Las cicatrices de la violencia patriarcal en “Amor al prójimo”, de Gabriela Enríquez

Las palabras como posibilidad sanadora y una genealogía de dolor que surca las vidas desde los hierros que el fuego incrusta

Foto de Gabriel Enríquez: Víctor Ramírez Portada del libro: https://www.u-topicas.com/

Adriana Sáenz Valadez colaboradora de La Voz de Michoacán

Las palabras como posibilidad sanadora y una genealogía de dolor que surca las vidas para, desde los hierros que el fuego incrusta, resurgir. Ésta es la trama de la novela Amor al prójimo de Gabriela Enríquez, ganadora del permio Mauricio Achar/Random House 2023. La ficción está relatada de manera que nos adentra en las heridas de la violencia patriarcal, que en el transitar de las historias va dejando cuños físicos en los cuerpos, en las memorias.

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Amor… nos adentra en el monólogo interior de una mujer que visita todos los días a su hermana comatosa. Un relato de dolor atravesado por el fuego muestra también las posibilidades del contarnos, del narrar para crear horizontes de comprensión, donde se hagan posibles historias de vida que encuentran el gozo.

Enríquez configura la ficción con cierta intertextualidad respecto a Arráncame la vida de Ángeles Mastreta, con algunas influencias del realismo mágico, así como con un aroma costumbrista y misterioso. La autora aprovecha los espacios opalescentes y, desde ellos, va creando un ambiente bordado por hilos que sostienen usos y costumbres entre el ámbito rural y el urbano. A través de las pistas dadas entre los elementos urbanos y los medios de transporte del siglo XX, nos proporciona indicios del tiempo. Las acciones transcurren entre los deseos, las carencias, el patriarcado y los anhelos que carcomen las vidas dejando sellos visibles y etéreos en los cuerpos.

La genealogía de dos hermanas, sus padres, su tía Amelia, Prójimo y Orlando se nos presentan. En la narración, a través de dos líneas narrratológicas que transitan en sentidos inversos para encontrarse en un presente los tiempos y las historias van en direcciones opuestas. Entre el presente, el pasado y el pasado aún más pretérito, las historias se abrazan para en el discurrir de los tiempos y los relatos, constituirse en un tronco seco. Desde este encuentro comprendemos los sentidos y motivos que provocan el actuar de estos personajes. Sus voces esparcen aromas de desdicha, de sus horas frente a los deseos de quienes los han forjado como al metal, a fuego y golpes. Son un leño cuya corteza está inscrita. A manera de paradoja los personajes, antes del incendio, esparcieron cenizas de ardor; posterior a él, son materia para el florecimiento.

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Representan una genealogía del dolor, el cual ha definido sus vidas. Actúan ante él y, a su vez, causan un sufrimiento que, de tanto rumiarse, de tanto negarse, carcome la sonrisa, el brillo de las luciérnagas, el baile de la dulzura. Evidencia que los sellos realizados por la violencia patriarcal en el cuerpo y en la memoria se heredan. Este relato está narrado en varios sentidos que se van trenzando para formar un núcleo narrativo. Los personajes se fusionan de tal que conforman un árbol de resentimientos y dolor que, por extraño que parezca, en su unión, en la purificación que proporciona el fuego y la fuerza que da la confesión, permite surjan nuevos brotes. Corteza que desde la oscuridad de las cenizas provee vida, que abreva del tronco, pero no de su dolor.

Foto: Adriana Sáenz

En una ruta narrativa conocemos lo que los padres hicieron. Ante la imposibilidad de relacionarse afectivamente con sus hijas, las abandonan en un orfanato. Las niñas crecen en el hospicio, con otros niños que no tiene padres, a pesar de que ellas saben que su condición es distinta. Una infancia de abandono, dolor y de búsqueda de motivos que surgen en el tiempo, a partir del repudio emocional y físico, Teresa y su hermana aprenden a vivir el aislamiento y el patriarcado. Incluso en esta dolorosa situación, una hija gozará de privilegios; la otra, estará bajo la lupa del deber ser: asume que debe cuidar a su hermana, mentir por ella, ser castigada por actos que no cometió, pero que se le achacan.

La madre es una mujer incapacitada para amar. La casaron una noche, a los trece años, con un hombre mayor, seco por dentro, marchitado por su historia: las humillaciones, rechazos e instrumentalización de su familia. Él, a manera de respuesta, replica estas violencias desde sus roles como marido y padre. Ella, en la imagen de sí que le devuelve el espejo del viento, va observando cómo los surcos van marcando su cuerpo. En apariencia silente, sufre, rechaza y ejerce violencia. Entre ambos, secan el afluente de gozo de las vidas de quienes los rodean, participan en la orquesta que toca el réquiem al júbilo.

La tía Amelia, hermana del papá, fue rechazada por sus padres a partir del viaje que realizaron al migrar. Cuando atravesaban el desierto, murió uno de sus hijos, causando que se pregunten: ¿por qué no murió ésta? Ella lo sabe. Por eso, busca huir, ser monja, vincularse con Dios. Las monjas le niegan este deseo. Al salir las niñas del orfanato, Amelia se lleva a Teresa a vivir con ella. Desde su muy destructiva forma de actuar, la ama; pero odia a la hermana, a las monjas, a la vida.

Los abuelos, desde sus historias de vida, marcados por los deseos patriarcales (tener hijos varones, hijas que procreen muchos hijos), rechazan y violentan a su prole. Éstos, a causa de esta infancia, replican el dolor y, ante su poderosa destrucción, carcomen la ilusión, y la ternura.

Teresa, titiritera de los designios de los que la rodean, es la hermana que comprende los hilos del poder patriarcal. Se inventa sus propias ficciones. Se presenta hermosa, dueña de los deseos de los demás. En esta macabra actuación, manipula las vidas de su marido, Octavio, y de su propia hermana. Teresa finge que puede vivir todas las violencias con la sonrisa en el rostro. Descerraja a la hermana y afronta todas las violencias físicas y psicológicas de Prójimo, esposo de la hermana y su amante.

Octavio y Prójimo son dos varones atravesados por los deseos e historias rabiosas y patriarcales. El primero, marcado por su historia, es incapaz de tener erecciones, por lo que acepta la sumisión que la esposa le impone. Al final, nos sorprende su actuar. Cual equilibrista, gira la llave que clausura el cerrojo de los pasados y futuros de los otros participantes. Prójimo, esposo de una hermana y amante de Teresa, se erotiza cuanto más agrede. Es el padre que debe morir para engendrar vida. Sólo así puede limitar su participación en la nueva estirpe.

La hermana, que es quien narra, no nos permite conocer su nombre, estrategia que lleva a sentir una más de las violencias que sufre. Apostada en las visitas a Teresa, bajo el discurso de aparente aceptación, desfilan la rabia y el dolor que la fueron carcomiendo hasta convertirla en un tronco seco, mucho antes del fatídico accidente. Combustión que, en su historia, fue física y alegórica. Las violencias sufridas la quemaron desde adentro y dejaron marcas en su cuerpo. Cuando llegó el incendio y ella cubrió con su cuerpo el de Teresa, paradójicamente, ya era un conjunto de cenizas.

Eras tú, yo, mi mamá, la suya, sus hermanas, la tía Amelia y hasta la pérfida de su madre todas en una. Fue como captar la eternidad en un abrir y cerrar de ojos; comprender que nuestras historias enlazadas han sido apenas un palpitar de la vida, un breve y doloroso palpitar (Enríquez, 2004:146).

La niña crece en el cuerpo de Teresa, que el incendio había purificado. Para la narradora, desde el silencio del coma, su hermana puede ocultar su historia. Así, una hermana silente procrea vida, la otra, la crea a través de las palabras.

 Aparentemente naufragaste, pero piénsalo, ¿no será justo ésa la conquista?: dejaste tu cuerpo en pausa y te retiraste generosa, para que hija creciera dentro de sin la angustia, sin la memoria en el cuerpo de una madre que se muere de tristeza (Enríquez, 2004:148).


Adriana Sáenz Valadez es doctora en Humanidades, trabaja en la Facultad de Filosofía de la UMSNH y usa toda trinchera para desestabilizar las opresiones: desde la academia, la calle, el pensamiento, el amor, la escritura, la irreverencia.