Tait, tejiendo la palabra de mujeres en Michoacán

Si yo sola me pongo el título por escribir ahora —justo ahora—, en otros momentos, parecería que no hay razones suficientes. Como si faltara —me faltara— que viniera una asignación externa, una verdadera autoridad, que me nombrara como tal.

Impostordurismo

Laura Gonagui

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Escribir para otros me es difícil porque la sensación de ser una impostora suele acompañarme. Según la aclamada RAE, impostor: que finge o engaña con apariencia de verdad. Suplantador, persona que se hace pasar por quien no es.

         Escribo este texto, con estas palabras específicas, lo cual me vuelve una escritora, por lo menos desde este instante hasta que teclee el punto final. Una amiga que vive en la playa me contó que realizó durante varias horas una travesía remando en canoa, de la costa a una isla, y de regreso. Soy una remadora, se autonombró. Remó y nadie vino a darle el título. Ella pudo colocarse la corona porque nadie duda de un remador si lo ve remando. ¿Por qué dudamos de las personas que vemos escribiendo?

         ¿Por qué tenemos tantas trabas en determinar lo que es (o no es) un escritor? Si un bombero entra a una sola casa en llamas en su vida, ¿dejaría de ser bombero los siguientes años que no apagara incendios? Al menos lo nombraríamos bombero en pausa, sin ejercer, pero no dudaríamos de describirlo como tal. En las fiestas familiares SEGURO contarían sus hazañas: “mi primo, el bombero, salvó un par de vidas arriesgando su vida entre el humo y el fuego”.

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         Impostordurismo he decidido nombrar a esta sensación, me ha acompañado desde que 1) decidí que quería ser una escritora 2) las fuentes a las que me acerqué para “acceder” al título no se ponían de acuerdo respecto a lo que significaba serlo.

         Si yo sola me pongo el título por escribir ahora —justo ahora—, en otros momentos, parecería que no hay razones suficientes. Como si faltara —me faltara— que viniera una asignación externa, una verdadera autoridad, que me nombrara como tal. Obviamente necesitaría cumplir una serie harta y larga de requisitos… ¿Cuántas horas al día debo dedicarle al arte de la escritura? ¿Cuántas obras debo producir durante esas horas? ¿A cuántas personas tiene que llegarles lo que escribo? ¿Decenas, cientos, miles? ¿No están los ojos de todos demasiado ocupados? Y si les llega, ¿les tiene que gustar?

         En la Universidad escribí tareas para mis compañeros. La maestra fue mi única lectora. Todos estos ensayos sacaron un 10. Su autoridad me calificó, aunque fuese bajo identidades distintas a la mía. ¿Ya era escritora de tareas?

         Soy una escritora de diarios. Tengo registros de mis pensamientos y vivencias desde el 2006. Esos son, por lo menos, 17 años de anotaciones, ¡todas a mano! ¿Te hace más escritora escribir a mano? Pero nadie ha leído mis diarios. ¿Sin lector, dejo de ser la escritora de esos diarios? No. Por lo menos en el terreno privado, la sensación de impostordurismo no me alcanza.

         A veces los escribientes necesitamos de recordatorios para no caer en las sensaciones desagradables de ser suplantadores. Sé que esa sensación no es solo mía, sino que la aprendí. Estoy segura de que muchas otras, otros y seguramente otres también se sienten así al momento de querer autodenominarse como personas que gustan de sentarse a escribir, ¡y de escribir lo que sea! Así como remar hace a mi amiga remadora, el acto en sí debería poder nombrarnos, más allá del juicio de valor de nuestra calidad.

         Tratándose de la cultura, ¿qué es la calidad? ¿Quién se sienta a decidir los parámetros con los que nos medimos la cultura unos a otros? Las mujeres somos hacedoras de cultura, y justo por eso debíamos romper con el voto de silencio al escribir pensamientos, vivencias, poemas, prosa, ficción, LO QUE SEA que queramos, así como los vatos han escrito desde siempre sobre lo que quieren escribir. Estoy segura de que hay hombres que tampoco se han sentido en el derecho de nombrarse escritores… pero para generalizar, sólo por hoy, dejémoslo así.

         Más allá de la calidad que podamos medir según parámetros random en los escritos, me emociona mucho la idea de que al escribir se está haciendo cultura, porque cultura es todo y nada, pero elijo el camino del todo, ¡elijo nombrarlo el vestigio de nuestro paso por este mundo!

         Mi paso por este mundo se ha sentido tan importante. Todos nuestros pasares por el mundo son igual de valiosos, al ser todos —todas y todes— seres sintientes, capaces de expresarse, de conmoverse, de pensar. Cada uno debe hacerse responsable de su pasar por el mundo, de decidir qué hará con su poder de dejar vestigio. A los que nos gusta dejar registro por medio de la escritura, nos emociona plasmar nuestras huellas en el papel como si se tratara de pisadas en la tierra o en la nieve.

         Concluyo que la sensación del impostor se combate hablando de ello —escribiendo, ¡ja! — para recordar que el autonombramiento es posible, es deseable, y que la cultura no es propiedad de unos cuantos, sino que es un asunto comunal. Punto final. Fui escritora hasta aquí.

Laura Gonagui, maestrante de Historia del Arte, estudió Diseño de la Comunicación Gráfica, fue parte de la SEMICH, publicó en Hechas de Letras. Antología de escritoras en Morelia y participó en el 4º. Encuentro de Narradoræs, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Morelia.