Para la antigua cultura maya, como para la mayoría de las civilizaciones mesoamericanas, la muerte no era el fin del ciclo de la vida, sino un intermedio entre la vida material y la espiritual y significaba emprender un viaje a donde habitaban sus ancestros. Ese trayecto, muy similar al que describen algunos relatos occidentales, consistía en realizar un viaje hacia el sur, guiados por un perro. Ese viaje hacia el inframundo o Xibalbá -un lugar sobre el agua-, duraba entre cuatro o cinco años, y al llegar al otro lado eran recibidos por sus ancestros con un baile. Estas son algunas de las interpretaciones que los arqueólogos han podido realizar sobre la concepción de la muerte en esa cultura, gracias a los estudios de jeroglíficos y simbología de las inscripciones de algunas sitios como Palenque. "Para ellos, la muerte significaba dejar el cuerpo físico en la tierra y hacer un viaje hacia el lugar donde se encontraban sus abuelos, padres y demás ancestros", afirma el arqueólogo Alfonso Morales Cleveland, quien ha participado en investigaciones arqueológicas en Palenque, como en el Proyecto Grupo de las Cruces, a cargo del Precolombian Art Research Institute. La idea de que cuando una persona moría iba al sur se atribuye al hecho de que algunas tumbas reales, como las del Pakal, en Palenque, fueron colocadas en dirección al sur. Los pies de las personas se ponían en esa dirección, sostiene el investigador, quien también ha realizado exploraciones en sitios mayas de Belice. Uno de los monumentos funerarios más importantes en la cultura mesoamericana es la tumba de Pakal, hallada en Palenque en 1952. De acuerdo con el arqueólogo, algunas representaciones en ese sarcófago muestran la concepción de la muerte, el paso a la otra vida y el regreso al mundo terrenal a través de otro ser. En el caso de Pakal vuelve en su hijo, su sucesor.