La fuerza centrípeta del teatro
En cada propuesta artística, el desafío del teatro se crece. Será que los tiempos cambian y cambian también los creadores escénicos, mudan de piel.


Rita Gironès
En cada propuesta artística, el desafío del teatro se crece. Será que los tiempos cambian y cambian también los creadores escénicos, mudan de piel. Fernando Ortiz busca una comunicación directa con el público. No se preocupa especialmente por el éxito, es un buen artesano del teatro, capaz de afrontar retos muy diferentes entre sí. De niño soñaba con ser pintor y se imaginaba 6 horas diarias, por lo menos, trabajando frente a un caballete. Al día de hoy, dedica muchas más a potenciar un acercamiento a las artes escénicas y a resignificar la escena michoacana. Reconoce que su aportación a la dramática es por puro placer. “No es por dinero”, aclara. De hecho, ha sido albañil, cargador o saca-borrachos de algún bar para poder hacer el teatro que le gusta. Empleos varios alrededor de un sólo eje: el oficio del teatro. El director es consciente que trabaja con personas. Encamina al actor a conectarse (aunque sea por un instante) con el personaje. Fernando insta a la honestidad. Al leve roce de la verdad escénica, aquí y ahora.
¿Qué querías ser de niño?
Te contaré que en una ocasión me pidieron que escribiera cómo fue que llegué al arte. Y al responder cómo llegué circunstancialmente al teatro, recordé que yo de niño dibujaba. Un día, llegando de la primaria (vivía en una vecindad en la Cdmx), vi a mi tío dibujando sobre un pizarrón que había en la casa y, de repente, me emocioné al ver lo que estaba dibujando. Era una virgen y no era en sí por el tema religioso. Mi tío, albañil de profesión, era un virtuoso dibujando. Hasta los 16 años, yo quería ser pintor, al punto que hoy tengo cuadros de aquella época.
¿Qué quieres ser ahora?
Lo que más me ha sostenido, lo que me sostiene en la vida (antes, ahora y mañana) es cómo respiro y cómo me siento ante una obra de arte. Ya sea música, ópera, teatro, danza… Si me preguntas qué quiero ser ahora, te diría que quiero poder seguir respirando lo que me sucede cuando estoy dentro o fuera, como espectador o creador, frente a una obra de arte.
Principal rasgo de tu carácter.
El miedo. Siempre en la vida he tenido miedo por muchas cosas.
¿De qué crees que sirve el arte en un mundo tan caótico como el que vivimos?
El arte es una esperanza. El ser soñador es una esperanza en la vida. Sin ese sueño, sin esa posibilidad, creo que nada valdría la pena.
¿Qué valor le das a las palabras, y al silencio?
Así como en la música el silencio es música, no responder también es un diálogo. Siempre estamos hablando, aunque no hablemos… aunque no digamos nada.
¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres?
Leo mucha novela, de algunos años para acá me encanta la novela negra. Leonardo Padura, por ejemplo, pero hay excelentes escritores noruegos, españoles y, fundamentalmente, la novela negra es gringa. Obras como La llave de cristal, del ícono de la novela policiaca Dashiell Hammett…
¿Cocinas normalmente? ¿Tienes buena sazón?
¡El 70% de lo que como lo cocino yo! Ahora estoy experimentando con la quinoa. Trato de cuidarme, ya son 74 años y ¡no está fácil! (Risas).
¿De qué te sientes orgulloso?
Verás, yo vengo de una familia muy prole y cuando empecé a dibujar, mi deseo era tener una motito con una cajita para pasear con mi familia. Esa era mi ambición y, creo que, hasta la fecha, no tengo grandes aspiraciones. Me pasa lo mismo como cuando hago teatro: yo no pienso en la idea del éxito. Pienso más en que el elenco y en el público que vendrá, que se sientan bien, que nos podamos comunicar. Eso es lo que me gusta.
¿De qué te arrepientes?
¡Híjole! Quizás de no haber estado más con mis hijos. El asunto del teatro, de querer hacer teatro, siempre me alejó mucho de mis hijos.
Si te pudieras sentar a platicar con algún personaje histórico, ¿con quién sería y de qué platicarían?
Sería con Elena Garro. Me parece fundamental en la literatura, pero además cuando yo leí “Los recuerdos del porvenir” me llevé una de las mayores sorpresas de mi vida con el realismo mágico. Claro, después de ella aparecen Márquez y otros, pero esa obra me dejó en shock. Me hubiera gustado platicar cuando ella estaba lúcida, porque tuve la oportunidad de conocerla al final cuando la regresaron a España para una muestra de teatro, pero entonces ya no era Elena Garro. Yo creo que ella ahí ya era el resultado de lo que los hombres le hicieron, entre ellos Octavio Paz.
¿Qué cualidad admiras en las personas? ¿Y qué detestas de la gente?
Admiro la sinceridad que puedes entablar con alguien. Y lo que me cae mal es la pretensión, la soberbia, ese rollo de sentirse superior. Sin embargo, hay un personaje del cual hablé en el estreno de la obra Bufón, Manuel Guízar. Él siempre te miraba desde arriba (además porque era muy alto), pero un día entré en el Corral de la Comedia y lo vi tan cansado y abatido que le propuse montar El Rey Lear. En realidad, me gustaba verlo disfrutar… Al final pienso que el teatro se hace con personas y eso es lo más importante, no es el éxito. La parte del proceso del montaje es muy valiosa en términos de comunicación entre las gentes.
¿Crees en el destino?
No, creo en el presente.
¿Qué es para ti la Cultura, Fernando?
La Cultura es bailar una cumbia de Tepito.
Rita Gironès, escritora, docente y artista escénica. Catalana y mexicana. Lleva 20 años residiendo en Michoacán trabajando activamente por la cultura. Apasionada de las Humanidades, obtiene el Premio Nacional de Dramaturgia en México, 2022.
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