Hunger: Todos tenemos una relación íntima y personal con la comida; entre lujo o para sobrevivir

El hambre es el primero de los conocimientos: tener hambre es la cosa primera que se aprende, Miguel Hernández.

Erandi Avalos

Sin llegar a ser una película extraordinaria, Hunger (2023) del director Sitisiri Mongkolsiri, es un filme tailandés técnicamente bien resuelto, con buenas actuaciones y una estética bien lograda. Pero es en la multiplicidad de temas que se derivan del guion, a cargo de Kongdej Jaturanrasamee, en donde reside su mayor logro, ya que a partir de un estado fisiológico como es el hambre, la película se acerca a lo más profundo de la naturaleza humana.

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Según la médico y monja zen Jan Chozen Bays, existen nueve tipos de hambre, a los que se suelen agregar dos: Hambre visual, olfativa, auditiva, de boca, de estómago, de tacto, celular (hambre biológica), mental y de corazón (ligada a emociones). El proceso de comer involucra estos tipos de hambre en diferentes niveles dependiendo de las circunstancias. Entrando en terrenos escabrosos añadiremos dos mucho más intrincadas y que no provienen del ámbito físico: el hambre de ser y el hambre de tener.

Todas estas hambres están condicionadas por nuestro bagaje cultural, religioso, nuestra ubicación geográfica, condición de salud y sobre todo por la economía personal y familiar. En Hunger se muestra una de las aristas más delicadas del asunto: la abismal diferencia de lo que el comer significa entre la clase social económicamente favorecida; —capaz de derrochar en cualquier momento cantidades considerables y en ocasiones absurdas por satisfacer sus sentidos—, y la clase económicamente frágil que come para sobrevivir y rara vez o nunca por lujo. En el caso de la miseria, el hambre se convierte en el problema número uno a resolver y derivado de ello, cada actividad estará marcada por la búsqueda desesperada y en ocasiones trágica de asegurar el alimento.

Los móviles que impulsan a los personajes de la película a cocinar, provienen de experiencias disímiles que los marcaron para siempre: desde el reconocido y nefasto chef que confiesa su odio a la clase alta para la que cocina —debido a las humillaciones en su infancia—, hasta el humilde cocinero que prepara y vende la receta de fideos fritos que su madre le preparaba amorosamente en la infancia. Todos tenemos una relación íntima y personal con la comida, que se refleja en prácticamente todos los aspectos de nuestra vida.

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Considerando que las clases sociales económicamente oprimidas, cuando conservan sus tradiciones de la mano con una relación de respeto y cuidado por su entorno, inteligentes prácticas de agricultura, pesca, recolección y ganadería que sean amables con el medio ambiente; tienen asegurada una alimentación digna, nutritiva y deliciosa que cubre los nueve tipos de hambre a través de las recetas que preparan las cocineras tradicionales. El caso de la comida tradicional michoacana es bien visto internacionalmente e incluso está inscrito en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO con el título: La cocina tradicional mexicana: Una cultura comunitaria, ancestral y viva y el paradigma de Michoacán. Así también, la protagonista de la película, regresa a su modesto origen para desarrollar ahí su talento culinario, alejada de las pretensiones y la guerra de egos que evidencian el hambre de algunos por el reconocimiento y el poder.

Esa hambre de ser y tener, es en gran parte responsable de la decadencia que avanza por todas partes. Lo más triste es que ese tipo de hambre nunca logra saciarse, porque lo material nunca satisfará una carencia emocional o espiritual. En cuanto al medio ambiente, es claro que viene una época de vacas flacas en el mundo en cuanto al sustento alimenticio. Aquellos pueblos que no sean guardianes de sus tradiciones locales y que no fomenten prácticas alimenticias sustentables estarán condenados a sufrir hambre y todas las dificultades que eso significa.

Aquellos que cocinan para otros, que lo hagan con la conciencia de que es uno de los servicios más sagrados de la humanidad. El cocinar debe ser siempre un acto de amor, sea desde un lujoso restaurante o en un precioso y humilde fogón casero. Comer debe ser también un acto de amor, autocuidado y agradecimiento, sea en una vajilla de Limoges o en un hermoso plato de barro de Capula.

¡Buen provecho!

Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte sección México, y curadora de la iniciativa holandesa – mexicana “La pureza del arte”.

erandiavalos.curadora@gmail.com