Entrevista | “La música clásica es música universal”: Enrique Arturo Diemecke

Apenas terminar la segunda sesión de ensayos con su nueva agrupación, le pedimos al director que nos comparta su impresión inmediata al bajar del escenario.

Víctor E. Rodríguez Méndez

A Enrique Arturo Diemecke (Ciudad de México, 1955) le ata con Morelia un vínculo muy fuerte que proviene desde su infancia. Desde niño —a los trece años— estuvo en esta ciudad en varias ocasiones con la orquesta de Guanajuato, para luego —ya convertido en un reconocido director de orquesta— venir a ofrecer exitosos conciertos con la Orquesta Sinfónica Nacional de México y como director invitado en las emisiones del Festival de Música de Morelia de los noventa, sobre todo. Desde su memoria infantil, el músico recuerda lo encantadora que es para él aún la antigua Valladolid: “Se sentía la fuerza de su historia, esa magia que todavía conserva de la tradición de haber sido un centro cultural desde su inicio. Desde entonces tengo muchos hermosos recuerdos de esta ciudad”.

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Para sellar este lazo, desde el 22 de junio de este año el maestro Diemecke es el nuevo director titular de la Orquesta Sinfónica de Michoacán (Osidem), según lo anunció la Secretaría de Cultura de Michoacán (Secum), como resultado del concurso de selección realizado durante mayo y junio. Y fue así que el pasado 1 de septiembre Enrique Arturo Diemecke se estrenó en su cargo con el concierto de inauguración de la temporada de otoño en el Teatro Melchor Ocampo con un programa compuesto por Die-Sir-E, de su propia autoría, y la Sinfonía núm. 2 de Rachmaninof.

Penúltima semana de agosto en la sede oficial de la orquesta. Apenas terminar la segunda sesión de ensayos con su nueva agrupación, le pedimos al director que nos comparta su impresión inmediata al bajar del escenario. ¿Qué piensa ahora mismo? ¿Qué emociones pasan por su cabeza y por su cuerpo?, preguntamos.

Con su buen talante de siempre, Diemecke responde: “Las emociones son de entusiasmo, porque uno lo que busca es progresar. Entonces, ellos (los y las integrantes de la Osidem) tienen ganas de progresar, tienen ganas de hacer las cosas. Yo me voy a aprovechar de esas ganas porque quiero que las cosas marchen bien para que progresemos”.

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Para el también violinista y compositor las cosas en la vida, en general, tienen que buscar siempre un avance y un desarrollo. “Hoy hice un ensayo seccional, con cuerdas y vientos, porque cada grupo tiene cosas técnicas que arreglar. Aunque somos una orquesta, hay que separar un poquito y después amarrar. Estoy contento con el trabajo porque cada quien está poniendo el interés; de ahí parten las cosas: del interés”.

—Con toda la experiencia que tiene detrás, venir a Morelia a dirigir la Osidem, ¿qué reto le plantea?

—He dirigido a las orquestas más importantes del mundo y con ellas he tenido muchas experiencias que pude absorber. Con el tiempo van llegando las cosas de que uno estuvo mucho tiempo fuera y quiere compartir un poco más con su país; ahora quiero contribuir un poco para seguir creciendo y seguir en la búsqueda de la perfección, en la búsqueda de la expresión en su máxima forma. Me gusta trabajar con grupos que quieren tener ese progreso, no quedarse anquilosados hasta el fin de los tiempos, sino al contrario, seguir en la búsqueda de mayores conocimientos y perfección.

—¿Cuál es el momento que vive usted como director?

            —Para mí es muy importante dar los conocimientos y es lo que para uno debe ser. Lo importante no es en qué lugar se encuentra uno, sino cómo lograr que ese entorno sea perfecto en donde pueda uno desarrollarse como maestro o como director; en el que pueda uno influir en el crecimiento de esa agrupación. Entonces, estoy en el momento en que puedo dar —aquí o en cualquier lugar del mundo— a quien quiera hacer este progreso. Por eso estoy aquí, porque la orquesta quiere y buscó que yo viniera a compartir esas experiencias y conocimientos.

“Fiereza actualidad”

Poseedor de un extenso y brillante currículo con múltiples presentaciones como director titular o invitado frecuente de importantes orquestas del mundo, Enrique Diemecke fue recientemente el director general artístico del Teatro Colón en Buenos Aires, además de ser director artístico de la Orquesta Filarmónica de la misma ciudad en Argentina. El periódico New York Times lo describió como un director de orquesta de “fiereza y autoridad”.

            Proveniente de una familia de músicos (comenzó a tocar el violín a la edad de seis años) la vida de Enrique Diemecke ha estado envuelta siempre en la música llamada clásica. La pregunta es inevitable:

—¿Qué le sigue sorprendiendo de la música hoy día?

            —La música es un lenguaje que no tiene fin y las composiciones que existen en la música clásica, sobre todo, aglutinan todo lo que hay; este tipo de música no separa nada, sino que va absorbiendo y capturando todo y lo va convirtiendo en una obra de arte. El arte significa una cosa que va a quedar en la perpetuidad; no queda nada más en el entretenimiento y en el folclor, sino que toma parte del entretenimiento y parte de ese folclor y lo incorpora con todos los grandes elementos y se hace perdurable. Eso es lo que yo siempre he visto y trato de seguir conservando, y de estar hablándolo, además, con la gente que se encarga de la cultura: la música clásica es la que capta todo. Es, en una forma distinta —porque tiene movimiento, tiene vida—, como un museo que aglutina todas las tradiciones y sus elementos para que se sigan preservando.

—¿Cómo ve el movimiento actual de la música clásica en México?

—Voy a decir que es un fenómeno que pasa no sólo en México, sino en el mundo entero. El movimiento está en buscar el entretenimiento, y eso es una influencia total de la mercadotecnia y de la parte económica, que está siempre en lo material. Nos dejamos llevar por quienes hacen negocio y nos dejamos llevar por quienes quieren que prevalezca eso porque ahí se genera dinero; si invierte un patrocinador, se quiere ganar dinero para vender su producto y es una forma en que se va llevando a cabo. No quiero decir que esté bien y esté mal, lo llevan a cabo y punto. Pero hay una cosa peligrosa y es que no se está alimentando propiamente, se está vendiendo. Como estamos en una era en la que se hacen cosas que no perduran para toda la vida —porque, si no, ¿qué vendo después?—, entonces entramos en el comercialismo, en el que hay que vender productos que se deterioren rápido para que se pueda consumir inmediatamente algo nuevo. Ahí es donde yo digo que nos detengamos un poquito, que detengamos la película y nos enfoquemos a ver qué es lo que alimenta al espíritu y la parte intelectual, que no es entretenimiento nada más, sino que hay algo todavía más poderoso que eso y que va a ayudarnos a ser mejores seres humanos y a tener un espíritu bien alimentado. El momento de la paz y de la forma de estar con uno mismo está en el arte.

“Unos maestros míos tenían la idea de que cada ciudad en los Estados Unidos —por su ejemplo— que tenía una orquesta sinfónica mostraba el estado saludable de la sociedad de esa ciudad, así se mostraba qué era lo que se estaba buscando para que esa ciudad fuera una sociedad plena, llena de fuerza y de salud. Creo que México también tiene muchas orquestas que han mostrado el estado de salud de su sociedad.

—Usted, ¿cómo quiere que se refleje nuestra sociedad a través de la Osidem?

—En gran parte con las ganas de apoyarnos con su presencia, porque nosotros queremos darle la música que le va a servir a la gente. Siempre decimos que cuando estamos tristes la música nos levanta, y cuando estamos muy acelerados y no estamos muy organizados la música nos ecualiza, nos baja de ese ímpetu tan desordenado; la gente está queriendo eso, lo que pasa es que muchas veces nos dejamos llevar por el comercialismo que mencionaba antes. Esto es lo importante, después de que salgan de acá (del Teatro Ocampo) si quieren pueden irse a la pachanga, pero que antes alimenten su espíritu, su corazón y su cabeza para que puedan disfrutar de lo otro también.

La cultura “del vaivén”

El programa de la presente temporada, asegura el director mexicano, en principio está pensado para que sirva al desarrollo de la orquesta y a su crecimiento interno (“hay cosas que hay que hacer de una manera para que todo se vaya poniendo en su lugar”, puntualiza) y después para ver “lo que le sirve al público, ¿cómo podemos atraer al público?”. Por ello, está pensado que habrá obras conocidas con un repertorio “amigable, que no espante al público”, y poco a poco ir creciendo luego con un repertorio “un poquito más intelectual, más retador”.

            —A propósito, ¿recuerda usted el primer impacto en su vida que haya guiado su vocación musical?

            —Yo soy un producto de una familia de músicos. En mi casa se escuchaba música desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la madrugada todos los días. Crecí tocando cuartetos con mis hermanos los mayores y la música primaria que escuchábamos y tocábamos era de Mozart, Beethoven, Haydn y Boccherini, que fueron nuestros primeros compositores. Después de ahí nos desarrollamos más hacia Debussy y Ravel. Poco a poco fuimos incrementando el repertorio, haciéndolo más grande con otros compositores como los compositores rusos, Borodin, con los que tenían música de cámara y luego la orquesta sinfónica con la que entramos a un repertorio más grande como Chaikovski, Brahms y otros muchos más; esa fue la música que escuchamos todo el tiempo.

Ese periplo de aprendizaje y desarrollo, apunta el maestro Diemecke, es parte de la cultura “del vaivén” que enriquece al mundo. “No es música nada más de unos cuantos, es música universal, pero creo que a nosotros nos corresponde darle más énfasis para que llegue a más gente y después la gente misma pueda decir: Ésta es nuestra música. La música comercial que nos están vendiendo todo el tiempo va pasando de moda tan rápido como entró, entonces esta música, la música clásica, se queda acá porque tiene los ingredientes perfectos para el desarrollo de una sociedad”.

Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.