Tejiendo la palabra de las mujeres en Michoacán

«El capitalismo está haciendo que me mate y, aun así, la poesía me ha dado tanto para mantenerme con vida», escribe la poeta michoacana.

Foto: Alejandra Zamudio.

Victoria Equihua / La Voz de Michoacán

Capula, Michoacán. La poesía, la escritura y la creación son las maneras en que se nombran las historias personales, atravesadas por los contextos políticos, explica la slammera Victoria Equihua. “Nuestra resistencia es hacer poesía”, expresa la poeta.

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I

Mi mamá nos leía poemas a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñas. Tenía jornadas largas de trabajo, que incluso se convertían en días enteros. Muchos años fue mamá autónoma. Recuerdo que su voz me parecía dulce y tranquila (ahora, a la distancia, comprendo que en realidad era una voz cansada, un cuerpo cansado, una mamá cansada). Algunos poemas y cuentos quedaron inconclusos, pero siento que esas noches de lectura permanecieron en mí como un conjuro, como si entre los dientes de mi madre se escucharan otras voces que decían: Aquí está la poesía, tómala. En ese momento, ser poeta no me parecía un sueño posible o siquiera una opción. Me sentía pequeña. A veces así nos sentimos cuando somos niñas: diminutas, cargando las violencias de este mundo construido por y para adultxs. La poesía era esa utopía que algunas noches existía entre el descanso, mi hermana y la voz de mi mamá.

II

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Hace algunos años que he decidido nombrarme en voz alta poeta. Cada que lo hago siento que algo florece, que se desafía lo impuesto, que estoy dispuesta a sostener con mis manos lo que implica ser la mujer que soy (en este mundo, en estos sistemas, en estas violencias) y decir con certeza: Sí, yo hago poesía.

Defiendo la idea de que la poesía, la escritura y la creación siempre han sido de nosotras, que con nuestras palabras nombramos nuestras historias, aunque por tanto trabajo y cuidados no le podamos dar el tiempo necesario, aunque la academia no reconozca nuestra escritura, aunque hayamos crecido en los contextos menos románticos y más hostiles, aunque seamos mal habladas. He descubierto, no, he reafirmado una idea constante en mi mente: no estoy hecha para la literatura y lo que podría llamarse "el mundo literario". Tampoco es que quiera ser parte de él. Mi creación se ha ido afirmando a partir de la negación de ese mundo: su concepción, su protocolo, sus estereotipos, su lenguaje, la forma en que me niega, me invisibiliza, me dice que yo soy de otro mundo.

Me siento feliz cuando comparto lo que escribo en estos otros espacios de esta otra literatura: la literatura como resistencia, la poesía de lxs otrxs cuerpxs, la poesía que irrumpe la hegemonía, poesía antifascista, poesía rebelde, poesía viva, sintiente, latiente. Antes que la escuela, prefiero los domingos en el pueblo, comiendo buñuelos, leyendo y haciendo poemas con mis amigas.

A veces una voz (que no es mía) se implanta en mí para evitar que escriba, porque no creo estar haciéndolo bien, porque me asusta que sea verdad que soy solo un lugar común, que esto no es poesía, que mis palabras son simples, burdas, sosas, cursis. He intentado tener becas y presupuestos para pagar la renta escribiendo, para desempeñar las cosas del monte escribiendo, para comprar la despensa escribiendo, para comprarles pasteles de cumpleaños a mis hermanxs escribiendo. No me han dado (no me he ganado) ese recurso, pese a todo mi posicionamiento, cuando imagino ese dinero que no ganaré por escribir, me pongo triste. Es el capitalismo, lo sé, me está matando. El capitalismo está haciendo que me mate y, aun así, la poesía me ha dado tanto para mantenerme con vida.

III

Nuestra escritura es política y está en resistencia porque nuestras propias vidas y cuerpos lo están. Ya no nos interesa que sea catalogada como bien hecha: nos interesa ser escuchadas, nombradas y narradas por nosotras mismas, así que seguiremos escribiendo en todas nuestras formas y contextos. Como dijo Gloria Anzaldúa en Carta a escritoras tercermundistas: “Olvídate del ‘cuarto propio’—escribe en la cocina, enciérrate en el baño. Escribe en el autobús o mientras haces fila en el Departamento de Beneficio Social o en el trabajo durante la comida, entre dormir y estar despierta. Yo escribo hasta sentada en el excusado. No hay tiempos extendidos con la máquina de escribir a menos que seas rica o tengas un patrocinador (puede ser que ni tengas una máquina de escribir). Mientras lavas los pisos o la ropa escucha las palabras cantando en tu cuerpo. Cuando estés deprimida, enojada, herida, cuando la compasión y el amor te posean. Cuando no puedas hacer nada más que escribir.

IV

Así resistimos: haciendo poemas.