Víctor RodríguezElvis (2022), la esperada cinta biográfica sobre uno de los iconos más famosos de la cultura popular, no decepciona por su fastuosa puesta en escena y gran teatralidad. Cumple en cuanto a espectáculo musical, pero deja algunos cabos sueltos sobre el entorno del héroe musical. Dirigida por Baz Luhrmann y protagonizada por Austin Butler y Tom Hanks, la cinta más que una recreación de la vida de Elvis, vale decirlo, es más bien la evocación de una leyenda musical, desde su nacimiento en el Memphis en los cincuenta hasta su época de fama y decadencia física en Las Vegas, con su fallecimiento en 1977 a los 42 años. Una evocación intensa y emotiva, pero triste al fin. Porque la del llamado rey del rock and roll es una historia trágica en varios sentidos. Fiel a su estilo, Luhrmann evade con acierto la trampa melodramática y opta por elaborar un relato un tanto desmedido y excéntrico, pero dotado de la suficiente autenticidad para que el resultado al final sea muy divertido y entretenido, aun cuando no profundiza en algunos personajes relevantes o en la pugna interna de Elvis entre su disposición consumista o convertirse en un real artista. Con un giro interesante, en cambio, Luhrmann cuenta su historia desde la perspectiva del representante de Elvis, el oscuro coronel Tom Parker, y lo hace con cierto suspenso, incluso, generando una tensión narrativa interesante. El filme no cae al menos en el cliché de la típica biopic reivindicadora de una figura famosa, sino que se enfoca diligentemente en descubrir la compleja relación entre el cantante y su peculiar manager que, con sus altas y bajas, duró más de veinte años, desde el ascenso hasta la consolidación de Presley. Este tiempo fue suficiente para construir entre ambos una ambigua identidad a la estrella pública en su fusión de clase, raza, género, región y negocio, es decir, una imagen ideal de la clase trabajadora blanca del sur de Estados Unidos exitosa socialmente que finalmente se convirtió en el epítome de la cultura de consumo. No es una película para salir cantando y derrochando felicidad, porque a final de cuentas en el centro está el relato de un conflicto entre dos hombres que crean un ídolo –para muchos críticos «una mercancía fabricada con más imagen que sustancia»– y luego lo ven derrumbarse, producto de sus respectivos desatinos; este relato proyecta al espectador y a la espectadora a un entretenimiento emocional muy fuerte, sobre todo hacia el final de la película. Basta mencionar la transición de Austin Butler al verdadero Elvis en la última escena, un portento de edición cuyo resultado es bastante conmovedor al ver a un Elvis agobiado por el sobrepeso, las drogas y el aburrimiento, pero con la energía suficiente para cantar febrilmente en una especie de estertor premonitorio. Cuestión aparte, Elvis como película de género es un excelente video documental, pero que no debió durar casi tres horas. Visualmente la producción es fastuosa, con un montaje frenético y la actuación de Butler es magnífica, por no decir impresionante, sin demeritar un ápice a Tom Hanks en el papel del intrigante coronel Parker; sin embargo, en cierto punto se vuelve cansina y queda la impresión de que le sobra al menos una media hora. En una escena Elvis Presley cuenta que un día un sacerdote le dijo: «Cuando las cosas sean peligrosas de decir, canta». En eso no hay lugar a dudas: el rey del rock and roll cantó bien y cantó siempre; su halo musical es irrepetible, y hoy Austin Butler nos permite apreciar parte de esa intensidad artística con lo mejor de la película que es su interpretación, electrizante y francamente portentosa. La película cumple en cuanto a espectáculo musical,pero deja algunos cabos sueltos. Víctor E. Rodríguez, comunicólogo y diseñador gráfico de profesión; periodista cultural de oficio desde hace tres décadas. También ejerce la docencia y de vez en cuando dirige talleres de redacción, escritura creativa y de periodismo.