Se sabe que a los 4 años Wolfgang Amadeus Mozart ya tocaba a la perfección sonatas en violín y piano, que Picasso producía piezas muy complejas a los 14 y que Sor Juana Inés compuso sus primeras loas a la edad de 6 años. Son claros ejemplos de un niño prodigio: una persona en edad temprana, generalmente menor de 12 años, que domina un arte o ciencia. La lista de niños prodigio en la historia del arte es larga: Beethoven, Paganini, Lizt, Rubinstein, por mencionar algunos. Aunque pareciera que esta virtud solo se hacía presente en la antigüedad, la realidad es que, en todas las generaciones de todos los años de la humanidad han surgido niños prodigio: la mala noticia es que apenas 1 de cada 100 niños prodigio sobresale y se convierte en genio de su área. Ahora mismo hay miles, cada uno con habilidades distintas, pero con un denominador común: una mente privilegiada. Y es que, mientras los niños comunes andan en bicicleta, el niño o niña prodigio practica hasta 8 horas diarias y no todo en su vida resulta tan maravilloso como los demás creen, pues son incomprendidos y deben manejar, a temprana edad, también con grades dosis de angustia y estrés. Memoria privilegiada Los expertos coinciden en señalar a la memoria como el más grande enemigo-amigo de los niños virtuosos, ya que ellos recuerdan absolutamente todo, lo bueno y lo malo sin excepción. En el caso de los niños músicos, por ejemplo, una melodía molesta la pueden estar repitiendo en su cabeza por horas sin poder “apagarla”, pero también son capaces de tocar de memoria largas partituras. Según los expertos, los niños prodigo por lo regular no pueden hacer una transición sana a la edad adulta y manejan un alto nivel de estrés. Además, para sus semejantes son una especie de pedantes bichos raros. Para más información consulte la edición impresa de LaVoz de Michoacán.