Jueves | Biblioteca Pública Universitaria: una caverna mágica que cumple 95 años
La Biblioteca Pública Universitaria forma parte, de hecho, del sistema bibliotecario de la UMSNH, coordinado por la Dirección de Bibliotecas y conformado por 50 bibliotecas y ocho procesos de soporte.


Víctor E. Rodríguez Méndez
Jorge Luis Borges siempre imaginó que “el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Dedicado a ordenar bibliotecas por varios años, para el escritor argentino ese trabajo era similar a ejercer, decía, “de un modo silencioso y modesto, el arte de la crítica”. Citando a Emerson, para él una biblioteca es una especie de caverna mágica llena de difuntos. Y esos difuntos, decía Borges, “pueden renacer y pueden ser devueltos a la vida cuando abrimos sus páginas”.
En Morelia, con 95 años recién cumplidos, la Biblioteca Pública Universitaria y Fondo Antiguo cumple ese papel de “caverna mágica llena de difuntos”, que por igual equivale a ese paraíso borgeano que se vislumbra en sus añejos libreros. En este recinto de larga tradición jesuita —hoy a cargo de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH)—, envueltos con sigilo y en silencio, confluyen el pasado y presente a través de colecciones históricas y contemporáneas de miles de ejemplares que atesoran saberes en diversas áreas.
La historia de la biblioteca nicolaita data de 1874, cuando fue creada la Biblioteca Pública del Estado y fue ubicada —en distintos momentos— en el Colegio de San Nicolás, el Palacio de Gobierno y la planta alta de la actual sede del Congreso del Estado. En 1923 se decretó que el cuidado, clasificación y catalogación de su acervo fuera responsabilidad de la UMSNH. En 1929 el ex Templo de la Compañía de Jesús fue donado a la Universidad de Michoacana y el 7 de enero de 1930 el presidente Lázaro Cárdenas del Río entregó el recinto a la institución nicolaita para que fuera un espacio abierto para el cuidado, catalogación y preservación del amplio acervo bibliográfico, ubicado hasta hoy en la esquina de Madero Poniente y Nigromante, en pleno centro de la capital de Michoacán.


Se hicieron entonces las adecuaciones al edificio religioso, que consistieron básicamente en derribar los altares e instalar la estantería de madera en tres niveles que se encontraba en un edificio contiguo al templo de San José y que perteneció a la segunda biblioteca del Seminario.
La Biblioteca Pública Universitaria se conformó de inicio con libros de las bibliotecas del Seminario Tridentino y de los conventos de San Francisco, San Agustín, El Carmen, San Diego y La Merced de la capital del estado, así como de una parte de libros que pertenecieron a los monasterios de Santa Catarina de Pátzcuaro, Seminario Tridentino y Colegio de San Nicolás Obispo.
Su acervo se incrementó con el tiempo gracias a la adquisición de bibliotecas particulares, como la de José Guadalupe Romero, y también con algunas colecciones de libros donados por Febronio Retana y Félix Alva y una parte de la biblioteca de Melchor Ocampo. El fondo antiguo se conformó con parte de las bibliotecas de bibliófilos michoacanos como Francisco Uraga, José María Cháves y Villaseñor, Luis González Gutiérrez y Mariano de Jesús Torres, cuyos herederos vendieron al gobierno una parte de su colección y, al clausurarse el Seminario en 1929, algunos de sus libros pasaron a ser parte de la Biblioteca Pública.
Al día de hoy, el fondo antiguo es una colección de 23,001 volúmenes y 14,619 títulos impresos producidos entre los siglos XV y XIX. Este acervo resguarda cinco incunables, dos posts incunables, cuatro impresos mexicanos del siglo XV, 326 impresos morelianos, 61 libros prohibidos, 39 manuscritos y una colección completa de antigüedades mexicanas de lord Kingsborough, así como textos en árabe, español, francés, griego, inglés, italiano y latín.
Por la cantidad y calidad de los volúmenes que alberga, la de la Biblioteca Universitaria es una de las colecciones de material antiguo más importantes de Michoacán.


Información para todo público
La Biblioteca Pública Universitaria forma parte, de hecho, del sistema bibliotecario de la UMSNH, coordinado por la Dirección de Bibliotecas y conformado por 50 bibliotecas y ocho procesos de soporte. Para Silvia Alejandra Manríquez Gómez, titular de la Dirección, esta biblioteca es muy representativa, entre otras cosas, por su belleza arquitectónica y por sus murales. “La riqueza que nosotros queremos dar a conocer es el fondo antiguo con el que cuenta la Universidad Michoacana”, señala. “Parte de lo hermoso es que también tenemos un fondo contemporáneo, el cual nos permite apoyar a todos los jóvenes y al público en general que requiere de algún tipo de información y nosotros se los podemos facilitar”.
De acuerdo con la bibliotecaria desde hace 15 años, el fondo antiguo es solicitado frecuentemente por personas investigadoras tanto nacionales como internacionales, y existe una serie de requisitos para realizar el préstamo, únicamente en sitio.
La mayor parte del fondo antiguo se encuentra en la Biblioteca Pública Universitaria, en tanto que el resto de divide en las bibliotecas del Colegio de San Nicolás (incluye la biblioteca donada por Melchor Campo), la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, la Facultad de Filosofía “Samuel Ramos”, el Instituto de Investigaciones Históricas y la Facultad de Historia. Ivette Arreola Domínguez, responsable de este acervo, asegura que hablar de bibliotecas es hacerlo desde un fondo antiguo. “Cada libro te cuenta su historia, en sus encuadernaciones rústicas o decoradas, en el contenido de los preliminares, en la tipografía constituida por una o más familias, en las xilografías o calcografías, en las anotaciones manuscritas y sus expurgos, en cada detalle que los hace únicos, están las historias que conforman la suya misma”.

Ivette Arreola reflexiona sobre los libros del fondo antiguo y su origen, en contraparte al de los libros contemporáneos que han sido realizados por autores y editores en diferentes contextos socioculturales. “Esos libros se produjeron atendiendo a las necesidades de esos autores y de la época”, dice. “Cabe preguntarse si encontramos reflejado en ello los libros antiguos, ¿habrán sido estos libros, producidos mayormente en Europa, los forjadores del pensamiento de muchos agentes de cambio en nuestro territorio-país?”. La Biblioteca Pública Universitaria representa, añade, “el resultado del acceso al conocimiento y el reflejo de otras culturas contenido precisamente en los libros, los estudiantes nicolaitas exigiendo espacios para contener, resguardar, proteger y difundir el conocimiento”.
Por lo mismo, Silvia Alejandra Manríquez cree que es importante que se conozca esta riqueza bibliográfica y documental que incluye temas de teología, homilética, ascética, patrísica, historia eclesiástica y religión, entre otros. “Estamos dentro de los cinco más importantes del país, por la variedad de temas que se cuentan en nuestro fondo antiguo, pero también por los libros incunables y posincunables, que son de las riquezas más grandes que tenemos”.
Por su parte, José Manuel Morales Palomares, subdirector técnico de la Dirección de Bibliotecas, asegura que el acervo concentrado en el recinto universitario, desde el libro más antiguo que se resguarda aquí, de 1490 —pasando por el propio fondo antiguo que se preserva de las diferentes órdenes religiosas que sobrevivieron a los distintos periodos de guerra del país—, hasta el libro más reciente que consultan los estudiantes hoy en día del acervo contemporáneo, “es una expresión palpable de la evolución del conocimiento y de los intereses de la humanidad por explicarse el mundo y el tiempo en que les tocó vivir, y eso nos habla del esfuerzo permanente por conocer y la historicidad de los individuos que lo realizan”.
Para José Manuel Morales este espacio es, en síntesis, “una posibilidad de entablar diálogos entre pasado y presente desde la ciencia, el arte y la cultura, de ahí la importancia de su función y su aporte para la cultura de nuestro estado”.
Silvia Alejandra Manríquez hace una acotación al respecto: “La gente no sólo viene a consultar, éste es un lugar de resguardo, aquí vienen jóvenes que se reúnen a hacer sus tareas, sobre todo niñas y niños de escuelas primarias cercanas, y de repente sí consultan algunos libros”. También asisten otros infantes con sus mamás y papás, añade, con lo cual “se crea un ambiente de trabajo, pero también de seguridad y de convivencia para la comunidad michoacana y de manera particular de Morelia, y no sólo para la comunidad estudiantil, lo cual es parte de la riqueza que tiene una biblioteca pública”.
De hecho, la biblioteca cuenta con seis murales pintados al fresco en la década de los 50 del siglo pasado por los artistas S. C. Schoneberg (“El alba” y “Génesis”), Hollis Howard Hollbrook (“La conquista” y “El conquistador”), Robert Hansen (“La ciencia”) y Antonio Silva Díaz (“La patria”) que le dan un mayor atractivo al lugar, sobre todo para la curiosidad de muchos turistas, a quienes se les ofrece también la información que soliciten. “Si al acervo le sumamos la conjunción de la arquitectura barroca del lugar”, apunta en este sentido José Manuel Morales, “con los muros tenemos también un collage muy rico y diverso sobre arte”.
Los retos de la Biblioteca Pública Universitaria
Silvia Alejandra Manríquez reconoce que en este momento el edificio de la Biblioteca Pública Universitaria no guarda las mejores condiciones en cuanto a problemas de humedad en las paredes, cosa que en todo caso toca al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). “Cualquier tipo de intervención que quisiéramos hacer en el edificio es muy costoso y el INAH debe indicar el qué, cómo, cuándo y dónde, nosotros no podemos hacerlo de cualquier manera”.
La funcionaria universitaria refiere que en lo posible sí hay un cuidado en cuanto a la humedad y el aire que deben tener los libros. Refiere que desde 2024, después de treinta años, se está haciendo una evaluación del acervo del fondo antiguo para hacer una estabilización de estos libros, a cargo del laboratorio de conservación de la Dirección de Bibliotecas. “Esta intervención va a durar un buen tiempo, pero es necesaria para la conservación de este acervo, aun cuando es muy cara y técnicamente es muy especializada. Incluso, para intervenciones mayores tenemos que hacer una solicitud especial, dado que nosotros no la podemos realizar”.
Por lo que cabe, el personal especializado de la Biblioteca procura la atención de los libros, sobre todo en cuanto a la luz solar que se proyecta en algunos espacios.
Sobre los retos que enfrenta la Biblioteca Pública Universitaria, Ivette Arreola resalta uno solo: actualizarnos sin desenfocarnos, según dice. “Actualizarnos sin perder de vista nuestra función y objetivo: la lectura. La Biblioteca Pública de Morelia fue constituida pensando en el acceso a la información y conocimiento que hasta entonces estaba destinado a ser privilegio de unos cuantos —dígase por ideologías prohibitivas por cuestiones de género, social, religioso o bien por estatus económico—; hoy día, las bibliotecas están concebidas como espacios de esparcimiento y recreación”.
Agrega que los tiempos han cambiado y el uso e implementación de nuevas tecnologías han tomado bastante terreno y son necesarios: “Sin embargo, no suplen las funciones primarias del bibliotecario y la biblioteca. Los libros se hicieron para leerse, para cuestionarse, para imaginar lo que pudo y puede ser. Los bibliotecarios para asesorar, acompañar, dirigir la consulta del usuario, motivarlo incluso a cuestionarse y rectificar si es necesario. El reto es reconocernos”.

José Manuel Morales señala como un reto importante la incorporación de las nuevas prácticas de generación de conocimiento, así como las tecnologías que están transformando no sólo el saber, sino al conjunto de la sociedad, por medio de la inteligencia artificial, “sin perder esa tradición científica, histórica y cultural de esta Biblioteca, y la de todas las que integran el sistema bibliotecario nicolaita”. Para el maestro en historia e investigador, esa tarea “exigirá habilidades y competencias más complejas para las personas bibliotecarias, en aras de fortalecer el papel de las bibliotecas como instituciones de pertenencia e identidad de una comunidad, no sólo de estudiantes, docentes e investigadores, sino de toda la población que tenga acceso a ellas”.
Sobre el futuro del libro
Sobre el futuro de los libros impresos, las funcionarias y el funcionario entrevistados revelan un optimismo compartido. “Se dice que el libro podría desaparecer y yo creo que nunca va a desaparecer”, asegura Silvia Alejandra Manríquez. “La sensación de abrir y oler un libro no tiene igual. Los libros nos llevan a viajar por todo por todos lados y me emociona muchísimo lo que nos permiten crecer nuestra imaginación”.
Agrega la titular de bibliotecas nicolaitas: “Un libro es una conversación entre generaciones, una chispa que enciende la curiosidad y una puerta abierta a la infinita riqueza de la palabra escrita. En sus páginas habita la posibilidad de descubrir, aprender, soñar y, sobre todo, comprender mejor el mundo y a nosotros mismos”.
Para Ivette Arreola, es hora de cambiar el diálogo o reformular la pregunta sobre el futuro de los libros físicos. “El libro electrónico y las herramientas tecnológicas frente al libro impreso como depositarios de información no están compitiendo, se complementan. Hasta el día de hoy no creo que exista mejor invento para contener la información y preservarla que han sobrevivido seis siglos”. Y es que, dice, el libro impreso no necesita de ningún otro asistente que las manos curiosas del lector. “No necesita un espacio de almacenamiento; una aplicación que lo contenga, un cable que se conecte a la corriente eléctrica y un banco de almacenamiento de energía, para ser leído”.
La también licenciada en Derecho y responsable del fondo antiguo cree que los libros impresos serán siempre necesarios por la necesidad de seguir aprendiendo de ellos y de lo que los hace físicos: su materialidad. “Todas las historias están detrás de la temporalidad. Hablábamos de cultura, pero ¿de cuántas culturas?, ¿de cuántos momentos históricos y de desarrollo de la industria del libro? ¿Y del papel, de las tintas, de las encuadernaciones, de las mujeres abriéndose camino para poder escribir y publicar como seres humanos igualmente pensantes?”
Los libros, afirma Ivette, son “grito y testimonio, son registro material y tangible de todo lo que hemos avanzado en cada rubro”.
José Manuel Morales Palomares considera que los libros físicos han sobrevivido a las distintas revoluciones tecnológicas y han pasado la prueba del tiempo. “Hoy en día, a pesar de la incursión de los libros en formato electrónico desde hace más de dos décadas, se siguen consumiendo más libros físicos que digitales. Y si uno lo piensa bien, la lógica de lectura de un libro electrónico es similar a la de un libro en papel: hojear, subrayar, poner un marcador o separador de página”.
El funcionario nicolaita enfatiza sobre lo duradero del soporte de papel respecto a las plataformas de lectura digital que caducan o actualizan. Concluye: “Quizá la importancia radique también en la experiencia de lectura: un libro físico posibilita la lectura artesanal, que pone en juego más de un sentido: la vista, el tacto, incluso, el olfato. Esto hace que el ejercicio de la lectura, sea más humano y personal”.