El Universal/La Voz de Michoacán “Yo no quiero, nunca más, que mis novelas vayan al cine... te escribo el guión original que quieras”, le dijo Gabriel García Márquez al director colombiano Jorge Alí Triana después de ver la adaptación para cine de su libro Crónica de una muerte anunciada, realizada por Francesco Rossi. Eso concuerda con lo que dice otro colombiano, el poeta y ensayista Juan Gustavo Cobo Borda: “La relación de Gabriel García Márquez con el cine fue larga, sostenida y desdichada”. Ante el anuncio de que de su mayor novela, Cien años de soledad, Netflix hará una serie —en español, grabada en escenarios de Colombia y producida por Rodrigo García Barcha, cineasta e hijo del escritor—, realizadores y escritores colombianos y biógrafos del Nobel —Gerald Martin y Dasso Saldívar— hablan de la relación del novelista con el cine, sus tropiezos en ese arte y de las objeciones que hacía acerca de que la historia de los Buendía se llevara a escena. Jorge Alí Triana es el realizador que más obras del escritor ha llevado a escena: Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, en teatro en foros de Nueva York, Bogotá y Lima; Tiempo de morir y Edipo Alcalde, en cine, ambas con guión del propio novelista; y Crónicas de una generación trágica, para televisión. “Yo tuve la suerte de hacer guiones escritos originalmente para el cine por García Márquez —cuenta Triana—, donde el espectador no está buscando su lectura de la novela. Con la novela cada lector es un director, imagina cómo son los personajes, las locaciones, hace una puesta en escena en su imaginación. Y cuando ve las películas, y esa obra imaginada no corresponde con su lectura, dice: ‘Así no era la obra’. La maravilla de la literatura es que uno hace su propia película cada vez que lee una novela.” ¿Qué decía el escritor? A raíz de una oferta de Anthony Quinn para llevar al cine Cien años de soledad, el escritor detalló en su columna “Una tontería de Anthony Quinn”, en 1982, otras propuestas para que su gran obra fuera al cine y expresó el por qué de su reticencia de que se hiciera Cien años de soledad: “Se debe a mi deseo de que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla”. En una entrevista con la emisora BluRadio, de Colombia, Gerald Martin, autor de la biografía Gabriel García Márquez: una vida se refirió al tema: “Lo que sabemos es que no quería que este libro se llevara a la pantalla, eso sin duda. Cien años de soledad es uno de los libros más difíciles imaginables para llevar al cine. Es la novela mágico-realista más famosa del mundo... hacerla en cine es difícil. Probablemente vale la pena, es una de las grandes novelas de la historia y las grandes novelas casi siempre se llevan al cine, entonces es imposible decir que no deberían hacerla. Primero, los hijos tienen el derecho y los derechos, y al mismo tiempo tienen muchísimo talento y también saben lo que dijo su padre y saben si 30 o 40 años después lo que él dijo sigue teniendo vigencia”. Dasso Saldívar, autor de la biografía El viaje a la semilla, define la obra de García Márquez “como un producto del fracaso de él en el cine”. Y explica: “El cine era muy limitado para plasmar y comunicar ese mundo de poesía, de creación, de milagros y de magia, por eso nunca quiso que se llevara Cien años de soledad al cine. El cine tiene su propio lenguaje y, por tanto, tiene su propia manera de citar y suscitar la poesía”. Son otros tiempos. Juan Gustavo Cobo Borda recuerda que el cine siempre atrajo a García Márquez, desde cuando era crítico y elogiaba las películas italianas. Acerca del proyecto, opina: “Hacer una serie, que sus hijos autorizan, es una cosa de los nuevos tiempos, me parece muy respetable”. Pero recuerda que algunas obras que tuvieron autorización de él, como La increíble y triste historia de la cándida Eréndira (Ruy Guerra, 1983) “estuvieron deformadas por esa concepción un poco trivial, europeizante del realismo mágico”. En Bogotá, el director del Teatro Libre Ricardo Camacho, quien llevó a escena la única obra de teatro de García Márquez, Diatriba de amor contra un hombre sentado, y el cuento “En este pueblo no hay ladrones”, coincide en que el cine no ha sido el medio más favorable para la obra de García Márquez: “Los diálogos no se prestan para el cine, suenan artificiales, artificiosos. El caso más grave es el de Cien años de soledad, porque en este libro no importan mucho los eventos, sino la palabra poética de García Márquez, esas descripciones desmesuradas. Esto, me parece a mí, es un proyecto comercial, además para el caso de Netflix que es una plataforma que en 90% de los casos lo que difunde es la basura de Hollywood. Por eso no le auguro que le haga justicia a la obra de García Márquez”. Diferencias con el teatro. Jorge Alí Triana, quien se siente privilegiado de haber trabajado tantas obras y en tan diversos géneros con García Márquez, sabe que en escena hay una gran diferencia entre cine y teatro, y en éste último encuentro mayores espacios para el realismo mágico. “El lenguaje de Gabo, con esa posibilidad metafórica que tiene el teatro le va muy bien. Y le va muy bien porque en el teatro todo es creíble, mientras tú establezcas un código con el espectador y le hagas sentir en medio de una batalla como Ricardo III pidiendo: ‘Mi vida, por un caballo’. Ese imaginario, eso que llaman el realismo mágico, va muy bien en el teatro porque se le deja al espectador un campo de creatividad e imaginación maravilloso; la imagen cinematográfica es mucho más concreta, más real”. Triana, quien en los 90 realizó para la televisión colombiana, con García Márquez, la serie Crónicas de una generación trágica, habla del reto de trabajar con las obra literaria del narrador: “Había una gran dificultad en los diálogos porque los personajes de García Márquez hablan con frases esculpidas en piedra, decía que él había tomado de sus abuelas y sus tías ese lenguaje, y esas mujeres caribeñas siempre hablan con frases contundentes”. Resalta como reto y riqueza ese lenguaje “efectivo, contundente, de una síntesis maravillosa. Los personajes dicen lo que tienen que decir, no les sobran las palabras. No hay entradas para decir: ‘¿Cómo está el clima?, ¿cómo te fue?, ¿quieres un café?’ No, él va al punto, al punto del conflicto, de la tragedia que está narrando, y lo hace una manera sintética, poética, metafórica, alegórica… esa es la más grande dificultad, pero al mismo tiempo es la gran maravillosa. Es riesgoso, una novela tan extraordinaria, maravillosa, que se le queda a uno por siempre en la imaginación y en el alma, pues puede ser muy difícil, pero también un acierto”.