Yazmín Espinoza colaboradora de La Voz de Michoacán “La clase de griego”, de Han Kang, fue el último libro que leí este año alrededor de mis amigas de la Tribu de letras, un grupo que me llena el alma y me hace constatar que la lectura siempre es mejor en comunidad. Fue junto a ellas que durante diciembre, tuve mi primer acercamiento a la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2024, a través de una historia que me supo a una lección sobre la fragilidad humana. En Seúl, una mujer asiste a clases de griego antiguo. Su profesor le pide que lea en voz alta pero ella permanece en silencio; ha perdido la capacidad del lenguaje, así como a su madre y la custodia de un hijo de ocho años. Su única esperanza de recuperar el habla es mediante el aprendizaje de una lengua muerta. El profesor, que acaba de regresar a Corea después de pasar media vida en Alemania, se encuentra dividido entre dos culturas y dos lenguas. También él afronta pérdidas: su vista empeora irreversiblemente a cada día que pasa, y convive con el miedo de saber que, cuando llegue la ceguera total, perderá toda autonomía. Con una belleza inusitada, las voces íntimas de estos dos protagonistas se intercalan y se cruzan en un momento de desesperación. ¿Será posible que encuentren en el otro el modo de salvarse, que la oscuridad dé paso a la luz y el silencio a la palabra? La aclamada autora de “La vegetariana” indaga en la pérdida, la violencia y la frágil relación de nuestros sentidos con el mundo para brindarnos una carta de amor a la filosofía, la literatura y el lenguaje, pero, sobre todo, a la esencia de la conexión humana y de lo que significa sentirse vivo. Primer contacto con Han Kang y me ha gustado. Para empezar, me ha parecido una experiencia lectora curiosa ya que cuenta con un estilo muy alejado de lo convencional, aunque también podría decir también que su lectura no me ha resultado liviana, sobre todo en la primera parte del libro, cuando apenas comienzas a adentrarte en la historia y sus personajes. Cabe destacar que, “La clase de griego” es la cuarta novela de Han Kang y llegó a librerías en español apenas en septiembre de 2023, 12 años más tarde que la publicación en su idioma original. Asimismo, aunque estas no son las únicas novelas en la prolífica obra de Kang, he leído en varios espacios que la continuidad entre “La vegetariana” y “La clase de griego es evidente”. Tendre que leerlo para creerlo. En este libro en particular, me sorprendió que la prosa avanzara mediante la condensación de imágenes sensoriales, diálogos reales y sugeridos, saltos temporales y un clima hermético de desolación y severidad. Son dos los protagonistas principales de “La clase de griego”. Uno de ellos nos va a contar su historia en primera persona y la historia del otro nos la contará una narradora en tercera persona. El libro se abre con la voz en primera persona, la de un hombre coreano que emigró, junto a su familia, a Alemania, y ahora está de regreso en Corea, donde trabaja como profesor. Algo clave en su historia es que cuando era joven descubrió que, al igual que su padre, padece una enfermedad ocular que va a ir haciendo que su vista se debilite poco a poco hasta quedarse ciego. Es frecuente que la primera persona del profesor de griego se dirija a un interlocutor, normalmente mediante el recurso de una carta: a una chica que le gustó en el pasado, a su hermana en Alemania, o a un amigo alemán. “La gente cree que cuando dejas de ver bien, empiezas a oír mejor, pero eso no es cierto. Lo que percibes, sobre todo, es el paso del tiempo. Poco a poco te avasalla la sensación d que el tiempo, cual lento y cruel fluir de una sustancia descomunal, te atraviesa en todo momento de parte a parte”. La segunda protagonista es una mujer que creció fascinada por el lenguaje pero que, en este momento de la historia, ha perdido la capacidad de hablar, algo que ya le había ocurrido de adolescente. Esta idea de pasar a ser una persona muda, de repente, se convertirá en símbolo de su soledad y de su sensación de insignificancia frente al mundo. Para su terapeuta, el mutismo es su instintiva reacción a una serie de tragedias, aunque a lo largo de la historia nos vamos dando cuenta de que es algo más profundo pues el dolor que siente, no es fruto de un momento concreto de su vida, sino un sentimiento que la ha acompañado desde que era una niña, de dolor por el mundo. “Claro que algo tendría que ver que su madre hubiera fallecido hacía seis meses, que ella se hubiera divorciado, que hubiera perdido la custodia de su hijo de ocho años después de tres juicios y que el niño estuviera viviendo con su padre desde hacía cinco meses”. Algo clave es que no conoceremos los nombres de los protagonistas, y esta falta de nominalidad los convertirá en arquetipos de la soledad que sufren las personas en las grandes urbes. Para mí, además hay un tercer protagonista con una presencia en la novela incluso mayor que la de las voces de los personajes: el lenguaje. “Una vez que alcanza su cota máxima, la lengua cambia hacia formas más sencillas, descendiendo en una curva suave y gradual. En cierto modo se trata de un deterioro, de su decadencia, pero desde otro punto de vista, supone un avance”. Es increíble la manera en la que la autora lo utiliza para, a veces ser completamente certera, y otras regalarnos pasajes llenos de poesía y lírica. “Hecho de menos tu terquedad y tu potente voz como de sirena en la niebla. Sabes que nunca sacaré sabiduría de mi dolor. Que aunque pierda la vista, no abriré los ojos del alma”. La decisión de utilizar el griego antiguo como nexo entre estas dos vidas paralelas nace, según la autora, de una conversación sobre del estudio de la filosofía griega que le hizo plantearse la lengua empleada en este caso como una totalmente ajena a la propia, con una conceptualización de la realidad distinta y que permitía formas de percibir y acercarse al mundo desconocidas. “A veces me hago preguntas utilizando esas argumentaciones de la lógica griega que tanto me disgustaban, si tomamos como cierta la premisa que dice que, cuando perdemos algo, ganamos otra cosa, ¿qué es lo que he ganado yo al perderte a ti? ¿Y qué es lo que ganaré cuando pierda la vista?”. Al final, todas estas herramientas trabajan juntas para buscar profundizar en la soledad del ser humano, la sensación de no pertenecer a un lugar, el miedo a perder la autonomía, el vivir en los recuerdos, la sensación de sentirse atrapado y la esperanza, que pese a todo puede hacer brillar una luz en medio de la oscuridad. “Los fragmentos de la memoria se mueven y crean formas. Lo hacen sin un patrón, sin un plan ni sentido alguno. Se dispersan y, de pronto, se unen con determinación. Parecen incontables mariposas dejando de aletear al mismo tiempo; parecen bailarinas impasibles con los rostros cubiertos”. ¿Has leído algo de la ganadora del Nobel? Fue en octubre cuando La Academia Sueca le otorgó a la escritora surcoreana Han Kang el premio Nobel de Literatura de 2024. La academia destacó a Han Kang "por su intensa prosa poética que confronta traumas históricos y expone la fragilidad de la vida humana". De acuerdo a la Academia Sueca, la obra de la surcoreana "confronta traumas históricos y conjuntos de reglas invisibles". "Tiene una conciencia única de las conexiones entre el cuerpo y el alma, los vivos y los muertos, y en su estilo poético y experimental se ha convertido en una innovadora de la prosa contemporánea", añadió. Han, de 53 años, es la primera mujer asiática en recibir este importante galardón y el tercer escritor proveniente de Corea del Sur. Se convierte además en la mujer número 18 en recibir el Nobel de Literatura. La última había sido Annie Ernaux en 2022. DATOS SOBRE EL LIBRO Autora: Han Kang Editorial Random House 176 páginas Año 2023 Sobre Yazmin Espinoza Comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias. Instagram: @historiasparamama