Notimex / La Voz de Michoacán Ciudad de México. “Puse todo mi genio en la vida y sólo talento en mis obras”, solía decir el escritor, poeta y dramaturgo británico Oscar Wilde, quien gozó de las mieles del éxito, fue todo un dandy de la sociedad victoriana de su época, pero cayó en desgracia al develarse sus preferencias sexuales y acabó abandonado, deprimido y sumido en la miseria en un hotel parisino, donde murió en noviembre de 1900. Sus pecados fueron vivir la vida según sus propios deseos y enamorarse de Lord Alfred Douglas, un joven poeta, por quien acabó perdiendo todo, menos la fama que ha trascendido en el tiempo por algunos de sus poemas y por obras icónicas como la novela El retrato de Dorian Gray (1890), o las piezas teatrales El abanico de Lady Windermer (1892), Salomé (1894) o La importancia de llamarse Ernesto (1895). Wilde nació el 16 de octubre de 1854, hijo de un médico y una escritora, fue el de en medio de tres hermanos. Tuvo una infancia tranquila, estudió en casa hasta los nueve años y luego ingresó a la Portora Royal School de Euniskillen, al Trinity College de Dublin y al Magdalen College de Oxford, donde recibió el Premio Newdigate de poesía. Su ideario estético lo inspiraron John Ruskin y Walter Pater, pero también los clásicos de la literatura griega, además de sus viajes por Europa. Era una época en la que ya publicaba sus poemas en diarios y revistas y comenzaba a adquirir cierto prestigio, impulsando la idea del arte por el arte, que fue el principio del llamado dandismo. A los 25 años se estableció en Londres, donde se casó con Constance Lloyd y tuvo dos hijos, y unos años después vino su producción más importante, que comienza con un libro de cuentos que incluyó textos como El príncipe feliz y El Fantasma de Canterville (1888) y estalla en 1890 con El retrato de Dorian Gray, la única novela de Wilde, en la que, al reinterpretar el mito de Fausto, retrata la obsesión de un joven por mantenerse imperturbable, manteniendo su juventud y belleza a costa de lo que sea. Hay quienes dicen que se trata de un libro filosófico sobre el poder de la juventud y la belleza, y la idea de que éstas nos eximen de las responsabilidades que tenemos sobre nuestros actos, al grado de que el protagonista habrá de perder paulatinamente la conciencia crítica de sus actos y decisiones. Al mismo tiempo, se ha visto como una reflexión sobre la naturaleza del arte y la belleza. Aunque este año se ha publicado una edición limitada de un manuscrito previo a la versión corregida de 1890, en la que se observan los guiños homosexuales entre el retratista y el retratado, y la autocensura que se impuso Wilde, consciente de la época que le había tocado vivir. El texto permite apreciar el proceso de edición que comenzó con el propio Wilde y siguió con el editor James Stoddart, quien, se dice, preocupado por las alusiones homoeróticas quitó palabras sueltas y hasta líneas completas del texto. En una de esas “rasuradas”, se perdería por ejemplo la confesión de amor de Basil a Dorian Gray, cuando le dice: “Es bastante cierto que te he venerado con mucho más romanticismo de lo que un hombre generalmente venera a un amigo. De alguna manera, nunca he amado a una mujer …Admito que te he adorado loca, extravagante absurdamente, desaparece”. Luego del revuelo por la novela, que algunos llamaron perversa, se editó el libro La casa de las granadas (1891) y en teatro El abanico de Lady Windermer (1892), Salomé (1894), que lo vuelve a poner en el ojo del huracán por sus personajes bíblicos, y La importancia de llamarse Ernesto (1895), una divertida comedia que estrenó con la afamada Sarah Bernhardt, y que sería llevada después al cine. Pero luego vino la debacle, cuando en 1895 Wilde fue acusado de sodomía por parte de un amigo suyo, lo que le valió ser condenado dos años de prisión y trabajos forzados que, además, acabaron con su buena estrella, pues al salir de prisión, donde había escrito De Profundis, se encontró con un absoluto ostracismo social y acabó dejando Inglaterra. Tras realizar varios viajes con el nombre de Sebastian Melmoth, Wilde acabó establecido en París, donde llevó una vida triste, de fragilidad económica, pero sobre todo de quebrantos de salud, hasta el 30 de noviembre de 1900 cuando murió en la habitación 16 del hotel L’Alsace, en París, donde el dueño había pagado sus deudas y le compró una corona. Fue con los años que su obra volvió a representarse y a ser editada; se sabe que seis años después de su deceso, el afamado Richard Strauss le puso música a su drama Salomé, y prácticamente toda su obra empezó a ser traducida en varias lenguas. La historia de la literatura lo ha colocado como un clásico universal, un gran exponente del esteticismo, que alcanzó el éxito gracias al ingenio punzante y epigramático que derrochó en sus obras para denostar a sus contemporáneos. Para la crítica, en su obra destacan los diálogos vivos y cargados de ironía que siempre fueron un detonante de la crítica conservadora de la época.