ENTREVISTA | Luis Manuel Morales, más de 40 años dedicado a su labor artesanal en Tzintzuntzan
Respecto a los nuevos diseños que caracterizan sus piezas, Luis Manuel considera que no se apartan de los motivos tradicionales y que se remiten a la época prehispánica de todo México


Víctor E. Rodríguez Méndez, colaborador La Voz de Michoacán
Desde niño, Luis Manuel Morales aprendió a hacer cerámica en el taller de su papá Miguel Morales y su mamá Ofelia Gámez. Su padre fue pionero en buscar nuevas técnicas de elaboración que le dieran opciones de producción, entre ellas el vaciado, la alta temperatura y el uso de colores y pigmentos con base en materiales cerámicos. Así se dio la instrucción de las hijas e hijos del matrimonio alfarero. “Nuestra escuela fue la práctica en el taller”, dice Luis Manuel, al rememorar sus inicios en el oficio artesanal.


Luis Manuel Morales Gámez (1962) se considera originario de Tzintzuntzan, aun cuando por azares del destino nació en Uruapan; toda su familia es de la localidad indígena de casi 15 mil habitantes, ubicada a unos treinta minutos de Pátzcuaro y una hora de Morelia.
Más que ayudar en la producción de piezas, él y sus cuatro hermanas y un hermano ayudaban a pintar algunos detalles o a mantener la losa bien resguardada. Por ello, sus recuerdos de infancia están asociados a jugar con el barro, con los pinceles y con la aplicación de colores. Octavio Paz decía que el trabajo artesanal era finalmente una lección de sensibilidad y fantasía exaltada en el taller como imagen de la imperfección humana y en cuyo quehacer participa el juego y de la creación.
Todo ello Luis Manuel lo aprendió desde pequeño. A los 16 o 17 años empezó a participar activamente en la producción del taller familiar, sobre todo los fines de semana, dado que su padre procuró que sus hijas e hijos no descuidaran sus estudios. “No veníamos a pachanguear, sino a ayudar, y entonces empezamos a hacer cosas que se pudieran vender. Había gente que venía a visitarnos y compraba nuestros platitos y tazas, con las propuestas que nosotros hacíamos. A mi papá le daba gusto a mi papá que hiciéramos cosas para la gente”.
A la fecha, ya fallecieron tres de sus hermanas y sólo Angélica, la cuarta de la familia, todavía sigue participando en el taller. También algunos sobrinos y sus hijos mayores siguen trabajando en el oficio artesanal.
Aparte de la raíz tradicional con la familia, la relación de Luis Manuel Morales con el barro tiene que ver con muchas sensaciones y una búsqueda estética. Ir a traer tierra blanca de Zirahuén, por ejemplo, era parte del juego infantil. “Nuestra diversión era repetir no sólo las piezas, sino lo que hacían o hasta lo que decían, todo como un juego”.
Más de cuarenta años después, Luis Manuel sigue conservando el sentido lúdico de su quehacer. “Lo sigo haciendo con gusto y no me canso, aunque a veces sí es pesado. En realidad, esto es más como una cuestión de juego, porque si lo haces en el sentido estricto de trabajo, pues nos vamos rápido a descansar”. En resumen, dice, en el oficio de su vida ha tenido altibajos, pero también buenas experiencias. “He aprendido a saber que no todo es bueno, pero tampoco todo es malo. He aprendido también a respetar este trabajo y a darle lo que creo es lo nuestro, estoy tratando de hacer lo que a mí me gusta”.
El ser artesano y su valoración


Luis Manuel Morales realizó estudios de economía y de psicología educativa. Sin embargo, tiene claro que lo que le gusta más es el trabajo de artesano que cualquier otra cosa, como estar en una escuela o en una oficina, en su espacio donde para él la creatividad es lo que más valora, según señala. “Ser artesano —reflexiona— significa tener tu propio trabajo y hacer lo que a ti te gusta, pero también me gusta saber que a un cliente le gusta y valora lo que haces: si alguien te paga por algo que tú hiciste y, además, te paga bien, eso es importante”.
Desde joven procuró el aprendizaje en técnicas de dibujo y pintura en los talleres de la Casa de la Cultura de Morelia. De 1982 a 1986 participó en la Escuela-Taller de Cerámica de Alta Temperatura de Tzintzuntzan que impulsó la Casa de las Artesanías y que tuvo una relevancia especial para el desarrollo de la tradición artesanal en Michoacán. También fue maestro coordinador de la Escuela-Taller de 1989 a 1992, y ha sido parte de numerosas exposiciones nacionales e internacionales, así como ha obtenido importantes reconocimientos y premios en concursos por su labor como artista popular.
En 1999 recibió la presea “José Tocavén” al mérito artesanal que le otorgó el diario La Voz de Michoacán.
Al día de hoy labora al menos ocho horas diarias en su taller de la calle Progreso, ubicado a un costado del templo de La Soledad de Tzintzuntzan. Luis Manuel Morales recuerda que a los 20 años trabajaba hasta dieciséis horas porque tenía más fuerza, según señala. “Si hay algo que me gusta le dedico más tiempo que el habitual, pero a veces con cinco horas muy bien trabajadas es suficiente”.
Su taller, añade, es un espacio para la creatividad y la producción, en donde, además de crear nuevos diseños para sus piezas —sobre todo las de alta cerámica—, su trabajo le da oportunidad de reflexionar.
Casi siempre en solitario, Luis Manuel moldea, pinta y diseña en un ambiente propicio de orden y tranquilidad, lo cual lo lleva a dilucidar sobre diversos temas que le pasan a su familia, a su comunidad y a la sociedad en general. “Hacer cerámica es un poco filosofar, sinceramente; hacer esto con tranquilidad o cualquier arte es un poco la cuestión de entrar a cierta filosofía que nos ayuda a comprender las cosas que suceden en el mundo”.
De vez en cuando en su taller brinda asesoría técnica a quien lo requiera, así como imparte cursos, da pláticas y demostraciones sobre los aspectos técnicos de la producción de cerámica. Su intención, dice, es que “se valore la labor alfarera como expresión y conocimiento de nuestra comunidad”.
Un artesano de tiempo completo

El proceso de la producción de piezas de cerámica es largo, según cuenta, desde la obtención del barro, que es una fase esencial para la calidad del producto. Luego sigue el amasado —lo más fuerte del proceso—, y una vez que el barro está listo viene la etapa de moldear o tornear. Entonces las piezas comienzan a adquirir forma. Posteriormente, la fase de secado que puede llevar desde dos hasta unos treinta días.
En el caso de cerámica blanca de baja temperatura, el llamado punto de cuero es el baño exacto que requiere la pieza para el secado, según el momento y las condiciones atmosféricas.
El primer cocido en el horno lleva de cinco a siete horas. El siguiente paso es el diseño, que requiere un boceto realizado con pigmento negro. Una vez que se tiene un lote de varias decenas de piezas se meten nuevamente al horno, perfectamente ordenadas, con la aplicación a cada pieza de un baño de esmalte crudo, cuidando el contacto del conjunto de piezas.
La cerámica tradicional se puede quemar desde 500 hasta 1,000 grados, en tanto que la cerámica bruñida necesita de 500 a 700 grados. Una pieza con esmalte debe quemarse de 900 a 1,000 grados. Nos cuenta que este proceso define las características del producto, que en el caso de la alta temperatura sube a 1,250 grados centígrados en el caso de la cerámica que manufactura su familia, por lo que adquiere relevancia tener un horno especial y, muy importante, contar con una fórmula de barro particular para que la pieza sea más pesada y resistente, cuyos esmaltes impiden que sean difíciles de rayar, a diferencia de las piezas de baja temperatura. Con todo este proceso en ambos tipos de cerámica, apunta el artesano michoacano, pueden durar cientos y hasta miles de años.
“El 100 por ciento de mi tiempo está dedicado a la cerámica”, señala Luis Manuel. “Muchos compañeros artesanos tienen tierra a la que hay que ir a arar, y no tengo una parcela en la orilla del lago para ir a pescar o cosas como ésas. Mi actividad está totalmente dedicada a la producción. Me gustaría que todos lo hicieran al 100 por ciento porque eso nos da más tiempo y nos permite hacer mejores cosas”.
Respecto a los nuevos diseños que caracterizan sus piezas, Luis Manuel considera que no se apartan de los motivos tradicionales que han existido en su comunidad y que se remiten a la época prehispánica de todo México. “A mí me gustan mucho los sellos prehispánicos de la cerámica prehispánica, que tienen una riqueza que en diseño es una preciosidad como son las espirales, muy comunes en la cultura tarasca o purépecha. Yo uso solo una parte para ampliar un diseño y hacerlo moderno, con una intención innovadora que toda la gente pueda entender”.
Estas nuevas propuestas, agrega Luis Manuel, le han permitido tener más opciones de mover y vender sus piezas. “Quienes vienen a comprar cerámica encuentran mi propuesta y les gusta. La gente no sólo busca piezas prehispánicas, también quiere comprar nuevas propuestas, lo cual es sano para bien de la cerámica y la alfarería”.

Ejemplo de este empuje, dice, es que hay mucha gente que ubica bien su trabajo y ha seguido el desarrollo de su producción durante más de cuarenta años. “Si todavía vienen a tocar mi puerta a buscarme quiere decir que mi cerámica ha tenido desarrollo, y que tiene cierto gusto para estar en exposiciones y tiendas en Estados Unidos o en algún centro turístico de México. Veo que sí soy visible por mi trabajo”.
Y no es exactamente hacer algo distinto, afirma. “Es desarrollar lo que nuestros predecesores hicieron para vivir., incluyendo mi papá, mi mamá, mi abuela Andrea Medina, mi tía abuela Natividad Peña y mi bisabuelo. Yo lo que he hecho es desarrollar el diseño y el dibujo para ofertar nuestros productos”.
Asegura que en libros o en varias colecciones de cerámica aparece gente de Tzintzuntzan de hace unos 70 o 80 años como buenos artesanos, lo que demuestra que “sí se ha mantenido la calidad con base en la creatividad, y eso a mí me ha implicado mucho en desarrollar la misma técnica, pero con diseños nuevos como parte de mi propuesta”.
La popularidad de las artesanías, escribe Octavio Paz en su ensayo «El uso y la contemplación» es un signo de salud, como una vuelta o el redescubrimiento de que los sentidos, el instinto y la imaginación preceden siempre a la razón. Así, Luis Manuel persiste en su trabajo con imaginación y vocación de estilo. Se resguarda en su taller en el que, dice, trabaja para vivir y que, a la vez, llama “un lugar de expresión, un espacio donde manifiesto la cultura que veo de la gente y donde se puede hacer historia también”.
Concluye: “Creo que el taller debería ser para todos los que producimos artesanías la parte más importante de nuestra vida”.
Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.