Dante Martínez Vázquez, Colaborador de La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán.- En el año 1500 a.C. (hace 3,500 años) en las faldas del cerro Curutarán en el actual municipio de Jacona, Michoacán, un grupo indígena desconocido, construyó varios recintos funerarios que son además de únicos en el país, los más antiguos que muestran una arquitectura mortuoria sumamente compleja y avanzada para la época, que denotan se trataba de una sociedad que ya contaba con una estratificación social y religiosa, importante para comprender el desarrollo civilizatorio de Mesoamérica. Los hacedores de tumbas de El Opeño, vivieron en el periodo conocido como Preclásico del horizonte mesoamericano (2,000 a.C. - 100 a.C.) y con respecto a este periodo, Michoacán, se caracterizó por el florecimiento de muchas culturas importantes para el desarrollo posterior de las grandes civilizaciones, no solo en occidente si no también en gran parte de Mesoamérica. Durante la década de los treinta, en México se llevó a cabo una importante iniciativa con respecto a la parte arqueológica pues significó una década de muchos cambios en esta materia. La arqueología seria impulsada como nunca antes durante el mandato del presidente Lázaro Cárdenas del Rio, tiempo en el cual se le daría una importante inversión a los sitios arqueológicos en todo el territorio mexicano y así mismo se crearía el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. Sin embargo, el valle de Zamora también significó un sitio de alto interés, y arqueólogos renombrados como Isabel Kelly o Wigberto Jiménez Moreno estuvieron trabajando, especialmente en la cuenca de Chapala; pero fue a manos del arqueólogo Eduardo Noguera cuando se realizó el importante descubrimiento en la década de los cuarenta en el municipio de Jacona, muy cerca de la ciudad de Zamora, pues se tenía el conocimiento de un yacimiento arqueológico conocido como “el lopeño” llamado así por el dueño del predio quien se apellidaba “López”, por lo que posteriormente el sitio fue conocido arqueológicamente como “El Opeño”. En 1938, Noguera encontró 5 tumbas hechas a partir de la modificación del suelo de tipo “tepetate” que permitió la confección de grandes cámaras funerarias conformadas por varias bóvedas y hasta inclusive escalinatas de acceso; sin embargo, no se encontraron restos de arquitectura ceremonial o construcciones habitacionales, por lo cual se abrió la posibilidad de que el sitio se trataba exclusivamente de un cementerio. En esta época, aun no se descubría el proceso fechamiento por radio carbono y por lo tanto fue difícil en ese momento descifrar de que época se estaba hablando. Posteriormente en la década de los 70, nuevas investigaciones a cargo del arqueólogo José Arturo Oliveros, se realizaron en el sitio, esta vez con métodos más sofisticados de excavación y la posibilidad de poder obtener fechamientos exactos, que arrojaron como dato, el sorprendente resultado de que las tumbas encontradas en El Opeño, eran de diferentes etapas y que éstas tenían una antigüedad de entre 3500 y 3300 años, es decir el fechamiento fue de 1500 A.C. y 1300 A.C. Algo que fue sumamente importante para la arqueología de México pues se trataban de las tumbas y recintos funerarios más antiguos jamás hallados en el país y hasta la fecha se siguen tratando de las tumbas más antiguas que se han encontrado en territorio mexicano. Una de las tumbas más impresionantes encontradas por Oliveros, fue la tumba 15 que albergaba los cuerpos de 19 individuos y donde además se encontró un grupo de figurillas antropomorfas de cerámica que representan a unos personajes jugando pelota con un bastón; siendo ésta una de las evidencias más antiguas del juego de pelota en el país, junto a las figurillas encontradas en la Organera de Xochipala en Guerrero. En las tumbas, también se encontraron objetos de jadeíta y concha, muchos recipientes de cerámica, y hasta algunas pequeñas esculturas de piedra. A pesar del gran hallazgo, se desconoce mucho sobre la cultura que elaboró dichos recintos funerarios, pues hasta el momento no se ha vuelto encontrar un sitio similar ni en Michoacán, ni en el resto de México, por lo que sigue siendo un enigma de la arqueología nacional. Dante Martínez Vázquez, licenciado en Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Colaborador de los proyectos PAPAPCSUM y REPIMTAR del centro INAH, Michoacán. Actualmente cursa la maestría en Historia en la facultad de Historia, de la UMSNH. Email: Dante_dalton@outlook.com Academia.edu / Dante Martínez Vázquez