Yazmin Espinoza La “Literatura infantil” invandió el Centro Histórico de Morelia con la llegada de Alejandro Zambra al Café Michelena, espacio en el que el lector chileno, además de presentar su último libro, convivió con participantes de un circulo de lectura que tenía como consigna su texto. Con el sonido de un organillero de fondo y la maquina de café trabajando sin parar, el escritor compartió con sus lectores morelianos, durante casi dos horas, comentarios sobre “Literatura infantil”, libro recientemente publicado por Editorial Anagrama. Aunque este singular e inclasificable libro de Alejandro Zambra se llama Literatura infantil, conviene advertir que incluye un magnífico cuento que gira en torno al lenguaje grosero y un relato directamente lisérgico en que un hombre intenta, en pleno viaje terapéutico de hongos, volver a aprender el dificilísimo arte de gatear. En caso de que algún niño llegara accidentalmente a estas páginas, debería leerlas en compañía de un adulto, a pesar de que aquí son precisamente los niños quienes, a su manera, protegen a los adultos del desánimo, el egocentrismo y la dictadura del tiempo cronológico. Accedemos así a un tratado falsamente serio o seriamente falso acerca de la “tristeza futbolística” o a una conmovedora historia de la pasión de un padre por la pesca, el mismo que unos años más tarde le regala a su hijo un pasaje a Nueva York a condición de que se corte el pelo, y que mucho más tarde inicia con el nieto en la distancia una conversación extraordinaria, una intimidad tan natural ahora como antes imposible y largamente anhelada. Diario de paternidad, “carta al hijo” y ficción pura conviven en extraña armonía a lo largo de este libro, que puede ser leído como un manual heterodoxo para padres debutantes, o simplemente como un nuevo y brillante capítulo que enriquece la obra magnífica de uno de los escritores latinoamericanos más relevantes de las últimas décadas. Y es que es justamente el diario, uno de los formatos con los que Zambra comenzó su escritura, en su niñez, motivado por su abuela paterna que siempre lo animó a acercarse a las artes. “Tengo una abuela materna de la que siempre hablo porque fue muy importante en mi vida. Ella era también la encargada de la música, podía ponerse a cantar en cualquier momento. Estaba muy obsesionada con que sus nietos escribieramos y nos regalaba lápices y cuadernos. Nos decía que lleváramos un diario de vida, ‘desahoguense, que el papel aguanta todo’, decía. Ella nos escribía a nosotros poemas, muy tiernos, y esa fue la gran influencia de mi infancia, y eso se proyectó en que todas las formas del lenguaje me interesaban”, compartió Alejandro con los asistentes a la presentación, en la que compartió microfono con el doctor en Literatura comparada, Rodrigo Pardo. Junto al académico, destacó que considera que la mejor literatura nace de la desobediencia, y de ese goce de la lectura que a veces olvidamos. “La literatura que está cerca de los libros accede a ella desde la desobediencia. Si uno le hiciera caso a la forma en la que la literatura es transmitida, a nadie le importaría. Se nos enseña a dividir entre leer y escribir”. Por eso, señala, es tan importante la introducción de la literatura desde la infancia, ejercicio que lleva a cabo con su hijo Silvestre, uno de los grandes protagonistas de su libro. “Para mí, el momento en que el niño interrumpe la lectura, y se mete y la sabotea, es cuando la literatura está funcionando”. Resaltó que probablemente por estas razones, es que el género del libro álbum es algo tan controversial dentro de la literatura infantil. “Nos cuesta aceptar que el niño está leyendo algo a través de las imágenes y que el adulto no tiene el relato central. Pero creo que es algo hermoso que el que no sabe leer esté leyendo, y esté poniendo en duda la autoridad que uno le atribuye al fenómeno”. Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado, en Anagrama, las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011) y Poeta chileno (2020), el libro de cuentos Mis documentos (2014), las colecciones de ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019), y un par de libros bastante más difíciles de clasificar, como el particularísimo Facsímil, que Anagrama recuperó en 2021, y Literatura infantil (2023), una serie de relatos, de ficción y no ficción, sobre infancia y paternidad. Sus novelas han sido traducidas a veinte lenguas, y sus relatos han aparecido en revistas como The New Yorker, The New York Times Magazine, The Paris Review, Granta, Harper’s y McSweeney’s. Ha sido becario de la Biblioteca Pública de Nueva York y ha recibido, entre otras distinciones, el English Pen Award, el O. Henry Prize y el Premio Príncipe Claus. Actualmente vive en la Ciudad de México.