José Agustín, de "La tumba" a la eternidad literaria

Narrando su impecable trayectoria, desde la publicación de su obra «La tumba» a los 16 años hasta convertirse en un autor esencial de la literatura en español

Jaime Vázquez/ Colaborador de La Voz de Michoacán

En 1964, el casi adolescente José Agustín publicó La tumba, novela breve sobre la vida, conflictos y peripecias del joven personaje Gabriel Guía, que en su rebeldía bien habría podido aprenderse de memoria El guardián en el centeno de Salinger. 

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Con Gabriel, espíritu inquieto, perfil sesentero, que escuchaba a Wagner y a Elvis, irrumpió en la literatura mexicana “una de las novelas cortas más significativas escritas en los últimos años. Los personajes, jóvenes de nuestros días, están admirablemente bien creados (…) Lo que más llama la atención es el estilo irrespetuoso, dinámico, que carga a las palabras de nueva vitalidad y nuevo significado”, afirmó Emmanuel Carballo en Diario público, 1966-1968

A 60 años de La tumba, José Agustín es un autor fundamental de la literatura en español, emblema del desenfado y la libertad, observador agudo y crítico de su tiempo, rockero enciclopédico inalcanzable, generador de “netas” coloquiales, surtidor de “cariñito azucarado”, amigo sin adjetivos.

José Agustín Ramírez Gómez nació en Guadalajara en 1944, pero le gustaba decir que en Acapulco, porque lo registraron en ese paraíso y de ahí era su tío, José Agustín Ramírez Altamirano, de los “Trovadores guerrerenses”, compositor de la famosísima Por los caminos del sur

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Cuando escribió La tumba tenía 16 años, la edad del personaje central. Leía, escuchaba música, pero lo suyo era escribir. Decía que su primera novela la escribió en quinto año de primaria, se llamaba El robo y era “una babosada”.

En la Ciudad de México ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras y al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, el CUEC, hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC).Participó en el célebre taller literario de Juan José Arreola, escribió en suplementos culturales, viajó a Cuba, estuvo en Lecumberri, meditaba, experimentó con drogas, vivió, observó, escribió.

En 1966 publicó De perfil y una Autobiografía, y de ahí en adelante no se detuvo.

Su primer paso en el cine fue con los guiones de 5 de chocolate y uno de fresa (1967) de Carlos Velo, y de Y pensar que podemos (1968), de Sergio García.

Sobre un argumento de Raúl Zenteno y Fernando Josseau, Velo y José Agustín escriben Alguien nos quiere matar (1970), segunda película con Velo y Angélica María, que en 5 de chocolate y uno de fresa es una monja que al comer hongos se transforma en princesa sicodélica. Angélica está angelical. Fue un flechazo. A José Agustín le decían señor México, porque Angélica era “la novia de México”.

Su debut en la dirección fue en 1970 en Ya sé quién eres (te he estado observando) de nueva cuenta con Angélica María en el estelar, junto a Octavio Galindo. 

Hace el guion para Luto (1971), de Sergio García, y dirige su propia historia, Luz externa (1973), con July Furlong y Gabriel Retes, que no tuvo exhibición. 

Como guionista, participa con José Revueltas en El apando, de Felipe Cazals; La viuda de Montiel, con su director, Miguel Littin; Amor a la vuelta de la esquina, al lado del director Alberto Cortés; Ahí viene la plaga, escrita con José Buil y Gerardo Pardo, mural histórico de movimientos estudiantiles, rebeldía, rock y juventud; y Ciudad de ciegos, de Alberto Cortés, escrita con Herman Bellinghaussen, Marcela Fuentes-Berain, Paz Alicia Garciadiego y Silvia Tomasa Rivera. Actúa en De veras me atrapaste (1985) de Gerardo Pardo.

Su pieza dramática Abolición de la propiedad se llevó al cine en 2012 bajo la dirección de Jesús Magaña, y la novela Ciudades desiertas se adaptó para Me estás matando, Susana, de Roberto Sneider.

José Agustín rechazó ser escritor de “literatura de la onda”. Encabezó una polémica con Margo Glantz a propósito de este título a la literatura de su generación. 

José Agustín murió en Cuautla el 16 de enero de 2014. Leerlo será una fórmula para convocar su universo. Ese muchacho que hizo de su literatura un mundo eternamente joven.