Víctor E. Rodríguez Méndez Virginia López odia la palabra romantizar. Experta en el romanticismo alemán e inglés, la filósofa y escritora apunta hacia una definición más clara de esa palabra en contra de la noción que se le ha dado ahora. Romantizar, dice, es llevar la actividad sobre el mundo y traer a la luz todo lo que está oculto y todo lo que es marginado por la sociedad. “Lo que ha hecho el romanticismo es romantizar el inconsciente, el cuerpo y la sexualidad, y por eso se ocupa, sobre todo, del sueño y de la alucinación de esos lugares oscuros donde de pronto aparece un fantasma gótico”. Virginia López Domínguez (Buenos Aires, 1954) estuvo en Morelia para dar a conocer Dominio y sumisión (2023), su más reciente libro, publicado por la editorial moreliana Silla Vacía, que tuvo su presentación el 19 de septiembre en el Museo del Estado. En esta novela se lee un subtítulo: sobre el amor y los obstáculos que le impone la sociedad. En entrevista, la escritora y poeta advierte que el primer obstáculo que se cierne actualmente sobre el amor es el “materialismo monstruoso”, según señala. “El amor, aunque tenga su aspecto erótico carnal o sexual, llámalo como quieras, es siempre espiritual, porque –incluso el amor físico– no se realiza entre dos cuerpos, sino entre dos sujetos encarnados que tienen proyectos y que tienen una planificación espiritual para sí mismos y una proyección sobre el mundo. ¿Qué trae aparejado el materialismo? Que hemos convertido al mundo en un mercado; esta sociedad es un mercado, y entonces nosotros somos consumidores y tendemos a la cosificación de la otra persona, tendemos a dominar a la otra persona. Lo que trabaja esta novela es precisamente eso: cómo las relaciones amorosas se pueden transformar en relaciones de sumisión y de dominio”. Además, agrega, una relación nunca es entre dos. “Nosotros somos algo así como puntos en donde se cruzan muchas relaciones; entonces, cuando entablas una relación con otra persona, tú traes detrás a tu familia, a tus padres, a tus hermanos, a tu ambiente social, y puedes ir agrandando todo eso cada vez más. Por si no fuera poco, el materialismo genera también la búsqueda constante del éxito social en una competencia terrible, con lo que muchas veces las relaciones entre los sujetos son competitivas”. —Y, encima, se ha decretado el fin del amor romántico… —Mentira: estamos en el inicio del amor romántico. En primer lugar, la gente habla del amor romántico como si fuera un amor que genera una relación tóxica; es un error porque la gente desconoce lo que se dijo en el romanticismo acerca del amor. El amor romántico realmente no tiene objeto, es un ansia, una aspiración hacia la infinitud y, por tanto, es lo que alimenta toda nuestra actividad en el mundo; es decir, es el ansia de proyectar tu actividad hacia afuera, hacia los demás y hacia el mundo, pero también hacia la naturaleza, hacia los objetos, y es lo que hace que construyamos la cultura. Quizá tengamos la suerte de que a partir de ahora se inicie realmente el destino material del amor romántico, que es una utopía… —¿Y cuál debe ser su objetivo? —En el amor el objetivo siempre tiene que ser el desarrollo de las propias capacidades dentro de lo que uno es, con las limitaciones que uno tiene, y la construcción de una sociedad donde prime el respeto a la individualidad y a los otros. —¿Esta afirmación significa una crítica al feminismo, o a cierto sector del feminismo que es quien ha decretado la muerte del amor romántico? —Sí, claro, es una crítica al feminismo. Acabo de terminar un libro y es sobre la mujer y el amor romántico, precisamente. Como especialista en el romanticismo e idealismo alemán e inglés me siento muy molesta con lo que dicen las feministas sobre la posición de la mujer durante la época romántica. Ellas se concentran en algo que no es romántico, y que es la situación de las mujeres en la época victoriana, cuando había una gran represión, pero eso no es romanticismo. Las mujeres románticas no solamente dirigían las tertulias; la Corregidora es una mujer romántica en realidad y Mary Shelly también es una mujer romántica. Ellas dicen que el amor romántico está dirigido a la consecución del matrimonio, y ahí es donde se equivocan. En este libro explico las distintas betas que tiene el amor romántico, con una mujer que es compañera y cuya sexualidad se reconoce como un derecho; una mujer que también está idealizada, lógicamente, porque detrás del romanticismo hay una mística del amor. Foto: Víctor Rodríguez “Critico mucho la idea que ellas tienen de que hay una mujer fatal que nace entonces en la poesía inglesa. Yo creo que no es una misoginia, como dicen ellas, sino que se trata del miedo a la mujer; es lógico que haya miedo de la mujer cuando tú te educas en una escuela donde no ves a una niña y eso es lo que le pasaba a los románticos”. Básicamente, dice, al escribir Dominio y sumisión se planteó la dificultad para llevar adelante las relaciones amorosas. “En realidad es un libro de desamor”, apunta. “Casi todos los libros amorosos o de desamor tienen que ver con gente joven y esta novela trata de gente a partir de los cuarenta años y que se extiende a lo largo de veinte años. Es una reivindicación de un amor maduro que se encuentra con otro tipo de problemáticas, pero yo aproveché, además, para expresar algunos de mis amores fundamentales: la filosofía y el mar. Ésta es, creo, la única novela que habla del submarinismo o de lo que implica el submarinismo, de lo que son los fondos en un momento en que lamentablemente estamos a punto de perder la riqueza que tienen los mares”. Amor e intersubjetividad Virginia López es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, a la que renunció como profesora titular en 2008 para dedicarse plenamente a la literatura y a dar clases fuera de la academia. Sin embargo, después de treinta años como profesora, Virginia no guarda especiales recuerdos de esa experiencia. Antes bien, se siente liberada de la presión académica y hoy día sólo se dedica a dar conferencias y a escribir sus libros de poesía y de narrativa. “La experiencia como profesora universitaria no fue buena”, admite. “A partir de los años 90 el alumno se volvió muy apático, muy desinteresado de la realidad social, después se produjo una serie de cambios en los sistemas educativos que culminaron con la Convención de Bolonia en los primeros años de siglo 21 y se redujeron las carreras, se empezó a utilizar el modelo americano de universidad, que en el fondo es un modelo empresarial en el que se busca la productividad de los profesores en detrimento de la docencia”. Fue así como la autora argentina abandonó voluntariamente la universidad, aun cuando tenía una plaza de por vida. “Me encontré con que me llegaron estos alumnos procedentes del cambio educacional que se había realizado en los colegios secundarios, alumnos que no sabían escribir y que tenían grandes dificultades de comprensión y, sinceramente, aunque suene muy mal, dije: que los eduquen los padres en su casa y no que me los traigan a mí para que yo haga el trabajo del colegios secundario o tal vez hasta de primaria”. Para Virginia, los cambios recientes padecidos en España de la filosofía como materia en lo que corresponde a nuestra educación básica y media superior son “una auténtica barbaridad”. En España se ha quitado como asignatura obligatoria en el bachillerato, nos dice, y “es por eso por lo que los alumnos venían tan poco formados”, apunta. “En esta sociedad en la que hay una competencia brutal, donde hay violencias de todo tipo, donde hay una cosificación permanente de la gente, lo que se necesita es ética y nosotros los filósofos enseñamos ética”. La traductora de obras de filosofía alemana de finales del siglo XVIII, principios del XIX, y autora también de varios ensayos sobre este período filosófico, asevera que la actual sociedad sólo quiere disciplinas que tengan aplicación muy práctica, “que sean útiles para la sociedad”, y se desdeña a la filosofía “porque en el fondo no quiere responsabilidad ninguna”. Si bien Virginia López ha escrito y publicado diversos libros de ensayo, cuento, poesía y novela, ella se considera, en primer lugar, traductora (actualmente está dedicada a su última traducción sobre la filosofía de la mitología de Schelling). Junto con la traducción, por varias décadas escribió ensayos filosóficos, académicos y sumamente eruditos, como parte de su carrera como filósofa y docente. “Cuando renuncié a la universidad decidí empezar a trabajar en mi primera novela, aunque a la par escribía ensayos de género, cuentos y poesía. Jamás hice compatible mi trabajo literario con el trabajo académico, porque no es fácil hacer compatibles las dos cosas, simplemente porque no tienes tiempo”. —¿Cómo te relacionas con los géneros literarios a los que hoy dedicas tu tiempo? —Yo tiendo a un estilo de prosa sumamente elaborado, con una fuerte raíz filosófica, pero a su vez muy poética, porque, como yo soy una romántica –en el sentido estricto de la palabra– considero que la obra de arte tiene que reunir todos los géneros y que es, además, la expresión de la filosofía, la manifestación externa de ese pensamiento que se da internamente en la filosofía. De todos los géneros, el que considero más elevado es la poesía, que es la depuración más alta de la palabra y de la idea; para mí es el género más difícil, aun cuando yo empecé a escribir poesía cuando tenía 7 años. Mis padres me publicaron un libro a los 12 años y luego la abandoné porque me sentía invadida y expuesta ante los demás, porque la poesía es el lugar de la interioridad, donde tú expresas tus sentimientos más profundos. Si no es así, no llega al lector. —¿Hay algún tema en particular que te interese o que sientas que haya modelado tu escritura literaria? —En el fondo el tema que más me preocupa es el del amor, es decir, como lo podemos tomar en general, que es el problema de la intersubjetividad de las relaciones entre las personas. Mi primera novela iba de eso y de la búsqueda de la identidad en las relaciones entre los individuos: hasta qué punto pierdes la identidad o la encuentras en la relación con los demás, desde el punto de vista filosófico. Mi primera obra filosófica la hice cuando yo tenía 27 años y fue sobre La concepción fichteana del amor, con lo que abrí un tema que no se estudiaba de este autor (Johann Gottlieb Fichte), que es el primer idealista alemán. Realmente lo que me interesa es eso.