Voz Propia: genealogías que nos componen

COLUMNA / Tait, escribiendo la palabra de mujeres en Michoacán

Crédito de la foto: Archivo personal de la autora.

Carmen Mireille

Cuando se me ha preguntado por mi genealogía literaria, la realidad es que nunca he negado que en un inicio esta se conformó por escritores masculinos. Lamentablemente, en los libros de texto gratuito, las antologías y libros en general, había poca o nula representación femenina. Sin embargo, también siempre digo que eso entraña una labor para con una misma, que está atravesada por la curiosidad y la necesidad de expandir la mente y sus bordes.

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En mi caso, surge al encontrarme en la preparatoria con un libro de Emily Dickinson. Después, al enfrentarme con la tarea de crear una antología de poesía mexicana, y mostrar autores que fueran representativos de los 200 años de existencia de nuestro país. Así comencé a leer más mujeres, lo que abrió mucho mi perspectiva. El punto culminante fue cuando se me cuestionó la inexistencia de mi voz propia.

Fueron dos eventos distintos que se unieron para conflictuarme. Léase esto de manera positiva. Un amigo le mostró un poema mío a una persona que es un referente en el ámbito de  la literatura. Él respondió aprobatoriamente; pero, cuando mi amigo le mencionó mi nombre, entonces le sugirió que me dijera que, si bien era un texto interesante, la forma era un poco violenta. Fue revelador saber que mi género había modificado su opinión.

Tiempo después, en un taller literario al cual aún pertenezco, leí un texto. Una de mis compañeras me preguntó el motivo por el cual siempre escribía en masculino, a lo que respondí que lo hacía en neutro. Ella me reviró que en el español eso no existía. Si bien, como lingüista puedo creer que esto no es preciso, también puedo confirmar que entendía a dónde quería llegar con su comentario.

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Así empecé a indagar en mi necesidad de escribir desde lo masculino. Me encontré con Anne Sexton y Sylvia Plath, mujeres que se preguntaban eso mismo hace algunas décadas atrás. Si la escritura debía ser masculina, para encantar los ojos y oídos de la mayoría e ingresar en el espacio sagrado de lo universal (léase esto con ironía), o si bien debían escribir en femenino aun contra las críticas y el canon, que no considera universal lo que le pasa a las mujeres. Afortunadamente, las cosas se han modificado un poco.

Ese fue el inicio de la búsqueda de mi voz propia. Ahora creo haberla encontrado; pero sé que, así como en su momento cambié la voz que tenía a los veinte, ahora que estoy por entrar a los cuarenta es posible que la cambie nuevamente. Y lo anhelo.

La creación de la voz propia no es un trabajo individual. Está construido con otros y otras. Aquí regreso a esos encuentros determinantes, como el que tuve con Dickinson, Sexton y Plath. Fui a un evento literario en un bar de Morelia y ahí escuché la poesía de Frida Lara Klahr. Sus versos me atraparon de inmediato. Jamás tuve la oportunidad de interactuar con ella más allá de ese día y de su poesía.

Desde entonces, formó parte de mi árbol junto a Lucía Rivadeneyra, Lina Zerón, Coral Bracho, Ida Vitale, Eunice Odio, entre otras. Pero no solo el pasado lo constituye, aunque así pudiera suponerse. Yo he encontrado en Elisa Díaz Castelo, Karen Itzel Froylán, Yuritzi Ávalos, entre otras mujeres, que son de mi generación o mucho más jóvenes, que también se han convertido en parte de él.

Además, su lectura me ha llevado a conocer sus genealogías, de las cuales asimilo. Lo que me lleva a concluir que la genealogía, así como la voz propia, se puede elaborar sin limitaciones. Es tarea interminable, pero enriquecedora.