Ihuatzio: la fiesta de San Francisco en la casa del coyote

La inversión económica es mayúscula y se requiere de la ayuda de todos los familiares de los cargueros, porque las fiestas son en grande y duran varios días.

Foto: Pablo Aguinaco

Erandi Avalos

Todo el año hay fiestas y celebraciones en “la casa del coyote” —traducción al español de Ihuatzio o Jiuatzio, municipio de Tzintzuntzan—, pero una de las más importantes es la del 4 de octubre para San Francisco de Asís, patrono del pueblo. Ocho días que reflejan meses de trabajo y colaboración comunitaria encabezada por los Cargueros Capitanes, Cargueros Ayudantes, quienes cuidan a la imagen del Santo durante un año; y sus respectivos Uandaris, quienes deben hablar la lengua y ser parejas casadas. Ellos son los encargados de coordinar y supervisar que todo se haga tal y como indica “el costumbre”, porque ellos ya fueron Cargueros y tienen el conocimiento; así el varón se encarga de coordinar a los varones y las Uandaris a las mujeres.

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Foto: Pablo Aguinaco

La inversión económica es mayúscula y se requiere de la ayuda de todos los familiares de los cargueros, porque las fiestas son en grande y duran varios días; pero el año que se ha sido carguero, se tienen todo tipo de ganancias e incluso milagros, asegura el Uandari Gabriel Rojas y el Carguero Avelín Alcántar. Desayuno, comida y cena para todos, bebida, castillo, cuetes, flores, adornos, cirios, todo en abundancia se ofrece con gusto.

Foto: Pablo Aguinaco

Se vive y se trabaja en pos de las fiestas patronales. No por nada el holandés Rudolf van Zantwijk, "El Holantecatl" (1932-2021), escribió el libro Los servidores de los santos: la identidad social y cultural de una comunidad tarasca en México en 1974, mucho antes de que el internet, la migración y otros factores fueran una amenaza latente para estas tradiciones en Ihuatzio.

Foto: Pablo Aguinaco

Llama la atención la práctica de la Misa P´urhépecha, en la que se fusionan los elementos originarios como el idioma, el altar con elementos naturales, los instrumentos: caracol y la kiringua, así nos cuenta Alejandro Mora, Juez en la Pastoral Indígena de la Arquidiócesis de Morelia; quien explica que algunos pueblos originarios así lo prefieren.

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Foto: Pablo Aguinaco

Toda la comunidad se reúne y participa. Y como sin música no hay fiesta, La Banda Pilareña de Ihuatzio toca alegre el Son de La Danza de Moros, que ha sido heredado durante muchas generaciones y es especial del pueblo, ya que en cada lugar tiene sus variantes. Desde Zipiajo viene el tamborero Erasmo Juárez y su acompañante, quienes tocan alternadamente con la banda su flauta barroca y la tarola —a falta de chirimía y tamborita, que ya no se encuentran fácilmente—. Al terminar la misa, viene la danza y la música no para: Moros y Soldados (¿franceses acaso?), con sus atuendos coloridos que varían de pueblo en pueblo muestran sus pasos en el templo y también en el atrio. No importa el origen de estos personajes, importa el significado actual que es: danzar para el Santo.

Entre la algarabía de la fiesta, llama la atención la plática entre Don Baldomero García y su compadre: “Los abuelos decían que el lago se secaba cincuenta años y subía otros cincuenta años, pero ahora ya no sube, nomás baja, ¿qué vamos a hacer sin el lago? Tenemos que cavar cada vez más profundo para hacer una noria, quince o veinte metros y en partes ni así hay agua”, a lo que Rómulo Lucas responde: “Es que ya no llueve, compadre, y en toda la orilla del lago caen aguas negras…y también por cuestión de los freseros y aguacateros que hacen sus pozos profundos y no dejan que llegue el agua al lago. Otra cosa: el gobierno ya no manda pinos, ya la deforestación está muy fea. Nos han abandonado”.

Termina la danza de Moros y de Soldados. El banquete espera y las mujeres contonean en su apresurado andar los hermosos rollos y mandiles bordados. El fogón las reúne y entre charlas y risas las tortillas van llenando el taxcal de chuspata tejido con sus propias manos. Hoy todo se vale, hasta tomar en la Iglesia, porque hoy todo está bendito por San Francisco de Asís. Así será toda la semana, cuando se termine la fiesta y de nuevo el pueblo vuelva a su tranquilidad cotidiana, a la espera de la próxima celebración.

Foto: Pablo Aguinaco

Mientras probamos todos los manjares tradicionales vemos bailar a la gente. Otros prepararan el castillo. Ya va cayendo la noche y allá en el monte oscuro, entre las yácatas, se alcanza a escuchar el aullido de un nostálgico coyote.

Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com