez está bien establecida e identificada.

Ahí vende títulos nuevos y usados. Por ello le gusta llamarla, simplemente, librería. “Trabajamos más que nada el libro usado, pero también tenemos libros nuevos. Yo me formé en el libro usado porque es lo que más nos piden los clientes, a veces un autor en específico o una edición discontinuada. Ahí es donde nosotros entramos, porque no nada más se trata de comprar y vender, sino también de adentrarnos y estudiar lo que nos están pidiendo, sea algo de medicina, arquitectura, derecho, historia o de otras ramas. Nos hacemos multifacéticos”.

A pregunta expresa, Alejandro Mora se considera un tipo de librero enfocado a las publicaciones de historia, sobre todo los libros antiguos o descontinuados. “Cada vez que encuentro uno de 1800 o 1900 me sorprendo de que los mismos clientes —catedráticos, especialmente— no saben que existe y se los digo. Los libros de historia son los que más se tienen que proteger y sobre los que uno debe tener más conocimiento”.

Y es que para Alejandro el oficio de librero es por igual un trabajo de investigador, según señala. “Debes saber qué ofrecerle al cliente, saber qué es lo que busca”.

Un camino arduo y de mucha paciencia

El también promotor de ferias de libros calcula que en 2020 existían en Morelia unas treinta librerías, de las que hoy sólo quedan unas diez, incluida la suya. Aparte de la pandemia, dice, los medios electrónicos llegaron a darle “un tiro más grande” a los libreros. Sin embargo, ambas circunstancias han propiciado nuevas oportunidades de servicios y ventas. “Con la pandemia mucha gente se acostumbró a no venir a las librerías, por lo que la sobrevivencia se dio por las ventas digitales. Yo vendo también en todas las plataformas que se pueda, sobre todo a través de mi página de Facebook, como si fueran ventas por catálogo”. Pero ha funcionado.

No es, por tanto, un motivo de alarma si a las librerías se las ve hoy casi siempre solas o con poca gente durante el día, dado que un buen porcentaje de ventas se da por pedido de manera electrónica y el cliente se acerca casi siempre sólo a recoger su pedido.

Otra estrategia que Alejandro Mora y sus colegas han desarrollado como actos forzados de pervivencia son las exposiciones y ferias de libros a través de la asociación civil Libreros Michoacanos de Ocasión, que a nivel estatal se conformó en 2015 y de la que él es presidente actualmente. Una tarea del colectivo es organizar exposiciones y venta de libros para tener espacios en los que se puedan generar nuevas lectoras y nuevos lectores. Una prueba es que desde 2015 se organizaron en la Casa de la Cultura los llamados Corredores Literarios una vez al mes; de nuevo, la pandemia detuvo está actividad, lo que dio pauta para el inicio de la Feria de Libro de Ocasión Morelia que inició en diciembre de 2021 en la Casa Natal de Morelos.

Esta experiencia, apunta Alejandro, se ha desarrollado dos veces por año hasta ahora —en mayo y diciembre—, pero hay planes de moverlas a abril y noviembre. “La idea es hacer fuerza juntos y hacernos escuchar en grupo, siempre como asociación civil; es una forma de hacer la presión directa con las autoridades y validar que estamos trabajando. Somos libreros bien dedicados a ello”.

La asociación civil les abrió las puertas a la exposición y venta de libros —con todas las implicaciones que conlleva— no sólo en Morelia, sino en el resto de los municipios de Michoacán. “A veces llegamos a una ciudad y nos dicen que no podemos vender porque está prohibido, y yo les digo que no estamos vendiendo, estamos exponiendo a ver si se vende como producto cultural. En este aspecto legal hemos tenido complicaciones porque se nos niegan a veces los espacios para para exponer”.

Con todo, asegura que la experiencia de participar en los municipios ha traído también la oportunidad de adquirir cajas de libros de personas que estando ahí les ofrecen sus libros guardados.

Los clásicos nunca mueren

El librero y promotor cultural moreliano nos cuenta que lo que más se vende —y sostiene, de hecho, la librería —son los libros clásicos y la novela moderna. Hace veinte años, apunta, los clientes llegaban a buscar algo que les llamara la atención, un autor o autora muy buena, compraban el libro y ya. “Hoy día ya no es así; la gente llega a pedir un libro en especial, ya porque está la saga o porque está la película, por ejemplo”.

Nos cuenta que hay libros antiguos que valen muchísimo dinero y hay clientes que pagan millonadas por esos libros incunables. “No me ha tocado ninguno hasta ahora, de lo más antiguo han sido libros de 1800”, según señala. Una muestra reciente es una teología moral en latín de Santo Tomás de Aquino, editado en Paris en 1878. “Este tipo de obras son difíciles de conseguir, al punto de que a veces ni nos damos cuenta de que la conseguimos como parte de un lote”.

Agrega que su ética profesional no le permite poner a la venta al mejor postor este tipo de libros, “porque capaz de que alguien podría destruirlo y se perdería algo valioso”. En este sentido, muestra su convencimiento de que el libro “tiene que estar con la persona ideal”. Y no es cuestión de dinero, señala puntualmente. “Se trata de que esté con la persona que lo necesite y le sirva. Muchos compañeros de otros estados y de aquí de Morelia coincidimos en la importancia de preservar cada libro y que esté en el lugar que le corresponde”.

 Un caso que ejemplifica lo anterior es una edición previa a la primera edición de La vida inútil de Pito Pérez, novela de José Rubén Romero que fue impresa en 1936 por una de las pocas imprentas que había en Morelia y que Alejandro vendió al Museo de Santa Clara del Cobre. “Ni siquiera lo vendí caro, pero a mí me llena de satisfacción decir que ahora está en un museo, lo mismo que pasó con una edición ilustrada de 1940, que no quería vender, pero la pandemia me obligó a hacerlo. Pasa que a veces no me quiero deshacer de muchos libros porque sé que no los voy a volver a ver”.

Un futuro promisorio

Alejandro Mora le ve al libro impreso “un futuro largo”, esperanzado en que se le ha considerado como un patrimonio cultural, tal como muchas ciudades o construcciones antiguas. “El libro va a seguir”, asegura, “aunque se van a imprimir sólo los que se necesiten”. Y, además, está convencido de que las librerías no se van a terminar, ni tampoco el oficio. “Hay muchas personas que van a tener que seguir leyendo en físico, pero desgraciadamente ya no va a haber para todos, las imprentas van a ser como el siglo XVIII cuando los únicos que leían son quienes podían adquirir libros. Lo malo de ahora es que es caro y se va a encarecer más y el acceso al libro físico cada vez va a ser más difícil”.

De los libreros y libreras, añade, “va a haber mucho trabajo, pero sólo para quien lo haya aprendido bien como oficio”. Alejandro tiene claro que no piensa dejar este oficio, aun cuando tiene otros proyectos. Para él, la promoción es muy importante y un reto próximo en su tarea es entrar a los centros comerciales. “Estoy convencido de que hace falta difundir más los libros”.

“A final de cuentas”, concluye, “un libro es, en pocas palabras, un mundo, todo un universo, y las librerías de usado, antes que ser una segunda opción, a veces son primeras opciones porque las editoriales ya no están imprimiendo ciertos títulos. Buscar en lo usado permite encontrar tesoros, y hay muchos tesoros de libros que ya no volveremos a ver”.


Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.